Volvemos al lugar de ensueño, donde el caos ha tomado el control.
Ha pasado más de un año desde la última vez que vimos a Dolores Abernathy definir su propia historia. Romper el sueño, y de paso, hacerse con la idea de conquistar Westworld: su mundo.
En la temporada anterior, Westworld atrapó audiencias con su trama única: Un parque de diversiones ambientado en el Viejo Oeste; donde los invitados son libres de hacer lo que ellos quieran, y los anfitriones — máquinas creadas a semejanza humana —, existen para cumplir tales sueños.
Entre la búsqueda por el centro del laberinto, la misteriosa identidad de The Man in Black; y ese deseo de Maeve por ser más que sólo un anfitrión sujeto a deseos ajenos; los diez primeros episodios de la serie resultaron una verdadera montaña rusa.
Ahora, por fin volvemos al lugar de ensueño; donde el caos ha tomado el control.
Desde el primer momento la serie está presumiendo su forma de continuar la historia. La nueva secuencia de inicio resulta tan cautivadora como la primera; acompañado de la familiar música de Ramin Djawadi, y lanzando pistas sobre lo que vendrá en el futuro… Pues recordemos que en Westworld nada aparece sólo porque sí, y que incluso en los títulos podemos encontrar alguna que otra pista.
Una vez empezado el capítulo, la serie se toma momentos para plantearnos el sitio donde estamos ahora, y recordarnos el lugar donde nos quedamos; dejándonos la incógnita de todo lo que sucedió entre tales puntos: El cómo llegamos ahí.
Quizá Westworld es una de las pocas series que pueda seguir jugando con esta atemporalidad a pesar de haberla utilizado en episodios anteriores; pues muchos temíamos que se rompiera este juego de tiempo y continuáramos con una trama lineal. No obstante, a su regreso vuelve a usar la tarjeta anticronológica; cosa que, no sólo funciona, sino que logra emocionar a los ya fanáticos del show.
Como era de esperarse, la estética de la serie se mantiene impecable; y el trabajo de producción y diseño luce de forma natural, sumergiéndonos de inmediato en este mundo al que habíamos ansiado volver. El guión brilla una vez más entre diálogo, acciones y silencios; y el ritmo del episodio es constante.
En cuanto a la historia en específico, comenzamos a plantearnos una serie de preguntas que nos costará varios episodios resolver. Y al mismo tiempo, responde los cliffhangers más importantes del final de la temporada pasada.
Una de las cosas que resulta más impresionante, es esta evolución asumida de los personajes; y el cambio tan drástico que, si comparáramos con sus versiones del 1×01, bien podríamos decir que se trata de dos personajes distintos. Tal detalle es sobre todo visible en Dolores Abernathy (Evan Rachel Wood); quien se presenta alejada de su programado estilo de campesina, y asume el liderazgo de una revolución.
Es en torno a ella que comienza a disolverse un concepto con el que nos habíamos quedado la temporada anterior: El hecho de que los anfitriones sean los buenos, y los invitados los malos. Pues, si algo demuestra Dolores, es que en esta guerra todos pueden jugar a ser el héroe y el villano, y el concepto del bien y el mal es algo tan difuso como un sueño.
La actuación de Wood luce en todo momento; con cada diálogo y cada gesto del personaje, quien continúa transmitiendo esa sed de libertad y justicia. Sin embargo, también se da a entender como una entidad mecánica. No deja de ser un robot, a fin de cuentas; y de alguna manera que sólo este elenco puede lograr, tal hecho se equilibra con la parte de conciencia humana que cada uno expresa a su manera.
Thandie Newton vuelve a encabezar la lista de lo más emocionante de Westworld; trayendo a Maeve de regreso a este universo caótico, y recordándonos que si hay alguien que aún tenga el control sobre este desastre, es precisamente ella.
En cuanto al personaje en particular, una nueva sombra de humanidad asoma. Pues si bien, como todos, mantiene esa esencia de creada-no-engendrada; también se luce como un ser que está un paso adelante, siendo mucho más audaz que los humanos y con un latente sentido de supervivencia. Maeve se roba el capítulo con cada aparición y se corona como la reina de la serie.
Y ya que tocamos el tema de la supervivencia; recorrer la travesía de los pocos invitados que siguen con vida, tras el ataque de los anfitriones, mantiene al público en un constante estado de ansiedad. Es aquí donde se exhibe lo peor y mejor de los anfitriones liberados; quienes, como todo humano, son una mezcla de virtudes y defectos… varios defectos.
Y así como existen hosts malos, también tenemos otros que no forman parte de la batalla. Estos siguen el perfil previamente programado, que los deja como inocentes, y más tarde como daños colaterales de una rebelión a la que no pertenecen.
Es a través de estos puntos que ya mencioné que se establecen las declaraciones de Westworld; incluyendo la necesidad de The Man in Black, — o William pa’ los cuates—, por seguir su juego… Lo que al final nos deja dudando sobre cuál será su papel dentro de esta guerra, y si todo seguía estando planeado por Ford.
Pero las preguntas grandes, quedan en su mayor parte en manos de Bernard; a través de quien veremos las consecuencias de las acciones del resto de los androides, y la lucha por comprender qué es y de qué lado debería estar.
Aquí donde se arrojan una serie de time loops, decisiones confusas, y black-outs que iremos resolviendo con el transcurso de la temporada; mismos que culminan con una única frase pronunciada por él mismo:
Yo los maté.
No escribiré cuáles son las dudas con las que nos deja el regreso de la serie, pues sería un baño de spoilers digno de narrarse como una carnicería. Sin embargo, podemos decir que, como Dolores, Maeve, y Bernard; nosotros también tenemos un millón de razones para seguir de cerca cada movimiento en Westworld.