JK Rowling, la afamada escritora que pasó a la historia por crear el mundo mágico de Harry Potter, fue objeto de burlas y críticas en redes sociales por un comentario que realizó a través de Twitter, donde apoyó abiertamente a Maya Forstater, una analista que perdió su trabajo por cuestionar una reforma a la ley estadounidense que planea dejar que las personas declaren el género con el que se identifican, dando la oportunidad a personas transgénero de tener una carta de identidad oficial que las reconozca como tal.
Esta no es la primera vez que Rowling se enfrenta al escrutinio público. En 2017, también fue fuertemente criticada por apoyar que Johnny Depp diera vida a Grindelwald, el villano principal de la secuela de Animales Fantásticos (Fantastic Beasts, 2018), luego de que Amber Heard, exesposa del actor, lo acusara de violencia doméstica.
La razón por la que las opiniones de la autora generan tanta polémica, es que los fans más fervientes de Harry Potter han creado un culto también alrededor de la figura de Rowling, y cada que ella se ve envuelta en este tipo de controversias, no pueden evitar sentir que su relación con todo el mundo mágico se está dañando.
¿Exactamente cómo debemos relacionarnos con los autores de nuestras historias favoritas? ¿Debemos obviar toda la personalidad de su creador? ¿O debemos criticarlas con el mismo rigor con el que criticamos a sus autores?
La Muerte del Autor
Esa dicotomía no es nueva. En 1967, el crítico Roland Barthes publicó su ensayo “La Muerte del Autor”, en donde argumentaba contundentemente que la gente debe odiar o disfrutar una obra por la obra en sí misma, ignorando cualquier intención o contexto perteneciente a su autor.
Esa idea es complicada y conflictiva, pues ignorar las intenciones y lo que inspiró a un autor a crear algo en primer lugar es despojarlo de uno de sus componentes clave. Sin embargo, no se puede negar que todas las obras de arte tienen vida, y se desarrollan de manera diferente a través del tiempo, el lugar y la población con que se mire.
Rudyard Kipling, por ejemplo, escribió largo y tendido acerca de la superioridad anglosajona y su lugar privilegiado entre otras razas. Pero, Disney decidió revivir El Libro de la Selva y diluir sus mensajes para entregar una historia sencilla que divirtiera a los niños. En estas épocas, Netflix hizo su propia versión haciendo hincapié en la barbarie del hombre contra la naturaleza.
¿Importan los comentarios y las ideas de Kipling? Quizá como corolario, para entender mejor su figura y de dónde nació su contenido, así como las creencias y lo que consideraban aceptable en su época, pero el tiempo se ha encargado de ir transformando el significado y la intención de sus historias.
Lo mismo pasó con el escritor H.P. Lovecraft, conocido por ser un personaje racista y abiertamente antisemita, que gustaba de incluir lenguaje vulgar y duros insultos hacia la comunidad negra y judía en sus textos. Sin embargo, Cthulhu ahora es uno de los monstruos más afamados de la cultura pop, visto como un ente que representa lo más puro del terror cósmico.
El poder mutable del arte es tan grande, que un grupo de gente bien organizado puede tergiversarlo para enviar los mensajes que más le conviene. Así lo hizo Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, quien dijo que el libro El Guardián entre el Centeno lo inspiró a cometer el asesinato. Y también está el ejemplo de Charles Manson, quien se inspiró en la canción de los Beatles, Helter Skelter, para crear las bases de su secta.
A simple vista, se podría decir que sí, la intención y la biografía de un autor puede ser importante para entender mejor el arte que se realiza en una época determinada. Incluso, muchas veces se utilizarán sus visiones del mundo y sus posturas políticas para legitimar acciones o creencias entre sus fans, las cuales pueden llegar a ser peligrosas.
Pero el valor de la obra por sí misma cambiará dependiendo de las nuevas lecturas o los nuevos significados que adquieran con el tiempo. Y eso es algo que no puede controlar nadie, ni siquiera los mismos autores.
JK Rowling cambió por completo eso.
O Mueres siendo un Héroe…
El apogeo de J.K Rowling y Harry Potter llegó justamente cuando el internet estaba revolucionando al mundo. Por primera vez en la historia de los fandoms de historias épicas, personas de todo el mundo podían intercambiar opiniones, teorías, dibujos e historias alternas que alimentaran su pasión por la odisea del niño que vivió. Y eso, en un momento, le encantó a Rowling.
