Critica FICM | Bardo: ¿Por qué es tan controversial?

Bardo intenta ser un retrato autobiográfico, una autocrítica, una visión de México. Pero su discurso se desdibuja porque no decide qué quiere contar

Bardo intenta ser un retrato autobiográfico, una autocrítica, una visión de México. Pero su discurso se desdibuja porque no decide qué quiere contar

Alejandro González Iñárritu es muchas cosas. Es uno de los directores mexicanos más exitosos de todo el mundo. Es uno de los pocos cineastas en la historia que han ganado un Óscar a Mejor Director dos años consecutivos. Es, junto con Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro, de los pioneros que pusieron en el mapa a México en la industria de Hollywood de años recientes. 

Él es, también, un hombre que creció en privilegio y que su plataforma, poder, influencia y estatus socioeconómico sólo ha crecido con el tiempo y su carrera. Por eso, aunque es reconocido por hacer películas que retratan la condición humana, también ha sido tachado de “snob” o “pretencioso”, pues no tiene reparo en hablar de sus pasiones y lo orgulloso que está del arte que crea. 

Con eso en mente, llega la película de BARDO: Falsa Crónica de unas cuantas verdades, una historia que confesó está inspirada en su propia experiencia como mexicano que ya vivió 20 años en Estados Unidos y que regresa para encontrarse con sus raíces, sus demonios y su miedo a la muerte. Y aunque la película ofrece un estudio interesante sobre su personaje y algunas secuencias visuales sumamente creativas, el cineasta no puede evitar introducirse demasiado en su propia película, de manera que la sátira o la crítica que intenta dibujar queda a medias en otros intentos por justificarse y celebrar su “propia deconstrucción”. 

Bardo

La Parte Más interesante

Aunque sea muy autobiográfica, Bardo en realidad trata sobre el personaje ficticio de Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), un multipremiado periodista mexicano que está por convertirse en el primer mexicano/latinoamericano en recibir un enorme reconocimiento por parte de La Asociación Americana de Periodistas debido a un documental en donde expuso con crudeza las calamidades y preocupaciones de la sociedad mexicana. Lo curioso de la historia es que el México de Silverio es una versión apocalíptica (pero no muy lejana) en donde está completamente dominada por Estados Unidos, al grado en el que Amazon está por comprar el estado de Baja California. 

Con pequeños comentarios en la radio, la televisión y sueños surreales, vamos desentrañando la crisis existencial que Silverio vive debido a ese premio. ¿Es realmente merecedor de tanto halago? Al final, es un hombre sumido en dudas que todavía no supera los insultos y molestias que vivía en México por ser “demasiado moreno”, “demasiado ñoño”, “demasiado snob”. Y personajes como su compañero Antonio (Daniel Damuzi), un prominente presentador de televisión que comenzó su carrera junto con la de Silverio pero que no alcanzó la misma gloria, se encarga de recordarle constantemente. 

Silverio también duda sobre qué tanto representa él a México. ¿Qué no su documental es igual de explotador que cualquier otra dramatización extranjera que se haga sobre el país? ¿De verdad puede hablar por las personas más marginalizadas del país? Sus hijos son un ancla importante para estos cuestionamientos, ya que al ser criados en Estados Unidos y con una cantidad mucho mayor de privilegios a las que vivió Silverio, de verdad ponen en perspectiva qué tanto puede ser un representante de la realidad mexicana. 

Bardo

Que se tropieza con visiones desatinadas

Esa exploración, junto con la idea de la pérdida de su hijo, las ideas de éxito que le dejó su padre y el abandono de su madre, son la parte más interesante de la película. Pues junto con una narración visual impecable que se vuelve meta y que juega con transiciones y metáforas, Bardo nos va llevando de la mano para que entendamos sus preocupaciones y que nos muestra a un hombre fallido. 

Sólo que no quiere mostrarlo tan fallido. A media película, las inquietudes y opiniones sobre diferentes temas políticos y sociales de González Iñárritu (y en Bardo sí que trató de de meter muchas de ellas) comienzan a surgir, y es ahí donde empiezan las visiones que pueden llegar a ser muy desatinadas. 

Y es que parece que el cineasta chilango está muy interesado en mostrarnos que está consciente de todo: de lo bueno, de lo malo, de lo más criticable de su persona, ya que todo lo cuenta con cierto aire de condescendencia. Y la seriedad con lo que aborda eso no deja espacio a la sátira, la ironía ni la reflexión de la audiencia, pero sí a la adulación por la forma tan larga y pensada en la que ha meditado esos temas. 

Así, de repente tenemos a un Silverio que discute con Hernán Cortés sobre una pila de cadáveres qué significa ser verdaderamente mexicano y qué significa ser un “traidor a la patria”. Pero su escena termina sintiéndose indulgente, por diálogos como en donde concluye Cortés que “tal vez el odio es el único destino de un hombre grande”. Pero está bien, porque al final la película nos deja claro que todo se trató de un simple trabajo de un cineasta snob. 

Tiene otros momentos todavía más desatinados. Especialmente cuando toca temas como el de los feminicidios. La sorpresa e incredulidad de Silverio y la forma en la que lo presenta no sólo es reduccionista, sino que da la sensación de que para él es un fenómeno completamente nuevo. Y seguramente lo es, González Iñárritu se fue de México en el 2001, así que ya no tenía por qué saber sobre las muertas de Juárez, por ejemplo. 

Otro momento desatinado viene cuando su familia pelea con un agente aduanal, quien claramente tiene ascendencia latina. Ahí, entra una discusión sobre quién puede llamar Estados Unidos su hogar o no. Y otra vez ignora su privilegio para mostrarnos algo que bien podría sentirse como sátira o autocrítica, pero que toda la escena está hecha para hacernos sentir pena y enojo porque los Gama no son de aquí ni son de allá. Pero eso sí, debe haber un comentario remarcando el color de piel del agente aduanal. 

Bardo

¿Y entonces qué pasa con Bardo? 

Estos momentos se mezclan con otros tantos en donde sí nos piden que entendamos a Silverio desde su perspectiva y que celebremos su entendimiento de ciertos temas, así como lo iluminado que está sobre sus propias carencias morales y emocionales. Pero simplemente no se puede, porque también nos está mostrando lo increíble que es ser él, por lo que cualquier crítica o comentario queda de una forma muy superficial.

Rumbo al final, la película es una secuencia de metáforas tras metáforas que dejan de ser un estudio de personaje y se convierten más en experimentos de González Iñárritu que quería explorar en Bardo. Y está bien, pero no justifica el largo de su metraje, que originalmente iba a durar 174 minutos (o 2 horas y 54 minutos, pero que de todas formas hace pesada las dos horas y media que terminó siendo para su estreno comercial. 

En un momento de dura honestidad, Antonio le dice a Silverio que “su documental es una serie de metáforas sin sentido”, y aunque González Iñárritu lo puso ahí como para blindarse de las críticas, no carece de razón. ¿Qué quería lograr exactamente con esta película? ¿Quería que nos quedáramos con la exploración de un hombre escindido y tragado por el éxito? ¿Quería exponer las realidades de México y su visión sobre ellas? Bardo nunca se decide, por lo que su camino resulta lento, confuso y todo se queda a medias.