2020: La muerte inminente del Oscar

La Academia tiene dos opciones: evolucionar o morir.

Adaptarse para sobrevivir. Evolucionar, cambiar, seguir latiendo en una realidad que poco a poco condena lo anticuado al olvido. Ese es el lema con el que cientos de ideas han logrado mantenerse a flote, agonizantes, en un mundo que cada vez se mueve más y más rápido.

Es cierto que existió un momento en que los Oscares se dedicaban al oficio del cual intenta convencer a su público hoy: reconocer el séptimo arte en todas sus manifestaciones y disciplinas, buscar entre el centenar de contendientes a la mejor cinta, al mejor actor, la mejor expresión artística que se hubiera visto en la pantalla hasta entonces. 

Sin embargo, también es verdad que con el correr de sus ediciones y en entregas más recientes, el galardón ha dejado de lado su juicio artístico para convertirse en un concurso de popularidad, una competencia contra sí misma por vencer los ratings del año pasado, y un esfuerzo por seguir generando ingresos y conseguir patrocinadores.

oscar 2020

La credibilidad del Oscar se ha puesto en juego miles de veces en las últimas décadas, sobre todo ante los truculentos climas políticos que la nación sede ha vivido sin descanso. No obstante, es en estos días que la pregunta parece una más una afirmación que una suposición lejana: ¿Están los Premios Oscar a punto de morir?

Fórmula vs Controversia

Podríamos imaginar que al comparar la ceremonia venidera del 2020 contra una edición de los años 40, los nominados serían tremendamente distintos entre sí. No obstante, lo que más de noventa años de premiaciones han entregado a sus espectadores es una fórmula que el cine, y la estatuilla, no se cansan de repetir… a menos que exista un movimiento del cual colgarse para dárselas de progresistas.

El peso de los premios de la Academia jamás ha recaído exclusivamente la elección de una película sobre otra. 92 años de historia le han cedido al galardón la oportunidad de ser un espejo a los valores de Hollywood del pasado y el presente; una ventana al entorno social que vivía, no sólo Estados Unidos, sino el mundo entero, en las distintas décadas que sus nominados retrataban.

oscars 2020

Casi pareciera que los premios, y la industria Hollywoodense en general, necesitan hallarse en medio de un ambiente controversial para optar por historias que vayan más allá de lo superficial. Se necesita de un #BlackLivesMatter para que una productora apueste por una cinta que aborda de frente temas de racismo, o que considere siquiera a un actor de color para el protagónico.

Tienen que existir casos como el de Harvey Weinstein para que los proyectos encabezados por mujeres tengan una oportunidad bajo el reflector. Es necesario hablar de tensiones en la frontera para que actores, directores, músicos y demás creativos latinos sean considerados para la ceremonia. 

Uno creería que tales sucesos sociales bastarían para cambiar la estructura de los Oscares, del cine, y del medio del entretenimiento para los años venideros. Que en la siguiente entrega, se escogerían proyectos que se alejan de los perfiles que hemos visto en la pantalla innumerables veces. Pero no es así.

Y no, no es que las películas nominadas no merezcan el reconocimiento (bueno, algunas no), o que debamos quitar a alguno de los directores para cambiarlo por una mujer (aunque el snub a Greta Gerwig, y al conglomerado de directoras que no figuran en la lista es imperdonable), ni que tengamos meter a la fuerza una película con un discurso social.

Es más que historias que pudieron encontrarse en la carrera por la estatuilla y ser portadoras de un mensaje contundente, ni siquiera lograron llegar a una etapa de producción; porque las distribuidoras decidieron que ya no era importante abarcar sus narrativas ni hablar de sus personajes, o simplemente que sus statements eran “tan del 2017” (Moonlight, Fences). Las oportunidades quedaron en manos de los de siempre.

Subirse a una tendencia no significa adoptarla

La Academia quería demostrar en un pasado que podía sobrevivir a un tiempo de tendencias (#OscarsSoWhite, #MeToo), subiéndose a la controversia y pujando por filmes de dichas categorías, por ejemplo: Green Book (2018), que ponía sobre la mesa un diálogo acerca del racismo, pero sin ser en exceso confrontativo como para molestar a los más conservadores. O directores mexicanos llevándose el premio a casa, sin contar necesariamente una historia que tuviera que ver con los roces políticos de su nación de origen con el país anfitrión; sino con cuentos fantásticos (The Shape of Water, 2017), historias dramáticas de ciencia ficción (Gravity, 2013), o uno de los favoritos de la Academia: la tragedia en la vida de un artista en decadencia (Birdman, 2014).

Les interesaba que las audiencias los consideraran correctos, que dijeran “¡Fantástico” ¡El mundo está cambiando y se siente en el cine!”, “¡El poder latino está conquistando!” o simplemente “Qué bueno que se cuentan historias globales que nos interesan a todos, no sólo a América”.

