El Rey de la Fiesta nos plantea una dualidad antagónica que emula su resultado final.
Quizá como parte de una tendencia a la simplificación a lo largo de la historia hemos construído un sinfín de relatos que se sustentan en una dualidad antagónica, al grado de que la misma es parte de una de las narrativas más arquetípicas de las diferentes artes: el camino del héroe.
Probablemente nadie haya sacado mayor provecho económico de esta fórmula que el cine estadounidense, quien la ha convertido en el pan de cada día de sus blockbusters, los cuales quizá nos hacen olvidarnos de lo interesante que esta premisa puede ser para una trama si se subvierten algunos de sus preceptos y en lugar de los blancos y negros se exploran la escala de grises que hay en medio.
La dualidad con matices
Sobre esto último existen miles de ejemplos en el cine y televisión, los cuales abarcan desde títulos como Breaking Bad, donde la dualidad antagónica se presenta en medio de la lucha de poderes entre Walter White y Gustavo Fring, en la cual el dilema de la trama se sustenta bajo la pregunta, ¿cómo nuestro protagonista podrá derrotar a alguien que claramente le supera en todos los aspectos?.
Otras series como Avatar utilizan la dualidad antagónica entre Zuko y Aang como parte de una premisa ideologíca que poco a poco se va diluyendo, esto para mostrarnos un mundo que se transforma a mejor cuando entedemos que nuestras diferencias nos fortalecen en vez de debilitarnos.
Mientras que filmes como Enemy de Denis Villeneuve nos presenta una dualidad antagónica que se presenta en el mismo ser, aquel conflicto que Freud planteaba en donde el Yo intenta mediar entre sus impulsos (el Ello) y la cargar moral (el Superyó).
En la órbita de este último caso se desenvuelve El Rey de la Fiesta: el tercer largometraje de la filmografía de Salomón Askenazi, el cual se está presentando en la décimo novena edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), y nos narra la historia de Hector (Giancarlo Ruiz): un hombre que a sus 50 años se encuentra enfrentando una crisis emocional que lo lleva a tomar la identidad de su hermano gemelo cuando piensa que este ha muerto.
Excelente planteamiento
El guión de Salomón Askenazi y Karen Chacek nos plantea en el primer acto del filme una dualidad antagónica que fungirá como la excusa perfecta para explorar la psique de un hombre frustrado: por un lado Hector ha seguido al pie de la letra el camino que dictan las normas sociales: se ha casado y tiene una hija, acude a un trabajo cotidiano, viste de manera formal con una paleta de colores apagados, posee una corporalidad apenada, es un fracasado en el apartado sexual y sostiene una pésima relación con su padre.
Mientras tanto su hermano gemelo es todo lo contrario a su frustración, vive en el presente, viste con una paleta más viva, se mueve con mayor libertad, rechaza el compromiso, tiene mayor éxito en el plano sexual, se desenvuelve en un ámbito laboral en constante cambio como el arte y tiene una mejor relación con su padre.
Estas diferencias nos permiten explorar la psique frustrada de Hector, quien al hacerse pasar como su hermano gemelo libera todos los impulsos contenidos a lo largo de los años: se vuelve realidad ese anhelo de libertad reflejado en los constantes encuadres iniciales en que le vemos mirar con añoranza los aviones zurcando el cielo.
La anterior narrativa se encuentra bien acompañada en el montaje de Jimmy Cohen y la fotografía de Nur Rubio Sherwell, específicamente este último refleja en sus composiciones esa dualidad antagónica del Ello y el Superyó, a la vez que la exacerbación de la paleta de colores conforme avanza la cinta brinda a la misma una atmósfera de thriller psicológico.
El filme también posee un excelente soundtrack que es capaz de transitar entre el rock / pop bailable de Belafonte Sensacional hasta el electro de Father John Misty.
Un rey perdido
A pesar de lo anterior y al igual que su protagonista, el filme se enfrenta a una dualidad antagónica, pues en diversos momentos a lo largo del largometraje la narrativa intenta mezclar el drama y thriller psicológico con la farsa, una combinación que sucede de manera abrupta que termina edificando una narrativa disonante, la cual no termina de decidirse tonalmente o si su relato es un castigo a la insurrección de su protagonista o una liberación.
El rey de la fiesta es una mezcolanza random que reúne elementos de la narrativa de Enemy con Juego de Gemelas, lo cual termina por conformar un relato que no sabe que contar, y por lo tanto momentos como el baile final que buscar emular al desenlace de Beau Travai o Druk, carecen totalmente de sentido, no hay un peso dramático claro, lo cual en muchos momentos también pareciera afectar a los/as intérpretes.
Aunque es una película irregular con virtudes y fallas que pesan por igual, se agradece el intento de El rey de la fiesta por explorar una historia y atmósferas nada habituales en el cine nacional.