Se acerca la pelea entre Godzilla vs King Kong, ¡por lo que te brindamos argumentos para ser Team Kong!
Estamos a punto de observar una pelea de proporciones épicas, ya que la cuarta película del Monsterverse involucrará a dos de los monstruos más queridos por las personas espectadoras: Godzilla y King Kong. Dicho encuentro ya ha dividido a la/os fanáticos/as en dos equipos, los cuales apoyan respectivamente a su personaje favorito.
Sin embargo hoy repasaremos la historia de King Kong: el gigante primate que llegó a la pantalla grande como resultado de los experimentos fílmicos de Merian C. Cooper y Douglas Burden, y durante el nuevo milenio se convertiría en una alegoría anticolonialista, subvirtiendo los clichés del género de acción.
Un producto de la experimentación
Merian C. Cooper era un militar conocido por pelear en la Primera Guerra Mundial y en el combate entre Polonia y la Unión Soviética entre 1919 – 1921. Tras escapar de un campo de prisioneros en el segundo conflicto, el estadounidense volvió a su hogar donde se desempeñó como reportero, aunque rápidamente abandonó dicha profesión para convertirse en explorador.
En sus viajes llevaba consigo una cámara, la cual utilizaba para filmar a personas y animales reales en las exóticas locaciones que visitaba, posterior a esto editaba el material de manera que el mismo compusiera una especie de drama documental.
Dichos trayectos sedimentarían su curiosidad sobre los simios, como rescata el historiador cinematográfico Ray Morton, por lo que pronto veríamos algún proyecto que involucrará a los mismos. Fue entonces que en un viaje a Indonesia junto a su colaborador habitual: Douglas Burden, que Cooper se interesaría en una especie del lugar: los dragones de Komodo, en quienes el exmilitar veía al enemigo perfecto para su nueva historia, pero aún faltaban elementos para conformar el drama.
Nuevamente una experiencia cercana a su persona terminaría por inspirar su nueva obra, en esta ocasión su compañero Burden fue el catalizador de la misma: tras capturar a un dragón de Komodo y trasladarlo a la Cuidad de Nueva York, donde lo llevaría al zoológico de Central Park, lugar en el que estaría en exhibición durante un tiempo antes de fallecer.
Así Cooper conformaría la trama de su nueva película, la cual giraría en torno a una expedición realizada en una isla donde habitan un Gorila y dragón de Komodo gigante, quienes mantendrían una pelea en la que el simio saldría victorioso, para después ser capturado, llevado a New York y puesto en un zoológico, lugar del cual escaparía causando un montón de destrozos, llevándolo a ser asesinado. Incluso en algún punto de la narrativa el mono secuestraría a una mujer que formaba parte de la excursión.
Existen algunos rumores sobre que este último detalle en su relato se vio influido por Ingagi, una película perdida de 1930 dirigida por William Camp, la cual se enmarca dentro del género explotation: es decir filmes de bajo presupuesto que tienen la intención de impactar al público, abordando temáticas como la sexualidad, drogas, violencia, entre otras, desde una perspectiva amarillista.
La cinta en cuestión se adentraba mediante una estética audiovisual similar al documental, en la historia de una tribu africana, donde las mujeres eran entregadas como esclavas sexuales a los gorilas. El susodicho largometraje tuvo un éxito rotundo en Estados Unidos donde recaudó 4 millones en taquilla, y este dato en conjunción a las similitudes entre la trama de Kong e ideología conservadora de Cooper, ha llevado a muchos a tejer teorías que conectan ambas obras, aunque no sabemos si esto es realidad.
Lo que si se conoce es que Cooper estuvo años buscando dinero para su largometraje, pero eran tiempos de la Gran Depresión y nadie quería financiar su expedición, porque además el exmilitar tenía la idea original de ir a África, capturar un gorila y llevarlo a Komodo, donde filmaría su película.
Obviamente no consiguió esto último, pero si un empleo como el asistente de David O. Selznick, el dirigente de la productora que dio vida a Citizen Kane: la RKO Pictures. Entre los labores que desempeñaba en la empresa, se encontraba el decidir que proyectos seguían adelante y cuales no.
