«Ya no quiero vivir en mi realidad» — pensé, luego de ver [Inserte el nombre de casi cualquier serie de fantasía].
«Quiero aprender a vivir en mi realidad» — pensé, luego de ver Hilda.
Nada que una pequeña niña de cabello azulado no pueda lograr. Así es, Hilda es una serie animada que utiliza elementos fantásticos para exponer la crudeza del mundo real. La historia de una pequeña que debe adaptarse a la gran ciudad luego de vivir en un bosque realmente excepcional, pero ¿qué es lo excepcional? De esto nos habla Hilda.
Una Metáfora vale más que mil palabras
La metáfora es una hermosa herramienta que nos ayuda a entender cómo todo está conectado, y Hilda es un nidito de metáforas bien utilizadas. A través de lo pequeño, se pueden transmitir grandes mensajes; y es en el segundo capítulo donde aparece una de las escenas más hermosas de la serie.
La historia todavía se sitúa en los bosques, tierra plagada de elfos y gigantes, y narra cómo Hilda y su madre solían destruir accidentalmente las casas de los elfos, invisibles al ojo humano, cosa que pronto provocó el enfado de estos. Al recibir constantes ataques de las criaturas, la madre de Hilda decide que es mejor mudarse a la ciudad, pero la niña ama los bosques y decide hacer una tregua con los elfos.
El final parece encaminarse a ser feliz: Hilda ha vivido toda una aventura con gigantes, ha firmado algunos contratos y ha conseguido que los elfos sean visibles para ella y su madre; una buena tregua. La última escena presenta a la madre de Hilda (quien todavía no puede ver a los elfos) pisando una de sus casitas mientras un gigante ha pisado la casa de Hilda y su madre sin darse cuenta. Una metáfora simple, un mensaje encantador. Somos ignorantes del daño que causamos a quienes no viven en nuestro mismo entorno, estén “abajo”, “arriba”, “afuera”; es difícil ser empáticos cuando no se está en la misma sintonía. ¿Quieren maravillarse más? Tradúzcanlo a la política, el mundo laboral o… para no ir tan lejos, a cualquier relación interpersonal.
La escena también representa un avance. Cuando Hilda ve su casa destruida, aprende a soltar. Cuando mira a los gigantes enamorados, aprende que todo avanza.
Dejar Ir…
Para Hilda, la adversidad a enfrentar es la normalidad de todos. A través de analogías (por ejemplo, cuando aprende a diferenciar las casas comparándolas con las rocas) nos muestra un proceso de adaptación; en el que Hilda descubre las maldades y bondades de un mundo que le es extraño. Aunque al inicio lo pareciera, no es la típica protagonista que “enseña” a los demás a ser bondadosos; por el contrario, aprende de las imperfecciones de los demás y poco a poco el concepto de perfección en la protagonista se va diluyendo hasta mostrarnos a una Hilda más real.
La barrera que separa el mundo de los humanos y el de los seres fantásticos seguro nos es conocida. Es invisible, y todos la llevamos a cuestas; una burbuja que no nos permite entender y aceptar a otros; una burbuja que no nos permite ver que lo excepcional se encuentra en el acto de fluir y adaptarnos. Hilda no es la elegida que debe escapar a buscar un objeto que salve a la humanidad, ella debe reconocer que la salvación no existe; que todo lo que podemos hacer es esforzarnos y superarnos, y que eso está bien, porque nos vuelve humanos.