Todo en Juego edifica un coming of age que nos recuerda a las series de Once Niños que marcaron nuestra infancia.
Probablemente quienes vivimos nuestra infancia en los inicios de los años 2000, se vio marcada por el contenido realizado por Canal 11, desde series animadas como Los cuentos de la Calle Broca o Mona la Vampira, hasta live actions como El Diván de Valentina, Futboleros o el noticiero del que todos/as queríamos formar parte y nunca nos otorgaron la credencial: Bizbirije.
Detrás de estos últimos títulos podemos encontrar el nombre de una persona: Alfredo Marrón Santander, creador y productor de los mismos en su periodo a cargo de la televisora. Su carrera como director continuó, pero en esta ocasión dentro del espectro cinematográfico donde ahora estrena Todo en Juego.
Obligado a crecer
La premisa del filme se centra al final de los años 80 en un poblado alejado de la capital oaxaqueña, en ella reside Ismael, un niño aficionado al béisbol quien tiene como máximo problema el no saber batear. Sin embargo las cosas irán complicándose cuando en vísperas de encontrarse a su primer amor, observa una agresión que a la postre se traducirá en la muerte de una persona.
Aunque en 2013 se encargo de dirigir El Rebelde del Acordeón, documental biográfico del músico norteño Celso Piña, Todo en Juego se trata de la ópera prima de su director en cuanto a ficción se refiere y ¿Cual es el resultado?
Bueno primero aclaremos que ya no soy el target de la cinta, el tono de la misma es similar al de las obras descritas al inicio del texto y el mismo director comentó que se enfoca en niños/as de 12 años. ¿Esto resulta algo malo? Si y no.
Comencemos con los aspectos positivos: en algunas producciones enfocadas a infantes se suele cometer el error de tratarlos/as con demasiada suavidad, pensado que los temas complejos no pueden ser racionalizados ni contados para los/as mismas. El largometraje se aleja de tal preposición, el guión escrito por María Diego aborda asuntos como el machismo o la violencia que ha consumido a nuestro país.
Sobre el primer punto, la historia se desarrolla en una poblado que podría ser cualquier otro del país, la familia a la que pertenece Laura -el primer amor de Ismael- es señalada como un grupo de brujas por su comunidad, puesto que las integrantes que la conforman fueron vistas desnudas jugando en el lodo, lo cual les forjará un estigma que las seguirá durante todo el relato. Y al contrario, el villano de la obra es visto como un héroe e inclusive un alma caritativa, imagen que contrasta con los verdaderos hechos.
Precisamente sobre este último personaje se gesta otro de los temas, en el momento en que se desarrolla la película se ubica el inicio del mercadeo de marihuana en la nación, uno de los elementos que edifican la figura del narcotráfico y las diversas vidas que se han perdido en el camino. El antagonista labora dentro en este mundo y añade al mismo a algunos jóvenes pertenecientes a la población, bajo la promesa de lujos.
Así la inocencia en nuestro protagonista se ve trastocada al enfrentarse a dichas temáticas, lo cual conforma a un coming of age muy distinto a los que se forjan en otras latitudes, aquí el problema o la madurez no sólo surge a partir de decepciones amorosas o búsqueda de identidad, sino también en las problemáticas que se encuentra en la raíz como colectividad mexicana.
Veredicto
Y como toda buena película del subgénero tenía que venir acompañada de una fotografía en tonos cálidos y música esperanzadora para el futuro de su protagonista, los encargados de lograr esto en sus repetitivas áreas son César Gutiérrez en la cámara y Amado López/Rubén Luengas en la composición.
Sumado a las anteriores virtudes tenemos que añadir las interpretaciones: el joven Emanuel Torres logra llevar sobre sus hombros toda la carga dramática en la cinta, lo acompaña un sublime y aterrador Luis Alberti, además de la extraordinaria Mónica del Carmen, ambos recientemente ganadores de un Ariel.
Pese lo anterior, el largometraje no termina por redondear su narrativa debido a ciertos subtramas que no logran amoldar el argumento principal y me refiero a todo lo relacionado al beisbol, además que el montaje se encuentra en manos de Miguel Schverdfinger -quien ha editado filmes como Las Niñas Bien-, edición que cuenta con varias rupturas inexplicables en cuanto a la especialidad. Sin embargo, conociendo la labor del susodicho, me parece que el error radica en el material filmado por su director.
Con todo lo anterior, Todo en Juego entreteje un coming of age que quizá en su estructura técnica no represente el relato más virtuoso, pero su fondo y tratamiento temático la convierten en una película que merece ser vista.