The Tree of Life cumple 10 años, y repasamos las razones que hacen a la película de Terrence Malick, uno de los clásicos en la historia del cine.
Probablemente al mencionar el nombre de Terrence Malick, estemos referenciando a uno de los cineastas más iconicos de las últimas décadas, situación en la que se ha posicionado gracias a un marcado estilo narrativo y temático autoral: bajo el cual -con sus luces y sombras- se ha convertido en una excepción de la norma en la industria cinematográfica, pues a lo largo de su filmografía, las únicas cuentas que ha tenido que rendir, no han sido las inquietudes monetarias de un tercero/a, sino a sus propios cosquilleos creativos.
Como prueba de esto, podemos vislumbrar el tiempo que el realizador estadounidense se ha tomado entre cada producción: en sus 48 años de carrera en largometrajes, apenas ha filmado 9 películas, lo que permite intuir en Malick, a un cineasta que contrario al ritmo canónico de la vida contemporánea y el séptimo arte como negocio, sólo alza la voz cuando tiene algo que decir, tomándose el tiempo necesario para enunciarlo.
Aunque quizá los 77 años que ostenta en la actualidad, le han apurado a estrenar más de la mitad de sus trabajos en la última década, su obra posee una voz reflexiva que nos invita al diálogo esclarecedor sobre lo verdaderamente importante en nuestra existencia, el cual de manera paradójica utiliza lo universal para alejarse de las grandes epopeyas, explorando en aquellos pensamientos y emociones que son incapaces de extrapolarse a las palabras, pero si a las imágenes intimidas y cotidianas de algunos fragmentos en nuestra vida.
Hoy se cumplen 10 años, del que a mi parecer es su ensayo audiovisual más profundo de la humanidad: The Tree of Life, una película donde el éxito no reside en la Palma de Oro que recibió Malick en el Festival de Cannes en 2011, sino en su apreciación desoladora y empática de nuestro caminar por la historia de un universo por el que transitamos como extras, pero percibimos y sentimos como protagonistas.
Las inquietudes existenciales
La historia de The Tree of Life podría dividirse en tres fragmentos temporales que dialogan entre sí, el primero: la vida de una familia arquetípica estadounidense en los 50’s, compuesta por una madre (Jessica Chastain), padre (Brad Pitt) y tres hijos, el segundo: la fría actualidad que vive en su etapa adulta uno de los primogénitos (Sean Penn).
En estos espacios se producen dos cuestionamientos, a partir de los cuales la respuesta es sugerida mediante el tercer tiempo: el recorrido del universo antes y después de nuestras pisadas.
La primera pregunta proviene de una madre que acaba de ser diagnosticada con una enfermedad terminal, y por lo tanto comienza a plantear un monólogo similar al Hallelujah de Leonard Cohen, un reclamo en busca de la voz de un Dios que responda: “¿Por qué a mi?”, el cual nunca tiene respuesta para ella, a diferencia de la audiencia, quienes a través de una secuencia que recorre desde el Big Bang hasta los primeros seres con vida, observamos que los intentos por una contestación son inútiles, ante una realidad en la que nunca fuimos, somos o seremos sus protagonistas.
La tragedia que nos acompañe en el camino es irrelevante para el relato universal. Y ante este premisa surge la duda: ¿Entonces cuál es el propósito de nuestra existencia? Según la dialéctica inculcada por el padre que vemos en pantalla: la respuesta de la sociedad se sostiene en el capitalismo, y como vemos en el desenlace del susodicho personaje, y en el futuro de su hijo -quien según estos dictámenes ha alcanzado el “éxito”-, vemos la vacía falacia que se esconde detrás de este falso profeta ideológico.
En este último caso, Malick nos permite observar a un primogénito que nos advierte y representa lo ridículo que es basar nuestro breve acontecer en una ambición monetaria, pues aún teniendo todo lo referente a este aspecto, le observamos abatido y cansando de este mundo, en una constante búsqueda metafórica de su madre, hermano y padre, junto a quienes la vivencia cobraba sentido.
Así nos percatamos que la interrogante estaba mal planteada y debía formularse de la siguiente manera: ante la tragedia de nuestro período irrelevante para el universo, ¿dónde reside la dicha y sentido en nuestra existencia?
La narrativa de constantes cortes en el montaje externo, sumada a la fotografía preciosista y de trazos libres bajo la luz de la hora mágica a cargo de Emmanuel Lubezki, nos transportan a los instantes de nuestra memoria y por lo tanto la respuesta: las relaciones que forjamos con las/os demás en el camino, la posibilidad de responder ante esa dinámica con amor / empatía, y el valor que brindamos a los pequeños instantes.
El árbol que vemos a lo largo de toda la película y los paisajes entre los cuales recorre el personaje de Sean Penn, fungen como una metáfora del debate existencial propuesto por Terrence Malick, el regreso a un ambiente primigenio que nos sirva para resignificar la verdadera importancia de nuestra vivencia individual y colectiva, la cual pareciéramos haber olvidado encontrándonos vacíos ante una realidad donde nuestro papel se limita a la producción y consumo.
A 10 años del estreno de The Tree of Life, nuestro camino parece no haber tomado otro rumbo, inclusive con una pandemia de por medio, la cual era una posibilidad para resignificar nuestros entornos. Sin embargo el aniversario de la obra de Terrence Malick, es un bello, humilde y paradójico recordatorio de los valores que como humanidad, nos permitirían alcanzar la plenitud y a la vez, regalar al universo un lindo homenaje por permitirnos pisar sus tierras.