Rowling no sólo apoyó a sus fans cuando ejecutivos de Warner se dieron a la tarea de demandar y tirar los sitios que construían en internet, ella continuamente hablaba con ellos y respondía preguntas sobre los más mínimos detalles de su historia. Incluso, después de acabada la saga, creó Pottermore, un sitio que servía para que los fans se sintieran más cercanos a la historia y ella, de manera oficial, siguiera expandiendo su mundo mágico.
Hasta ahí, parecía que Rowling estaba cambiando por completo la manera en la que los fans se relacionaban con las historias y con sus creadores. Aparentemente, había abierto la puerta a que sus seguidores retroalimentaran su proceso creativo, y ella se mostraba muy receptiva tanto a críticas y quejas, como a las ideas e inspiraciones que Harry Potter provocaba.
Pero, con el tiempo, Rowling demostró que seguir en el reflector le era mucho más importante que contar una buena historia.
…O Vives lo Suficiente para Convertirte en Villano
La primer gran controversia llegó cuando Rowling aseguró, en una conferencia de prensa, que Dumbledore era gay. Uno de los personajes más queridos representaba a uno de los grupos más vulnerables, ¡y eso era genial! Pero había un pequeño problema: no había ninguna insinuación de esto dentro de la historia original.
Y la cosa se puso peor: en Fantastic Beasts, a pesar de ser supervisora y co-escritora, tampoco se ha atrevido a introducir abiertamente la preferencia sexual de Dumbledore dentro del canon oficial.
¿Cuál era el objetivo de mencionar eso y no incluirlo por ningún lado en la historia original? Se sentía como algo que quería hacer para consolar a ciertos grupos de fans, y que lo hacía solamente para que ella se mantuviera relevante.
Lo mismo pasó cuando Rowling aseguró que nunca había descrito claramente el color de piel de Hermione Granger. Esto causó conmoción no tanto por la intención de la autora en defender que una actriz afrodescendiente interpretara al personaje en la obra de teatro The Cursed Child, sino porque sí lo había mencionado dentro de los libros, y los fans se lo hicieron ver.
La desilusión siguió cuando mencionó que la licantropía dentro del mundo de Harry Potter era una metáfora al VIH. Pero al parecer, también olvidó que, de los únicos dos Hombres Lobo que se dan a conocer dentro de su mundo, uno es descrito por ser vil y cruel, con el único objetivo de infectar a otras personas con su condición.
Rowling desdibujó la línea entre la autoridad autoral y las fantasías de sus fans, quitó las barreras del determinismo del canon. Harry Potter era algo vivo, que podía cambiar con el tiempo y adaptarse a nuevas exigencias o nuevos retos, y que podía seguir inspirando a muchas generaciones.
Pero Rowling no hizo esto porque estuviera preocupada por enriquecer su historia.
Harry Potter no se salva
De repente, críticos y fans encontraban cada vez más mensajes conflictivos, contradictorios y hasta discriminatorios dentro de Harry Potter. Pero eso era porque los mismos comentarios de Rowling abrían esa controversia.
Rowling obligó a los fans a que no distinguieran entre el autor y su obra. Si se da cuenta de algún tema saliente que omitió en su tiempo, lo arregla con un tweet o con una declaración, y como ha demostrado que no le importa que eso tenga coherencia con lo que estableció anteriormente dentro del canon, son los fans quienes terminan llenando los espacios, sintiéndose culpables y culpando a la historia cada que Rowling suelta un comentario controversial.
Rowling demuestra que cualquier obra de arte puede cambiar y obtener nuevos significados, pero que el autor importa bastante, y puede tener gran influencia en la manera en la que se piensa o se habla de su contenido. No se puede ignorar por completo a un artista y menos cuando busca tanto el reflector, pero parte de lo que hace rico y diverso al mundo es la posibilidad de conocer y pensar obras de arte creadas con completa libertad, y sujetas al escrutinio público.
Quizá no se pueda ignorar por completo al artista, pero el arte debe vivir, debe criticarse, debe cambiar. Y, sobre todo, debe disfrutarse.
¿Ustedes qué piensan, Cinéfilas y Cinéfilos? ¿Debe criticarse toda obra por un autor? ¿O debe vivir aparte? ¡Déjenos sus Comentarios!