Un día llegó hasta sus oficinas un guión titulado Creation, dicho escrito se encontraba firmado por Willis O’Brien, un hombre pionero en la animación stop-motion, quien en 1925 había utilizado esta técnica cinematográfica, para adaptar un relato de Arthur Conan Doyle conocido como El mundo Perdido, cinta que contenía una trama similar a la idea de Cooper, pero en vez de un gorila tenía como protagonista a un dinosaurio.
Creation sería la secuela de dicho largometraje, y O’Brien tenía pensando realizarla bajo la misma idea stop-motion, técnica que Cooper vería como la oportunidad de llevar a cabo su proyecto, el cual podría filmarse en los estudios de la RKO, además que O’Brien podría animar al simio.
Así en 1933, el sueño del exmilitar vería la luz bajo el nombre de King Kong, a quien David. O. Selznick apodaría como La octava maravilla. El filme impresionó por su narrativa que combina la susodicha técnica de animación con metraje live action, lo que daría como resultado la estética que siempre caracterizó la obra de Cooper: el drama documental.
Género cinematográfico bajo el cual nos regalaría una de las escenas más icónicas en la historia del séptimo arte: la de Kong trepado en la cima del edificio Empire State, rodeado por una serie de helicópteros listos para dispararle. Sobre dicho instante, Cooper diría que se le ocurrió mientras se encontraba en el centro de Manhattan, cuando de pronto observó volar un avión alrededor del edifico Woolworth.
La historia es falsa, en realidad el exmilitar sólo era fan de hacer las cosas más espectaculares, y la idea original era que el primate trepara el inmueble Chrysler donde sería alumbrado y posteriormente caería, pero mientras escribía el guión se abrió el Empire State, el cual era más grande que la construcción ya mencionada, ¿y qué era mejor que luces apuntando al protagonista? Avionetas del ejercito.
Sin embargo como el historiador cinematográfico Ray Morton señala, la cinta temáticamente es un reflejo de sus tiempos, los cuales estaban caracterizados por el racismo y la fiebre imperialista, el cual se puede ver reflejado en la voracidad con que son representadas las personas habitantes en la Skull Island, quienes fungen como alegorías a la visión norteamericana del pueblo africano y asiático, estereotipo que de la misma manera se ejemplifica en la figura de Kong, quien actúa como una bestia que arremete indiscriminadamente contra aventureros, dinosaurios, neoyorquinos y edificios.
Algunas personas más optimistas ven en esta cinta lo contrario: una alegoría anticolonialista, donde el simio funge como un orgulloso y determinado guerrero indígena, quien se rebela al ser secuestrado y alejado de su hogar para entretener a un montón de gente blanca, pero aunque ciertos elementos pudieran indicarnos que esta perspectiva es correcta, siendo sinceros esta interpretación es demasiado forzada y dicha reflexión, más bien pertenecería a la adaptación que Peter Jackson haría varias décadas después.
Un Kong en Japón, ¡Ay, no!
Tras el éxito de la película, la máquina hollywoodense aceleraría marchas y ese mismo año se estrenaría The Son of Kong, filme dirigido por Ernest B. Schoedsack donde la trama sería similar a su predecesora pero con el primogénito del simio, quien moriría salvando al humano protagonista Carl Denham (Robert Armstrong).
Tras el fracaso que recibió en crítica y taquilla este último largometraje, el personaje entró a la congeladora durante varias décadas, hasta que en 1962 un productor independiente conocido como John Beck, quien poseía un guión escrito por Willis O’Brien donde Kong luchaba contra un Frankenstein gigante, vendería los derechos del afamado mono a la Toho Company Ltd, empresa que sustituirá al Prometeo moderno por su querido kaiju: Godzilla.
