En México, hablar de cine animado ha sido, durante mucho tiempo, hablar de obstáculos. Presupuesto limitado, escaso apoyo institucional, falta de distribución y una percepción generalizada de que la animación es “solo para niños” han sido algunos de los principales retos para los y las creadoras que apuestan por este formato.
Sin embargo, en medio de ese panorama, surge una obra que no solo desafía las expectativas, sino que podría marcar un antes y un después en la historia del cine mexicano.
Soy Frankelda, dirigida por Roy y Arturo Ambriz, es la primera película mexicana realizada completamente en técnica stop-motion, y ha sido seleccionada en tres de los festivales más importantes del mundo: Annecy en Francia, Fantasia en Canadá y como película inaugural del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG).
Es un logro sin precedentes para una producción animada nacional. Pero más allá de los aplausos internacionales, lo que esta película representa es un posible punto de inflexión para toda la industria: el momento en que la animación mexicana dejó de ser una excepción, para convertirse en una voz con identidad propia, poderosa y legítima.
Con un estilo visual artesanal, una narrativa profundamente emocional y una clara apuesta por el género fantástico, Soy Frankelda no busca adaptarse a las convenciones del mercado global, sino hablar desde su propia raíz.
En un país donde la animación ha estado históricamente subrepresentada, esta cinta no solo destaca por su calidad, sino por su capacidad de imaginar un nuevo camino para el cine animado nacional.
¿Estamos ante el nacimiento de una nueva era para la animación en México?

Soy Frankelda: Animación hecha a mano y corazón mexicano
Soy Frankelda apuesta por una técnica artesanal, meticulosa y profundamente expresiva: el stop-motion. Cada movimiento, cada textura, cada expresión de los personajes es el resultado de horas de trabajo manual por parte del equipo de Cinema Fantasma, estudio fundado por los hermanos Ambriz. La película es, literalmente, una obra hecha a mano, y eso se refleja en cada plano.
Pero esto ya se había visto en la serie de Los Sustos Ocultos de Frankelda, la cual causó conmoción cuando estrenó en 2021 y se convirtió en uno de los títulos más populares del catálogo de HBO Max ese año.
El compromiso estético del filme no es solo una decisión técnica, sino también una declaración de principios. Frente a un mercado que muchas veces exige velocidad y volumen, Soy Frankelda propone detalle y autenticidad.
Su diseño de producción, a cargo de Ana F. Coronilla y Bruce Zick, logra construir un universo gótico y mexicano al mismo tiempo, mientras que la música de Kevin Smithers y el diseño sonoro de Salvador Félix completan la experiencia sensorial con una identidad única.
En ese sentido, Soy Frankelda se distingue de otras producciones animadas nacionales que han buscado replicar fórmulas extranjeras para lograr aceptación global.
Aquí, la apuesta es al revés: crear algo profundamente local para alcanzar lo universal. Y por eso resuena tan fuerte en festivales como Annecy, el evento más prestigioso de animación a nivel internacional, donde la diversidad narrativa y técnica es celebrada como parte esencial del arte animado.

Más que una película, un posible parteaguas
El impacto de Soy Frankelda no se limita a su éxito en festivales. El hecho de que sea la primera cinta animada mexicana en inaugurar el Festival Internacional de Cine en Guadalajara es una señal de que la animación está empezando a ser tomada en serio dentro de la industria cinematográfica nacional.
Esta elección no solo reconoce la calidad artística del proyecto, sino que también abre la puerta a una conversación más amplia sobre el lugar de la animación en el cine mexicano.
Hasta ahora, las películas animadas en México han tenido que luchar por visibilidad, apoyo y distribución. Pero Frankelda demuestra que es posible hacer animación con calidad internacional desde una perspectiva completamente mexicana, y que esa fórmula no solo funciona: es deseada y celebrada.
Si el público responde con entusiasmo, y si las instituciones culturales toman nota, esta película podría ser el punto de partida para una industria animada más robusta, diversa y sustentable.
Además, su éxito puede inspirar a una nueva generación de artistas. Soy Frankelda no es el resultado de una gran corporación ni de una franquicia establecida: es el producto de años de trabajo independiente, de una visión clara y de una profunda fe en el arte narrativo.
Si algo deja claro el camino de los Ambriz, es que sí es posible hacer animación de autor en México, sin sacrificar ambición, estética ni profundidad temática.
Y no podemos ignorar el valor simbólico de que esta obra cuente con el apoyo —pero no la autoría— de figuras como Guillermo del Toro.
Su respaldo no es solo un aval de calidad, sino también una señal de que el talento mexicano está listo para liderar su propio camino, sin depender de tutelajes externos.
Soy Frankelda es el resultado de una evolución importante dentro de la industria de animación nacional, y que podría convertirse en el símbolo de una transformación necesaria.
Si su éxito se traduce en más apoyo institucional, más inversión privada y más confianza en las voces emergentes, estaremos hablando de mucho más que una película exitosa: estaremos hablando del inicio de una nueva historia para la animación en México.
