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Clímax

El baile como expresión de la euforia y lo perverso.
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Lo que pareciera una inofensiva presentación de un grupo de baile, en Clímax (Gaspar Noé, 2018) se torna en una experiencia incómoda. Pero deberíamos haber visto venir este escenario, pues esta cinta tiene tatuada la intensidad por donde se le vea, haciéndole honor a su nombre.

Empezamos conociendo a los integrantes del mencionado grupo de baile. Los han grabado en cintas VHS respondiendo preguntas sobre el baile, su vida, y la próxima gira que harán en Estados Unidos. Sus voces se reproducen en una televisión, que ahora llamaríamos “antigua”, enmarcada por un cúmulo de libros de filosofía y otras cintas VHS, todas con títulos de reconocidas películas de terror.

La música y la cámara no se detienen

Después de las entrevistas, pasamos a la primera de las dos escenas de baile en la cinta. Desde este momento entendemos que el foco de la historia está en los personajes (aunque no recordemos el nombre de todos) y en cómo se relacionan entre ellos. Con una cámara que rara vez se queda quieta, y la música de fondo que también se niega a detenerse, no debemos esperar un ambiente relajado.

De principio a fin, Clímax se desarrolla en el mismo lugar: una especie de salón conectado a unas habitaciones. La mezcla de luces, colores, y el saber que no podemos salir de ahí crea una sensación pesada que va creciendo casi sin que nos demos cuenta.

¿Por qué no se puede salir de ahí? Porque descubren que alguien puso LSD a la sangría de la que todos estaban tomando y están decididos a dar con el culpable. Esto desatará muchas emociones entre el grupo de jóvenes y nosotros como espectadores vamos a vivirlas con ellos.

Eviten la comida antes o durante la película

No me considero “delicada” ante las imágenes vertiginosas que pueda ver en el cine. Sin embargo, creo que la razón por la que sentí un poco de náuseas con esta cinta, es porque el malestar se va construyendo poco a poco.

Aun cuando sabemos que los protagonistas están ante un “peligro” inminente (el efecto de las drogas en su cuerpo), no los sentimos vulnerables de inmediato. Los hemos visto bailar, los hemos escuchado expresarse sobre el resto de sus compañeros. Como cualquier otro joven, se muestran llenos de sueños y energía.

De pronto se ven ante una situación que no controlan. Es ahí donde se vuelven vulnerables, donde dejan salir sus peores actitudes y los conocemos sin máscaras.

Bailarines a fin de cuentas, ellos viven ese viaje ácido a través de sus cuerpos: sus movimientos y sus acciones. Nosotros lo hacemos a través de la cámara que los acompaña. La película se cuenta, en su mayoría, en un falso plano secuencia que contribuye bastante a incrementar la impresión de que el fr´enesí nunca va a terminar. Pasamos de un sufrimiento a otro sin descanso.

Añadan a eso una larga toma de cabeza y creo que se puede entender la razón de mi malestar.

Aún así, Clímax es una película que recomiendo si quieren, no solo ver algo diferente, sino sentir algo nuevo. Me queda claro que, después de verla, no necesito ingerir drogas nunca en la vida. Ya puedo decir que conozco la sensación que producen.

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