El Joker ha acompañado una de las preguntas más inquietantes de los últimos años: ¿por qué somos tan violentos?
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, una de las preguntas más importantes entre los científicos europeos tenía que ver con la histeria, el trastorno típico de las mujeres que se manifestaba en convulsiones, insomnio o incluso psíquicamente a través de disociaciones del comportamiento. A menudo asociada con la represión de deseos sexuales, las mueres que la padecían eran tratadas con masajes pélvicos y lavados vaginales, cuando no les metían sangijuelas por todos los orificios. Freud amplió la explicación de esta enfermedad hasta abarcar cualquier tipo de trauma reprimido que quedaba guardado en el inconsciente y brotaba en momentos de estrés o vulnerabilidad emocional.
Un siglo más tarde la pregunta que aflige a la cultura tiene que ver también con un «trastorno», pero ya no de las mujeres sino de los hombres: ¿por qué son/somos tan violentos?
Las cifras y las historias no permiten evadir la responsabilidad, como concluye Anthony Clare:
«A través de diversas culturas, es más de veinte veces más probable que un hombre mate o otro hombre que una mujer mate a otra mujer y aún es más probable que una mujer mate a otra mujer que una mujer mate a un hombre. El número de víctimas de la violencia masculina es horrendo» (Hombres. La masculinidad en crisis, Taurus, p. 60)
En este panorama, la figura del Joker encarna ese apetito violento agresivo no sólo de una sociedad, sino, específicamente, de los hombres de una sociedad.
Por esto, ante el reciente estreno de la adaptación de Todd Phillips, conviene revisitar la cinta a la luz de estas preguntas: ¿por qué es violento el Joker? y ¿cómo la cinta se sitúa frente a esa violencia masculina?
Del caos del azar al revanchismo social
Al comienzo de The dark night (Christopher Nolan, 2008) vemos a un grupo de hombres entrar a robar un banco. Todos llevan el rostro cubierto con una máscara de payaso. Cada uno tiene una tarea que incluye asesinar a algún otro de los ladrones. Dicen que el Joker los contrató. El Joker también lleva una máscara de payaso. Está entre ellos. Cualquiera puede ser él. Uno a uno comienzan a asesinarse. Al final, el que queda es el Joker.
En la cinta de Nolan, el archienemigo de Batman funciona más como un símbolo y como un arquetipo que como un personaje. Su función consiste en desestabilizar moralmente Ciudad Gótica en un momento de por sí díficil de transición política. Un nuevo procurador, Harvey Dent, encarna las esperanzas de los habitantes de tener una ciudad sin crimen y sin criminales. Joker está allí para mostrarles que cualquiera de ellos puede ser un criminal y el dilema de los barcos —uno con reos convictos, otro con ciudadanos «comunes»— se presenta como la prueba máxima para que los propios habitantes decidan qué tipo de hombres quieren ser (las mujeres del barco de ciudadanos siempre permanecen calladas).
El objetivo del Joker de Nolan se cumple cuando Harvey Dent se convierte en un vengador, poniendo a la moral tradicional de cabeza, y deja de ser aquello que la ciudad esperaba. Sólo el sacrificio de Batman puede revertir esa pesadilla.
El mensaje del Joker es claro: «La única ética en un mundo cruel es el azar» y mientras esa máxima la abracen más ciudadanos de Gótica, el caos moral se propagará y ya nadie podrá decidir si un acto violento es legítimo o no, ni podrá poner límites sobre hasta qué punto un acto violento deja de ser malo para convertirse en justo.
Si una de las condiciones de un villano arquetípico como el Joker de Nolan era carecer de historia propia, e incluso de rostro, en el Joker de Todd Phillips el punto de partida es otro. Hay un rostro y una historia personal. Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) sueña desde niño con ser comediante. Como adulto, sólo ha logrado un trabajo outsourcing como payaso. En la primera secuencia, un grupo de jóvenes interrumpen su día laboral quitándole el letrero que llevaba en brazos y, después de una infructuosa persecución, lo muelen a golpes.
Si tanto en la cinta de Nolan como en la cinta de Tim Burton (Batman, 1989), el Joker era presentado desde un inicio como un agente de la violencia, Todd Phillips decide lo opuesto: presentarlo como una víctima de una agresión masculina. Después de ese fatídico hecho, el día a día de Arthur se tornará cada vez más patético: lo corren del trabajo, se acaba su tratamiento psicológico financiado por el estado, se queda sin medicinas, descubre que es adoptado y su ídolo de la comedia, Murray Franklin, lo ridiculiza en vivo.