Así bajo la dirección del creador de Gojira: Ishiro Honda, Kong tendría dos adaptaciones japonesas, la primera combatiendo contra el monstruo surgido de las bombas atómicas, y la segunda: El regreso de King Kong (1967), donde se enfrentaría a una versión robótica de si mismo.
El primate no tardaría mucho en volver a Estados Unidos, en 1976 tendría su reboot en tierras norteamericanas, y lo único que cambió conforme a la trama original fueron dos cosas: en vez de un grupo de cine quienes llegaban a la isla de Kong lo hacían en búsqueda de petróleo, esto le añadía un interesante subtexto ambientalista sobre como las potencias explotan el material de otras tierras. Y en segundo lugar, se exacerbaba el deseo sexual de Kong hacia la mujer protagonista de turno, interpretada por Jessica Lange.
10 años después se estrenaría una secuela directa: King Kong Lives (1986), donde por primera vez veríamos que los sentimientos del personaje serían correspondidos por una mujer de su misma especie, con quien intenta escapar tras ser atrapados por un grupo de científicos. Nuevamente Kong sería asesinado, tanto a nivel narrativo como en lo referente a crítica y taquilla, donde sus bajos números le condenaron durante varios años.
La redención del siglo XXI
No sería hasta 2005 que Kong volvería a la pantalla grande de la mano del director Peter Jackson, quien tras dirigir la taquillera y alabada por la crítica cinematográfica: trilogía de El Señor de los Anillos, elegiría hacer el reboot del personaje que marcó su infancia.
Quizá la combinación de esta pasión con el talento personal del director neozelandés, fueron los elementos catalizadores de la que hasta la fecha, es considerada por la mayoría de personas espectadoras, como la mejor película de King Kong. La trama en esencia es la misma del filme original, sin embargo Jackson actualiza el relato en forma y fondo.
Sobre lo primero, si la animación stop-motion de Willis O’Brien fue un elemento narrativo revolucionario para la época, el uso de CGI y motion capture harían lo propio en esta versión, no sólo entregándonos secuencias visualmente alucinantes que hasta la actualidad lucen bien, sino que a partir de esta técnica permitió brindarle a Kong algo que había carecido en cualquiera de sus adaptaciones pasadas: personalidad, elemento que nace como extensión de la brillante interpretación kinestésica y facial, del rey de esta herramienta: Andy Serkis.
Esta característica a la vez nos permitiría empatizar con el primate, quien en esta ocasión se vería en un relato que de manera intencional fungiría como una alegoría anticolonialista, donde los peores vicios de la misma ideología son planteados en el director de cine interpretado por Jack Black, quien es un hombre conquistado por la avaricia, capaz de sacrificar cualquier vida con tal de obtener dinero y fama.
Trasfondo temático que mejoraría aún más en el siguiente reboot del personaje en 2017, ya que en Kong: Skull Island el cineasta Jordan Vogt-Roberts actualizaría secuencias que bajo la anterior filosofía, aún resultaban disonantes en el filme de Jackson: la tribu no serían más unos salvajes que hacen sacrificios, y a pesar de una escena con Brie Larson que funge como guiño a la relación entre las mujeres y el simio, toda la trama que involucrara cualquier interés romántico del protagonista hacía la chica en turno, sería omitido en esta adaptación.
El filme perteneciente al Monsterverse compondría una interesante narrativa visual, que jugaría con las luces para transitar entre secuencias, sugerirnos la maldad o bondad de sus personajes, y rememorarnos estéticamente al mensaje anti bélico de Apocalypse Now, el cual se completa con un satírico guión a cargo de Max Borenstein y Dan Gilroy, quienes subvierten todos los clichés del cine de acción: el sacrificio heroico, el discurso final del villano, el personaje que se embarca en la aventura pensando que será su último viaje y no podrá regresar a casa.
Ante su próximo crossover que le enfrentará vs Godzilla, quien sabe si esta perspectiva anti-establisment se mantenga en el relato o el primate vuelva a ser abrazado por el kitsch, pero la imagen Kong al igual de la de su rival, siempre serán un reflejo donde el verdadero monstruo son los vicios de la humanidad.