Quien haya seguido la carrera de Ari Aster, desde el corto TDF really works (2011) hasta Midsommar, seguramente se habrá dado cuenta de una constante en sus tramas: el destino desastroso de los personajes masculinos.
El poeta Sidney Johnson (Billy Mayo) es arrollado por un auto en The strange thing about the Johnsons (2011), en Beau (2011) un personaje del mismo nombre (Billy Mayo) es acosado cada vez con mayor violencia hasta perder la cordura, el adolescente (Liam Aiken) de Munchausen (2013) acaba en un ataúd en vez de ir al colegio a cumplir sus sueños, en The turtle’s head (2014) el pene de un detective (Richard Riehle) empequeñece hasta desaparecer y en C’est la vie (2016) —que funciona junto con Basically (2013) como manifiesto ideológico y anímico del director— un indigente monologa sobre todas las formas de fracaso de un hombre en las sociedades tardocapitalistas: se puede fallar en los negocios, en la salud, como hijo, como esposo y como padre.
Este empeño de Ari Aster por construir personajes masculinos hiperderrotados no disminuye en sus largometrajes: en Hereditary (2018) una secta desea acabar con la vida de Peter (Alex Wolff) para que el demonio Paimon encarne en él, mientras que en Midsommar Christian (Jack Reynor) es igualmente elegido por otra secta, esta vez sueca, para ser la última ofrenda a su dios.
Tanta saña contra los hombres no es una coincidencia. La hipótesis de este artículo es que Aster plantea en toda su filmografía una dura crítica a las masculinidades hegemónicas a través, ya no de una deconstrucción del deseo de los hombres, sino de un ejercicio mucho más radical de destrucción.
No desearás
Para Ari Aster el deseo masculino es en sí mismo patológico. No hay un intento por trazar geografías del deseo de los hombres, o por establecer grados de malestar; tampoco se busca vincular el deseo con la emancipación y la productividad, como lo hicieran Butler o Deleuze. De lo que se trata en la filmografía de Aster es de dejar en claro que el deseo del hombre nunca acaba bien. Esta deliberada hipérbole es uno de los pilares del horror que provocan sus cintas.
En The strange thing about the Johnsons Sidney descubre a su hijo masturbándose en la cama. La escena es ambigua. Si una concepción tradicional, y patriarcal, de la paternidad es que es trágica ya que el hijo varón rivaliza con el padre y lo desplaza, Sidney no puede estar más contento. No sólo es reconocido públicamente como poeta, sino que también su hijo lo reconoce en privado y mejor: lo ama. Pero esta utopía paternofilial se degenera de inmediato para perjuicio de ambos. Isaiah, el hijo, también será devorado por su propio deseo que acabará llevándolos a una horrorosa muerte. En términos psicoanalíticos, el «objeto perdido» se convierte en un hoyo negro que engulle todo lo que tiene cerca.
El adolescente de Munchausen también es descubierto por su madre, pero empacando sus cosas para mudarse al colegio. Luego asistimos a un flashforward donde vemos cómo se convertirá en un «buen hombre»: será un estudiante exitoso, un buen deportista, conocerá a una chica y finalmente se casará. Aunque con ello destruya la vida de su madre.
La vida de Peter en la preparatoria tiene también visos de éxito: se entretiene con sus amigos y conoce a una chica. Es precisamente en el momento en que la relación con ella está por moverse al siguiente paso que a su pequeña hermana Charlie le da la tos y empieza a faltarle el aire. Sabemos cómo acabará aquello. Lo que podía ser una noche espléndida para Peter y su amiga, se convierte en una pesadilla con la hermana degollada. Después de eso, todo será debacle.
El anhelo de reconocimiento público, en su forma de logro académico vuelve a hacerse presente en el grupo de amigos de Midsommar, especialmente en Christian y Josh que están elaborando su tesis. A medida que sus investigaciones avanzan, su muerte se acerca más. La ambición de Josh por tener una fotografía de un libro sagrado para mejorar su investigación hará que le den un martillazo en la cabeza.
No obstante, quien mejor encarna esa perversidad inherente del deseo masculino es el detective de A turtle’s head. Cuando una nueva clienta llega a verlo, él no puede dejar de mirar sus pechos e imaginar que ella también lo desea. En la siguiente secuencia, lo vemos teniendo sexo con su secretaria. En él, la satisfacción laboral se empalma con el cumplimiento del deseo sexual. Si resuelve el caso de la clienta, seguramente también se acostará con ella.
Para todos estos personajes, ingenuos, poco reflexivos y llenos de aspiraciones, Aster tiene una sorpresa. No: Aster tiene un castigo.
Sodoma o la pérdida del falo
El falo, en la masculinidad hegemónica, constituye el centro de las prácticas corporales y políticas del hombre. Ser penetrado por él es un símbolo de sumisión. De ahí que Sidney observe aterrado cómo su hijo Isaiah rompe la puerta del baño y empieza a bajarse los pantalones. La sodomización despoja a Sidney de todo honor público y privado. Un hombre con vergüenza, es el mandato cultural, ya no es un hombre. Por eso, no soprende que en la siguiente escena veamos a Sidney decidido a huir y a contarlo todo. Pero sabemos que en el universo de Aster, los hombres no pueden tener ninguna redención. Sólo merecen la muerte.
O la castración. Porque la manera más efectiva de acabar con el goce fálico es atacando su manifestación más visible. Desde el pequeño corto-spot, TDF really works, Ari Aster juega con la obsesión del hombre con aumentar su virilidad mejorando el funcionamiento de sus genitales. En ese primer ejercicio, uno de los riesgos de cumplir ese deseo es, precisamente, que el pene explote.
Este horror imaginado toma forma en el extraño padecimiento que azota al detective en The turtle’s head y, especialmente, en el violento final tanto de Christian como de Mark (Will Poulter) en Midsommar, ambos desmembrados después de haber tenido sexo con un par de doncellas de la secta. Ser reducidos a mero expendio seminal es otra forma de violencia que Aster ejecuta sobre los dos personajes. Una vez que cumplen esa función biológica, sus cuerpos se convierten en desechables.
¿El triunfo de las mujeres?
El pesimismo de Ari Aster no deja espacio para ninguna política feminista. A pesar de que los personajes femeninos tanto en Munchausen como en The strange thing about the Johnsons cumplen sus objetivos, su victoria es pírrica: en ese lograr sobrevivir el daño que los hombres les han causado, o les podrían haber causado, descubren que ellas mismas han quedado destruidas. Ni siquiera la previsión logra salvarlas del sufrimiento, aunque sí les concede un mejor sitio para contemplar y padecer la desgracia.
Tal es el caso de Annie (Toni Colette), en Hereditary, cuyo inconsciente le hace intuir que algo saldrá mal con su hijo Peter e incluso en una ocasión trata de prenderle fuego para salvarlo de la fatalidad.
O de Dani (Florence Pugh), quien se ha convertido en la reina del festival, además de que ha sobrevivido la muerte de todos sus amigos, incluido su novio Christian. Esta nueva posición no la exime del dolor, antes bien, lo acrecienta. Sus gritos últimos no son catárticos ni liberadores. Son sólo eso: gritos de rabia y desesperación en un mundo que se ha quedado en ruinas.