Slumberland de Netflix sabe exactamente qué mensaje quiere transmitir, pero como su historia, olvida hacerlo realidad y se pierde en su propio mar de ideas
A pesar de sus altas y bajas, podemos decir con certeza que Francis Lawrence es uno de los directores más completos de su generación. Pues, habiendo iniciado su carrera en videos musicales — a él le agradecemos la existencia de Slave 4 U de Britney Spears—, pasando por franquicias de héroes poco convencionales como Constantine y Katniss Everdeen, ahora el cineasta extiende sus alcances hacia un nuevo destino: el cine infantil y de fantasía.
Slumberland es la propuesta de Lawrence, de la mano de Netflix. Lejanamente inspirada por los cómics de Little Nemo: Adventures in Slumberland, seguiremos a una niña de once años quien, tras la muerte de su padre, debe abandonar su solitario faro y mudarse a la ciudad con su tío Phillip (Chris O’Dowd), dueño de una aburrida empresa de picaportes.
Sin embargo, en su intento por volver a encontrar a su padre a través de los sueños, Nemo (Marlow Barkley) se sumará a una aventura junto a Flip (Jason Momoa), un forajido maloliente quien le promete obtendrá el deseo que quiera si navega hacia el Mar de las Pesadillas.
Lo que a simple vista parece una historia sencilla, es en realidad un cuento de resiliencia en el que Francis Lawrence se atreve a tocar temas como la depresión, el duelo y la vida después de la muerte de un ser querido pero, ¿logra realmente impactar a su público de la forma en que quería hacerlo? ¿O el mensaje se ahoga antes de tiempo?
Dormir para no vivir en la realidad
Desde el principio la intención de Lawrence es clara: contar una historia donde el duelo permee el viaje de su protagonista, quien quiere evadir la realidad para no enfrentar la pérdida de su padre.
A través de diálogos, un magistral manejo de colorimetría y contrastes entre un espacio y otro, la cinta establece casi a la perfección la atmósfera anímica de Nemo, quien durante toda su vida ha conocido sólo grandes aventuras a través de las historias de su padre, y que por primera vez salta a un mundo que, a diferencia de los cuentos, es triste y aburrido.
Es por ello que sus sueños son la parte más emocionante de su día y de sus noches, en los que además, descubre que tiene la oportunidad de ver a su padre una vez más si tan sólo encuentra una perla de los deseos que puede hacerlo posible.
Es inevitable señalar los momentos en los que el mensaje y las analogías a la depresión están presentes, siendo una de sus virtudes más grandes al atreverse a jugar con el tema frente a un público infantil, cosa que hemos visto en producciones relativamente escasas como Inside Out o A Monster Calls.
Y sí, también es interesante poder explorar las emociones de las personas durante el duelo a través de una historia que no necesariamente lo hace todo oscuro y apesadumbrado, sino arrastrando al público a una historia que se deja ser absurda.
El problema está en que su mensaje termina pesando más que su medio, y la atención dada al tema le queda demasiado grande a un universo que era muy rico para explorar: los sueños. Aunque sabemos que Nemo sueña con su faro por ser un espacio seguro, el resto de Slumberland carece de un atractivo que realmente le de al espectador ganas de explorarlo. Y si bien busca llevarnos a las visiones de tres soñadores distintos, se quedan muy cortas en la promesa de “un mundo donde todo es posible”.
Un sueño que se olvida al despertar
Lo que más duele respecto a Slumberland, es que durante varios momentos brilla con un potencial muy interesante que no se termina por explotar.
Por ejemplo, sus “antagonistas”, una organización que se encarga de crear los sueños y perseguir forajidos que saltan de una mente a otra, es uno de los conceptos más interesantes sobre el funcionamiento del País de los Sueños. Sin embargo, es explorado de manera tan superficial, que incluso la motivación de su integrante principal, la Agente Green (Weruche Opia) se siente bastante hueca.
Por otro lado, se nota el contrastante peso y atención que recibió cada uno de los sueños, resaltando para mal lo bien realizado que es uno de sus salones de baile, contra un espacio liminal que, irónicamente, quizá encontrarías en tus pesadillas.
Asimismo la conexión entre la realidad y los sueños no termina por explicarse completamente, por lo que aunque Nemo recibe pistas en sus sueños sobre el paradero de algunos objetos en la realidad, no deja de sentirse desconectado y hasta fortuito; especialmente teniendo de comparación directa una historia que sí hace énfasis en la interacción entre la dimensión despierta y los sueños, como lo es The Sandman.
Las pesadillas también quedan gratuitas. Ya que aunque se supone que son el reflejo del temor de su soñadora principal, es decir de Nemo, se siente como un ente ajeno que quiere atacar solo porque sí.
Un viaje emotivo, pero poco encantador
A pesar de sus muy evidentes problemas, Slumberland goza de una emotividad que se siente a lo largo de toda la película, volviendo hasta a sus elementos más bizarros algo curioso de ver.
Se agradece que tal peso emocional sea equilibrado a través de Jason Momoa, cuya participación como Flip resalta entre la gran nube gris que permea al resto de sus personajes. De igual forma, los momentos de Weruche Opia sobresale a través del caos de Slumberland, quizá por lo caricaturesco de sus retratos, o por lo refrescante que resulta en un mundo tan apagado.
Más allá de sus predecibles giros y una construcción que se quedó corta por falta de tiempo, la película logra salir a flote por lo —irónicamente— real que resulta su mensaje, y la forma en que a pesar de ser tan extraño, resuena con las experiencias más humanas del público.
Al final del día, Slumberland sí logra su cometido: resignificar el duelo a través de la resiliencia, y gritar a los cuatro vientos que la vida existe después de la pérdida; aunque para ello haya tenido que navegar por un conflictivo mar escaso de imaginación.