Cada evento se acumula en una enorme bola de nieve que, toda la trama parece indicarnos, orilla a que Arthur se convierta en el Joker, o que sea poseído por él. Su primer multihomicidio, el de tres jóvenes en el metro, desencadena una serie de acciones propias del revanchismo social, presentado en la cinta con demasiada ingenuidad. El candidato a alcalde, además de multimillonario, Thomas Wayne, piensa que los pobres son unos payasos sin otro propósito más que la agresión irracional. Como respuesta, los pobres irán a demostrarle qué tan violentos e irracionales pueden ser.
Es el caos ¿anarquista? ya no movido por el sinsentido de la maldad, sino por el ansia de que la balanza social se incline, aunque sea un instante, hacia otro lado. La última escena no es otra cosa que un carnaval de la violencia masculina —las ratas saliendo de las cloacas— legitimada en nombre de una lucha contra el «sistema»: un monstruo que en la cinta de Todd Phillips está totalmente desdibujado.
¿La locura como explicación de la violencia?
El elemento que más ha sensibilizado a la audiencia del Joker de Todd Phillips tiene que ver con la caracterización de Arthur con algunos síntomas de «locura», especialmente los ataques de risa descontrolados.
Si en las otras cintas, la sonrisa del Guasón era un enigma, aquí es explicado como un desorden mental. Pero la sonrisa del Joker puede encerrar un acertijo mayor: el de la pregunta por las causas de la violencia masculina.
En The dark knight las historias de origen de la violencia política del Joker variaban: un padre violento, una madre problemática, una relación de pareja fallida; en Escuadrón suicida el Joker fue retratado como un homme fatale, que en sus estrategias de seducción ejercía su violencia, ésta sí dirigida en contra de una mujer, Harley.
En la versión de Todd Phillips el desabasto de medicamentos libera su cuerpo y su mente para convertirse en un multiasesino que quiere, fundamentalmente, cobrar venganza de sus padres (tanto contra la madre adoptiva como contra la simbólica figura paterna Murray). El silogismo que se construye es simple: si hubiera tomado sus medicamentos, no hubiera cometido ninguno de esos actos violentos, auqnue el desasosiego y la infelicidad hubieran, tarde o temprano, encontrado otra vía para estallar. Arthur Fleck es, a todas luces, un histérico.
¿Hombres malos o locos?
Ver una película no se trata primordialmente de extraer lecciones morales. No obstante, el último diálogo de Murray en la cinta de Todd Phillips peca de moralizante. Que matar personas arbitrariamente no es una opción para el cambio social pareciera ser obvio incluso para Arthur. No obstante, la cinta lo quiere dejar en claro, para que no lo malentiendan los fanáticos. El Joker no es ni nunca será un héroe. El héroe está en otro lado, en otra víctima con un contexto familiar mucho más estable y que no depende de antidepresivos.
El Joker es un villano, pero la pregunta por el origen de su villanía y la violencia que desata sigue allí. ¿Por qué? Y la pregunta se vuelve más pertinente cuando la especificamos: ¿por qué la violencia masculina? Joker, y más en la cinta de Phillips que en cualquier otra, es un hombre: sin figuras adultas cariñosas, metido en un contexto infestado de violencia, abusado, dependiente, sin un sistema de creencias filosóficoas o religiosas que lo cobije, desempleado, sin pareja sexual. Es un hombre que ha fracasado en cada uno de los mandatos de la sociedad patriarcal. ¿Eso justifica su violencia? La respuesta que demos a esta pregunta, desde luego, dirá más de nuestra propia experiencia de vida que de la cinta misma.
Anthony Clare sostiene que una consecuencia de atribuir las causas de la violencia masculina a la biología es la hiperconfianza en los fármacos. En Joker esta hipótesis deambula por toda la trama sumada a una idea propia del darwinismo social y del machismo: la única manera de ascender en la escala social es a través del enfrentamiento violento con los demás.
¿Son los fármacos o la violencia los únicos caminos que nos quedan a los hombres? Desde luego que no, pero qué lástima que la industria norteamericana se empeñe en reproducirlos.