Pixar nació a partir de un experimento. Uno donde la tecnología y las imágenes creadas por computadora, llegaron a cambiar para siempre a la animación. Y su más reciente película, Elementos, es reflejo de esos 37 años donde lo más importante, es estar un paso adelante en el medio.
Sin embargo, más allá de traer a la vida logros técnicos gigantescos y presentar a los que quizá, son los personajes más difíciles de lograr en la historia de Pixar, ¿qué es lo que Elementos tiene verdaderamente para ofrecer? ¡Te lo contamos!
¿Qué tan simple tiene que ser lo simple?
La historia de Elementos es relativamente sencilla: Ember Lumen es una llama que vive en la Ciudad Elemental, un rincón en el mundo donde la Tierra, el Agua, y el Aire se reunieron para existir e interactuar como una gigantesca sociedad.
El fuego, sin embargo, procede de una tierra lejana y es considerado entre los residentes, un elemento explosivo, impredecible, peligroso y destructivo, por lo que no tienen cabida dentro de la estructura que los otros elementos han creado.
Además de dichos estigmas, Ember enfrenta la idea de qué hacer con su futuro: si continuar con la tienda y tradiciones de su familia, o buscar su propio camino, así eso implique abrirse paso entre una ciudad que la rechaza. A tal premisa llega también Wade, un chico de agua que pone en riesgo el legado de los Lumen y quien también enciende (jeje) los sentimientos de Ember.
Elementos fue definida previamente como una comedia romántica centrada en sus dos protagonistas, y el gran conflicto de unir dos elementos que podrían resultar en una mezcla trágica.
Pero, ¿tales simplezas funcionan? Lo cierto es que no tanto. El problema más grande de Elementos es que contaba con un gran potencial para establecer un discurso y además, crear una historia atractiva a partir de la aventura.
Sin embargo, recae en una banalidad tan sencilla que para el público infantil podría no resultar tan interesante. Los problemas más grandes son burocráticos, y el enemigo es el sistema y las penalizaciones, que tampoco parecen tan urgentes.
El problema de encerrar Elementos en una ciudad, es que ni siquiera hay algo interesante dentro de esta que invite al espectador a explorar más sobre el mundo. Todo es aburrido, todo es común, no existe un problema real y por lo tanto, sus soluciones parecen tremendamente gratuitas.
Es “otro martes” en “otra ciudad”, y como consecuencia, no existe un interés en el público por llegar a una resolución.
A su favor, sin embargo, juega un humor inteligente y un sinfín de juegos de palabras que aligeran el viaje, aunque inevitablemente, no puede depender de ser graciosa para salvar una trama repleta de tropiezos.
¿Elementos pudo haber sido distinta?
Elementos cuenta con grandes personajes, que parten de problemáticas tangibles que los hacen complejos, reales y sencillos de empatizar. Peter Sohn imprime sus propias experiencias en la cinta, a partir del rechazo latente en Estados Unidos hacia toda clase de migrantes.
Ember abraza una de las realidades más controvertidas dentro de Estados Unidos, la de los hijos de inmigrantes que, popularmente se definen como “ni de aquí, ni de allá”. No lo suficientemente estadounidenses, no lo suficientemente conectados a los países de sus padres.
Y es que la cinta retoma una búsqueda de pertenencia y la hace real desde la comunidad del fuego, y en específico, con su protagonista quien lucha con la idea de mantener su legado.
Todo alrededor de los Lumen es increíblemente interesante: su origen, sus tradiciones, su comida, la manera en que crean a partir de hacer reaccionar otros elementos, etc.
El problema es que sus conflictos quedan enterrados bajo otros problemas y situaciones que diluyen y minimizan el problema, y que habiéndole dado lugar a otros elementos en la historia, habrían funcionado mejor.
Y es que la fortaleza más grande de la cinta no está en su romance, sino en la relación de Ember con su padre, Ronnie, y sus propias metas, estas últimas las cuáles podrían haberse resuelto a partir de un viaje distinto, y no catalizándolo a partir de Wade.
Elementos sabía que tenía algo importante para decir, y una historia poderosa que habría justificado a su universo entero; pero la decisión final sobre qué camino debía tomar para contarlo no juega 100% a su favor.
El experimento que sí resultó
Elementos está repleta de aciertos y errores. Por un lado, y es de reconocerse, es un logro enorme en el medio de la animación que no podría haber sido realizado hace una década.
Ember y Wade no sólo interactúan con su entorno al tocarlo, sino al reflejarlo y reflejarse en este. La simple idea de contar con un personaje cuya transparencia refracta la luz y la transforma todo el tiempo, sin importar si se encuentra en movimiento o no, es un gran reto que Pixar resuelve majestuosamente.
Asimismo, espacio que Ember habita, espacio que tiene que ser tocado por su luz y que tiene que reaccionar a su presencia, efecto al que también se suma su estado de ánimo y la acción que está realizando.
Elementos es la prueba de un trabajo gigantesco entre tecnología, arte, diseño y funcionalidad que marcan un antes y un después en las posibilidades de la animación dentro de Pixar.
De una u otra manera, dicho logro mantiene la esencia técnica de Pixar a flote. Pues comparar la creación y el manejo de protagonistas hechos a partir de elementos, con el primer largometraje de Pixar —que hizo uso intencional de juguetes porque el software arrojaba texturas plásticas—, es un avance fascinante que recuerda por qué el estudio es lo que es hoy.
Si bien, cuenta con un puñado de errores muy evidentes a nivel narrativo, su intención y sus aciertos evitan que sea un desastre y la dejan en un territorio donde, de haber tenido quizá más tiempo o una mejor historia, habría conquistado a toda una generación.