En los márgenes de la animación tradicional y más popular (la que proviene del estilo del cartoon o la del hiperrealismo digital), los Festivales de animación nos permiten conocer propuestas mucho más arriesgadas que nos cuestionan profundamente sobre el acto mismo de lo que significa animar, pero a la vez nos permiten reflexionar desde esta forma artística sobre temas como la muerte, el lenguaje, el dolor o la pérdida.
Este 2023, la directora mexicana Amanda Woolrich presentó en la Competencia “Perspectivas” el cortometraje Trasiego hecho con técnicas mixtas que incluyeron el dibujo en carbón, el grabado, la tinta sobre vidrio y la animación de objetos como libros y libretas. Después de su paso por el Cannes Short Film Corner 2023 y ahora por Annecy, esperamos con emoción que empiece su recorrido por Festivales de México. Hace unos días pudimos conversar con ella y con Adriana Comi, quien también participó como animadora dentro de la película.
Trasiego: ¿Un diálogo entre muertos?
La biografía de Woolrich puede verse como una sucesión de fallecimientos. Cuando ella tenía 15 años, murió su padre y 7 años más tarde, fue su madre la que partió. Para Amanda “la muerte te va quitando pedazos”. La idea la encontró en una libreta de su abuela Fanny, que sirvió como pivote e inspiración para la creación de Trasiego.
“Me vi bastante reflejada en las libretas de Fanny. Luego empecé a releer una libreta que hice justo cuando mi mamá se murió. Nunca la había sacado, Allí había una parte súper íntima de mi pensamiento. Había una tristeza profunda, de estar devastada y de volver a empezar. Era todo un registro de cómo va cambiando la idea de la muerte, pero también de cómo se muere”.
Amanda Woolrich, Annecy, Fuera de Foco
Trasiego es un diálogo a dos voces “es una discusión que nunca pude tener con mi abuela”, confiesa Amanda. El corto comienza con un cofre que se abre y de él sale, como si se tratara de la caja de Pandora, una tormenta de líneas y formas sin mucho orden: espirales, estallidos, brumas, humo, cráneos, sillas, que se van intercalando con dibujos de Fanny mucho más entendibles: una iglesia, una montaña, un puerto.
Son rastros, imágenes, espectros, pedazos de vida que van quedando en palabras, en dibujos, en ideas. La animación vuelve a echar andar todo ello, lo revive. “Para Fanny todo es muy devastador, no tiene un final feliz. Siento que ella se quedó más en la nostalgia, en lo que es la muerte en sí. Y yo al final creo que tengo un carácter muy positivo”.
Las voces que se van enfrentando en el corto van soltando palabras que se abren como abismos, pero que siempre salen a flote. Nunca quedamos sumidos en la oscuridad. La muerte no nos liquida, no finiquita el asunto de estar vivos. Esta película es una apuesta por lo contrario, por la persistencia material del recuerdo, por la vida de la memoria, por la continuidad del cuerpo en otras formas.
Animar para dar vida
“Empezamos Trasiego conversando sobre las libretas”, me cuenta Adriana, “a compararlas, a pensar cómo se podían ir acomodando”. “Luego hice el storyboard en acuarelas, porque así me sentí más libre, porque la intención, más que narrar una historia era sentirme más libre”.
La película transmite efectivamente esa lucha por la libertad o, quizá, para ser más precisos por la liberación. Cuando una libreta se abre, nuevamente sus palabras vuelven a circular, lo mismo sucede con los cofres viejos que reactivan aromas y texturas, o con las bocas que han estado cerradas mucho tiempo. O con los corazones.
“Quisimos que más que personajes hubiera paisajes”, aclara Adriana, “luego decidimos qué idiomas manejar y a partir de ahí todo fue fluyendo”. Adriana es ebanista y estuvo a cargo de animar la secuencia de la silla que aparece en la película: “Para mí fue algo muy especial el darle vida a una silla. Yo no lo veía así, pero Amanda me lo dijo y fue algo único. Con la madera jamás hubiera logrado algo así, expresar no sólo movimientos sino también sensaciones. Al final yo veo el dibujo y no siento que sea ya sólo una silla, es movimiento, es ritmo, es un flujo atravesado por muchas cosas más”.
La animación, más allá del cine
“Yo siento que los animadores que hacen cosas cada vez más parecidas al cine están cometiendo un error”, suelta Amanda en algún momento de la conversación. Le digo que yo pienso igual, que la animación más importante para mí hoy día está más cerca de otras artes que del cine mismo. “Nosotros los animadores le llevamos mucha ventaja al cine porque podemos hacer lo que queremos. No necesitamos los efectos de la cámara. Pero esa libertad tiene un precio, implica mucho trabajo”.
Precisamente los referentes de Adriana y Amanda se alejan de lo convencional: las obras de Theodore Ushev, de Raymond Crum, de William Kentridge, están entre sus modelos a seguir. Ambas coinciden, además, en que los procesos creativos son tan importantes como el resultado: “Cada cuadro es como una obra terminada”, dice Adriana. Yo vislumbro en esa declaración una ruptura más de la animación: salir de la pantalla para habitar los museos, los muros, asentarse de múltiples maneras en el ojo desnudo de quien mira.
Trasiego es también eso: una invitación al ojo a ver una y otra vez, a perderse en los espacios, en las curvas, en los pliegues que se abren en cada cuadro. Esa sorpresa constante, esa meditación que no cesa, es otra constatación de que la vida siempre halla su camino.