En Possessor, Brandon Cronenberg honra su apellido, bajo un relato donde el horror corporal se envuelve en una ciencia ficción con guiños a Ghost in the Shell.
Sólo dime el nombre de David Cronenberg y estoy adentro de tu tren, el canadiense es uno de mis directores favoritos: La Mosca, Crash, Existenz o The Nakud Lunch, son algunos títulos a su cargo que me parecen excepcionales por el desarrollo narrativo y la filosofía que exploran.
Probablemente él junto a John Carpenter, actualmente visitan con constancia el quiropráctico, porque durante años cargaron en su espalda al cine de horror. Por su lado, Cronenberg patentó su estilo en este género bajo la transgresión de la corporalidad y la exploración de nuestra relación humana con la tecnología.
Desde 2014 no ha estrenado ningún largometraje, en su ausencia y a lo largo de los últimos años, filmes como Venom o inclusive Capitana Marvel, mencionaban en sus campañas de marketing que sus historias tendrían gestos a la obra del susodicho director: una de las más grandes mentiras que me han contando en la vida.
Y a pesar de que otras películas como la reciente adaptación de Suspiria al mando de Guadagnino, esconde gestos a la ya mencionada narrativa, tenía que llegar uno de sus hijos a hacer honor del apellido Cronenberg, exponiendo en Possessor todo el esplendor del horror corporal envuelto con la ciencia ficción.
Una ciencia ficción sangrante
Possessor se centra en la historia de Tasya Vos, una agente que labora para una organización secreta que mediante la implantación cerebral, toma el control de otras personas para realizar una serie de asesinatos. En su misión de “despedida” las cosas no salen conforme al plan pues la protagonista se queda atrapada en la mente de Colin Tate -una de sus “víctimas”-, lo que pondrá en peligro su propia vida.
Desde la secuencia inicial deja muy claro su tono: estamos frente a una película que une las preocupaciones de la ciencia ficción y el horror corporal. Lo primero no sólo se edifica bajo la tecnología minimalista presentada, sino a una potente propuesta estética que en su mayoría rompe con la sensación de cercanía al mundo que vemos -lograda gracias al lente de Karim Hussain: los encuadres rompen las convenciones de la simetría y la paleta que colorean el plano se encuentran saturadas por la intimidad del azul, la fantasía del negro y los violentos rojos.
Estos últimos derivados al estilo Videodrome, donde nuestra fisicalidad se ve transgredida por la unión con la tecnología y la exploración de los instintos más salvajes: el enchufe que se conecta a nuestro cerebro, los furiosos golpes que fragmentan la descomposición de un rostro.
De manera brillante, Cronenberg nos sumerge en atmósferas capaces de transitar entre el misterio y frenetismo absoluto, sabe elaborar lo primero mediante la pausa que es capaz de moldear el montaje interno, mientras que opta por el trabajo de Matthew Hannamel en lo externo para lograr lo segundo: yuxtaposición de imágenes y cortes vertiginosos.
Para la solidificación en las ambientaciones de intriga y desenfreno, resultan indispensables las composiciones musicales de Jim Williams, quien por momentos -como la escena de transfusión de mentes- pareciera homenajear al score de Kenji Kawai para Ghost in the Shell, haciendo uso de sintetizadores y coros.
En lo que refiere al apartado dramático, el largometraje exige un amplio rango a cada una de las interpretaciones, y todos/as en pantalla cumplen con creces dicha exigencia, transitando inclusive en segundos de la sonrisa a las lágrimas: en ese sentido sus protagonistas Andrea Riseborough y Christopher Abbott están sublimes.
Es lo que siempre quisiste
En el cine de David Cronenberg la unión de la ciencia ficción y horror corporal parten de una misma filosofía, donde se explora como nuestra relación con la tecnología es la extensión que esperamos haga frente a las ansiedades que enfrentamos como sociedad e individuos: en Possessor este hecho se traduce en la consciencia de mortalidad que forja nuestra esencia como humanidad y el adecuamiento obligado a los preceptos sociales.
Dicho de otra manera, en lo que respecta a la primera instancia: el cineasta canadiense subvierte la filosofía de Descartes, pues argumenta que nuestra existencia define nuestro pensamiento y para probarlo juega trasgrediendo al cuerpo, al hacerlo nos recuerda la fragilidad esencial de la existencia, eso nos aterra y por ello sus protagonistas buscan aferrarse a la vida mediante la tecnología, quieren adquirir la trascendencia más allá de lo físico.
Al mismo tiempo, tanto Colin como Tasya encuentran en los avances tecnológicos la excusa para escapar de la realidad que bajo los preceptos sociales, les ha encargado fungir como una madre y esposo responsables, poniéndolos en la piel de otro personaje con el que no se identifican. Ante tal despersonalización metafórica, ambos se mienten a si mismos que no están al control, pero en realidad siempre lo han estado, de manera que aunque intentan ocultarlo conscientemente han terminado con todo símbolo que los encierra: el primero con su amante, novia y padre de la misma, mientras la segunda con su ex marido e hijo.
Son innegables las similitudes entre el trabajo de padre e hijo, sin embargo el progenitor había dejado la vara muy alta, y a mi parecer Brandon alcanza esos niveles de brillantez narrativa y temática, con una sublime Possessor.