La mañana de hoy, lunes 24 de febrero de 2020, un jurado de Nueva York declaró a Harvey Weinstein culpable de dos delitos: cometer un acto sexual criminal en primer grado con una mujer y violación en tercer grado con otra mujer. Si bien es cierto, que Weinstein podrá recibir una condena muy larga, el jurado absolvió por las tres acusaciones más graves que enfrentaba el exproductor de Hollywood: dos cargos de agresión sexual depredadora y violación en primer grado.
Conforme la noticia ha ido escalando en las redes sociales, me he encontrado con cometarios de hombres que van desde la celebración por haber condenado al «monstruo» hasta los buenos deseos de que el magnate se «pudra en la cárcel».
Encuentro en esa visceralidad un despliegue de máscaras para evadir las responsabilidades que como hombres tenemos en este tipo de acontecimientos. Los siguientes párrafos son un intento por acercarnos a Weinstein y, en ese movimiento incómodo, descubrir que nuestras reacciones, si queremos sociedades diferentes, tienen que dirigirse hacia otro lado.
El caso de Harvey Weinstein
En octubre de 2017, estalló la bomba. Tanto en el New York Times como en The New Yorker, se presentaron testimonios que responsabilizaban a Harvey Weinstein por delitos sexuales. También se caracterizaba ese comoportamiento como habitual en su carrera desde 1990. Cerca de 80 mujeres manifestaron haber sido víctimas y sobrevivientes de los acosos, hostigamientos, abusos y violaciones de Weinstein.
Weinstein fue fundador de las empresas Miramax y The Weinstein Company. A partir de 1989, con la cinta dirigida por Soderbergh Sexo, mentiras y video Miramax se convirtió en una de las productoras independientes más importantes de Hollywood. En 2005 Weinstein se separó de Miramax para crear The Weinstein Company en compañía de directores como Quentin Tarantino y Robert Rodríguez.
A raíz de las acusaciones, el entonces hombre de 65 años fue expulsado de su productora y empezó a enfrentar un proceso legal que apenas esta semana habrá concluido.
Productor de cintas tan emblemáticas para Hollywood como Shakespeare in love, Pandillas de Nueva York, Pulp fiction, Chicago y Sin city, su nombre se convirtió en un lugar común en las ceremonias Oscar donde era mencionado una y otra vez en los agradecimientos. Con las acusaciones, sin embargo, comenzó a asomarse el fango de dolor y violencias que su vida dentro de la industria había provocado, así como las redes que habían hecho posible el blindaje de Weinstein ante cualquier intento de acusación.
Fraternidades cómplices y cultura de la violación
Weinstein supo siempre que su nombre peligraba dado su comportamiento. Cuando aumentaron los rumores en 2016 de que las acusaciones podían salir a la luz, Weinstein contrató servicios privados para acechar a aquellas mujeres o periodistas que trataban de evidenciarlo. No era la primera vez que acudía a estrategias de intimidación para evitar que algún escándalo pudiera empañar su carrera.
No obstante, estas corporaciones de seguridad sólo eran un pequeño eslabón en la maquinaria de hombres que fueron cómplices de Weinstein. Directores y actores reconocieron que sabían sobre el comportamiento de Weinstein y pidieron perdón por no haber hecho nada en ese momento. Quentin Tarantino, por ejemplo, lamentó no haber asumido ninguna responsabilidad cuando se enteraba de que algo semejante ocurría. De igual forma, Matt Damon se disculpó por las ocasiones en las que él había estado presente en el estudio y alguna mujer había sido abusada sin que él lo notara.
Feministas y teóricos de las masculinidades han sido claros en señalarlo: para que un hombre como Harvey Weinstein pueda existir (con una carrera tan exitosa como repleta de violencias sexuales en contra de las mujeres), es necesario que hay otros hombres que lo legitimen, que lo aplaudan, que le ayuden, que guarden silencio, que mientan.
Pero no sólo eso. Sólo en una cultura de la violación como la nuestra, la carrera de Weinstein era posible.
En sociedades en las que en los casos de violencia sexual se culpa a las víctimas estamos frente a una cultura de la violación donde esta última acción es incluso recompensada por los hombres pares. La cultura de la violación se expresa y se perpetúa, sin embargo, de formas mucho más sutiles: la popularización y aprobación de chistes sexistas y misóginos, el consumo abusivo de pornografía, los grupos de whatsapp donde circulan nudes, la apreciación de la agresividad sexual como un atributo positivo, el menosprecio del consentimiento, la representación de la violencia sexual como algo sexi y erótico, etcétera…
Ha sido en gran medida gracias a las denuncias de las mujeres que han sido víctimas y sobrevivientes de violencia sexual en la industria del cine y el entretenimiento, pero no sólo allí, que esta cultura ha empezado a ser cuestionada y comienza a transformarse.
El #MeToo y la responsabilidad de los hombres
El caso Weinstein permitió y favoreció que tanto en Hollywood y en las industrias de otros países muchas denuncias más comenzarán a aparecer. En México, por ejemplo, gracias al #MeTooCineMexicano y al movimiento #YaEsHora, se hicieron visibles numerosos actos de violencia cometidos por directores, periodistas, críticos o profesores.
No es de extrañar que, de inmediato, muchos hombres comenzarán a sospechar de las denuncias y a tratar de deslegitimar la voz de las víctimas, así como a minimizar sus declaraciones. Las distintas áreas de la industria mexicana están muy lejos de solucionar el problema, pero las mujeres continúan sus procesos organizativos y sus acciones.
¿Qué sucede con los hombres? Casi nada. Las lealtades, los silencios, las omisiones siguen llevándose a cabo. Las descalificaciones a las víctimas continúan. Ante el caso Weinstein y otros casos atroces que suceden día a día en México, los hombres miramos de reojo a esos «monstruos» y pasamos de largo. Tememos acercarnos a ellos para encontrarnos allí, reflejados.
Ése es el primer movimiento que hay que hacer. Reconocer que somos parte de las fraternidades que (con acciones y omisiones) solapan a hombres agresores, acosadores, violadores. Reconocer que nuestras violencias de baja intensidad (los chistes, los piropos, el abuso de pornografía, la normalización del acoso, la indiferencia en las calles) contribuyen a soportar la cultura de la violación que hace que un hombre como Weinstein exista y sea declarado culpable, sí, pero no de todos los delitos que cometió.
Cuando como hombres dejemos de establecer una distancia con los agresores y nos responsabilicemos también de esos actos; cuando identifiquemos y rompamos las lealtades que nos unen a ellos y abandonemos los beneficios que nos deja la cultura de la violación; cuando dejemos de sospechar de las declaraciones de las mujeres, cuando dejemos de buscar el protagonismo en sus iniciativas, entonces habremos comenzado a hacer lo que nos toca.