El terror es quizá uno de los géneros cinematográficos que goza de la mayor cantidad de facetas. Pues entre la popularidad de los slashers, el gore, el body horror, el terror elevado, e incluso, el suspenso manejado a través de la expectativa, el miedo ha encontrado la manera de responder a un sinfín de audiencias distintas, abordando en su subtexto temáticas que reflejan las condiciones sociales de su tiempo.
Y ahora es turno de España, de la mano de Jaume Balagueró, de poner a prueba al género a través de Venus, cinta protagonizada por Ester Expósito, que arrastra a su audiencia desde una visión sangrienta hasta el estudio de cultos y demonios, inspirados por el mismo HP Lovecraft, pero ¿qué tan bien funciona dicho experimento? ¡Te lo contamos!
¿Un terror muy femenino?
En sí, esta historia se centra en Lucía (Ester Expósito), una bailarina de antro que roba una gran cantidad de drogas a sus empleadores, y quien busca refugio en el departamento de su hermana Rocío (Ángela Cremonte), y la hija de esta, Alba (Inés Fernández). Pronto se da cuenta que el Edificio Venus está lejos de ser una residencia ideal, repleta de historias de caníbales, asesinatos, tragedias, entre otros terrores, los cuáles comienzan a acecharlas a través de sus pesadillas.
Lejanamente basada en la historia The Dreams in the Witch House de HP Lovecraft, Jaume Balagueró —quien ha estado detrás de proyectos icónicos como la franquicia REC—, conduce la historia a una zona conflictiva dentro de Madrid, urbanizando tanto a su escenario como a sus personajes, y trayendo al clásico a la modernidad.
Desde que Venus arrancó con su gira de prensa, Balagueró ha sido sumamente vocal en el objetivo de su película. Pues, a ojos del creador, Venus busca ser una historia de terror femenina, la cuál además de contar con una heroína como hilo conductor, aspira a revivir espíritus y demonios que favorecen a las mujeres a través de un símbolo que también goza de tal identidad: el mismo planeta Venus.
Si bien, gran parte del lore que Balagueró crea con Venus responde a tal búsqueda, también carece de una visión femenina que no recaiga en la híper sexualización y en el manejo superficial de las aspiraciones y motivaciones de sus personajes; deformando por completo su discurso más feminista y transformándolo en un producto de consumo masculino.
Y es que aunque también construye un gran misticismo alrededor de un culto de brujas y sus intenciones, varios de sus personajes se quedan en una cuna de potencial no explotado, y hacen las cosas que hacen “solo por el bien de la historia”, temiendo tomar realmente una postura contundente.
¿Nadie sabe qué sucede?
Una de las virtudes de las que sí goza la película de principio a fin, es del excelente manejo de la incertidumbre y la cantidad de información que su director pone en pantalla.
La manera en que Venus se narra, invita a la audiencia a sacar sus propias teorías y conclusiones, sin ser obvia en sus próximos movimientos y hacia dónde se dirige el gran conflicto. Tal poder lo utiliza tanto de su lado místico, mágico y aterrador, como en la parte más mundana de la historia, logrando que la atención y la tensión sean constantes en gran parte de sus actos.
La revelación paulatina de pistas, datos y giros, hace que Venus absorba al público y lo arroje a los zapatos de Lucía, quien también se encuentra en un estado de completo desconocimiento. Por ello, es natural responder también al tratamiento fotográfico de la película, e integrarse orgánicamente al universo y la urgencia de sus situaciones.
Sin embargo, también se tropieza con fuerza en los momentos en los que pretende apuntar a algo mucho más elevado para resolverlo a través de recursos más básicos y hasta perezosos, despojando a varios de sus planteamientos de tener una resolución digna de ellos.
No obstante, en tal viaje destaca la actuación de Expósito, pero también la de su joven co-estrella, Inés Fernández, quienes congenian tanto entre ellas como en los constantes giros de tono de Venus, haciendo sentir mucho más naturales las situaciones, por absurdas que estas se tornen. Asimismo, el trabajo de Aten Soria, María José Sarrate y en especial de Magüi Mira, sobresalen al posicionarse como interpretaciones hipnóticas que contribuyen fuertemente al terror de Venus.
¿Quién eres, Lucía?
Una vez que uno decide empatar con el tono de Balagueró y aceptar que es hacia tal punto que se está conduciendo la historia, el gran problema que termina destruyendo su construcción es el remate final.
Por sí solos, los eventos de su tercer acto podrían haber sido sumamente atractivos. Pero su director teme tanto dejar cosas “sin explicar”, que se vuelve redundante y comienza a tratar a su público de tontos, deshaciéndose de toda complejidad o sutileza para remarcar un discurso que cae duramente en el cierre.
Asimismo, pierde la oportunidad de explorar más a profundidad la identidad sobrenatural de sus participantes, lo que también vuelve superficiales a sus antagonistas y a la misma Lucía, cuyo arco final genera más risas que vítores.
Tal efecto proviene de un guión pobremente pulido, pero también de la necedad de Balagueró por no encasillar a su película en una rama específica. Y es que el problema que tiene Venus dentro del género es no saber qué clase de terror quiere contar, buscando abarcar demasiado y convirtiéndose en un enredo de inspiraciones y referencias de otras películas —tales como Hereditary, Ready or Not, e incluso Verónica—, lo que inevitablemente la convierte en una expresión de total pereza creativa.
Venus duele porque su historia, su setting y sus personajes tienen un gran potencial para redefinir al terror y sus participantes, pero las inseguridades de su director sí terminan ahogándola en una cinta que no se define a sí misma, ni al público al que quiere dirigirse, volviéndose demasiado cuidadosa para no caer en lo que termina convirtiéndose: un experimento fallido.