Pero si hay algo que sus votantes han demostrado, es que subirse a una tendencia no significa necesariamente adoptarla, mucho menos cambiar por ella. 

Al entrar a un año donde la honestidad se confunde con híper patriotismo, y donde el “todas las opiniones importan” se ha vuelto un pase para ser racistas, misóginos, y homofóbicos sin consecuencia, la Academia muestra los verdaderos rostros de sus contribuyentes. Y así, sus miembros admiten que lo políticamente correcto es un peso del que quieren deshacerse, y que el arte en el que creen, siempre se alineará a sus creencias personales. De tal forma, el portal Hollywood Reporter comparte las opiniones anónimas de dos jueces, quienes tras la excusa de “honestidad en bruto”, dejan ver qué tanto influye el odio sobre su decisión.

Quentin Tarantino tiene mi voto, porque quiero que un director estadounidense gane”, “Las actrices británicas no deberían interpretar personajes americanos, por eso odio Little Women”, “Si los directores británicos quieren un premio, ahí tienen los BAFTAS, hay premios franceses también, los Oscar son cosa de Estados Unidos”.

No quiere decir que sus 8,469 miembros compartan en totalidad dichas ideas; pero sí los suficientes para modificar la balanza en favor de algunos perfiles muy específicos. De ahí que el 80% de los nominados en 2020 sean predominantemente blancos, en historias esencialmente masculinas y sí, caucásicas. 

Operación: Estatuilla

Si a esta subjetividad añadimos las incansables campañas que los estudios ponen en marcha para resultar victoriosas, la competencia se vuelve menos sobre qué película es mejor por sus virtudes, sino cuál se ajusta más a la visión de sus evaluadores y qué tan grandes son los beneficios obtenidos al votar por ellas. 

En la Guía de Premiaciones, Vanity Fair comparte algunas de las estrategias más utilizadas por las mentes maestras tras las campañas para hacer de sus películas los máximos ganadores de la noche. 

“Si eres un actor y tu trabajo tiene potencial, pasarás la temporada de premios volando entre Nueva York y los Ángeles, atendiendo proyecciones privadas y entrevistas con los miembros de la Academia; apareciendo en cada almuerzo, ceremonia y gala; […] y aceptando entrevistas casi diario, con la esperanza de aparecer en una portada o dos”. 

De forma similar, los intereses de la Academia, sobre todo la necesidad por ser percibidos como “profesionales” en su rama, influyen directamente en la elección final. Es decir que mantienen un patrón al considerar a sus nominados, el cual Collider define de la siguiente manera: 

Si quieres ganar a mejor película, sé relevante. El nominado más largo en duración y mejor puntuado. Y también, cuenta una historia de guerra… ah, y no seas gracioso.” Lo sentimos, JoJo Rabbit.

En números, el 89% de los nominados (hasta 2018) son cintas dramáticas. De éstas, al menos un 83% son protagonizadas por hombres, y su historia, consecuentemente, apela por los valores en los que el gremio se alza: el rol del hombre americano ante las adversidades de la vida… usualmente algún conflicto bélico.

Oscar

Con todos estos elementos, las apuestas alrededor de la próxima entrega del Oscar es más una tarea de análisis, una lista de condiciones con las que cada contendiente debe cumplir si espera tener una oportunidad en los premios más formuláicos del mundo. 

Por lo que, con filtro pesimista, no creemos que el trofeo a Mejor Película sea otorgado por mérito. Parasite (Bong Joon-Ho), en palabras de uno de nuestros autores, es LA gran película de 2019; un constante salto entre diversos géneros […] y una clara crítica al capitalismo y clasismo. Más no tiene oportunidad contra 1917 (Sam Mendes), definido como un experimento cinematográfico sin una historia convincente; un conflicto envolvente y dramático por su heroísmo patriótico (¡ding! ¡ding! ¡ding!), que ganará la estatuilla más por eso que por los aciertos que muchos se niegan a ver.

Por su parte, el triunfo de The Irishman descansaría más sobre la carrera de Scorsese, que sobre su narrativa. Así como Once Upon in Hollywood (una de las más apostadas en esta temporada), vencería por su cuento de hadas sobre un lejano y entrañable Hollywood, que somos demasiado jóvenes como para recordar.

Podremos tener buenas películas entre los nominados, eso no se pone en duda. Sin embargo, la pregunta que sí queremos dejar es si en 2020 éstas son en serio las mejores historias que podemos contar.

Quizá los Oscares sobrevivan un par de lustros más para celebrar su centenario, pero eso es todo. El mundo no dejará de cambiar, de exigir nuevas ficciones que se ajusten a su presente. Y la Academia tiene sólo dos opciones frente a sí: evolucionar y renovarse desde el núcleo, o morir siendo la peor versión de sí.