Polvo (2019) es una novedosa ópera prima que aborda el narcotráfico en México desde un punto de vista cómico, sin brincar hacia lo ridículo o arriesgado. Sin embargo, peca de inverosímil en ciertas situaciones. Algo que roza con la ambientación realista. Sobre todo, por la latente amenaza que se teje encima de un precario pueblo olvidado en la nada.
¿De qué va?
La historia de Polvo sucede en 1982, en el pueblo de San Ignacio, Baja California Sur, cuando una noche caen de una avioneta paquetes conteniendo un polvo blanco y misterioso. Los habitantes al desconocer que se trata de cocaína, le dan diversos usos. Sin embargo, ese cargamento de 500 kilos, pertenece a un cartel colombiano que esperaba la avioneta en Tijuana.
Al enterarse que los paquetes terminaron ahí, el cartel envía al Chato (José María Yazpik) al sitio de donde es oriundo. Regresará tras diez años de ausencia, al pueblo donde creen que es actor de Hollywood, para recuperar la mercancía lo más rápido posible.
Ópera prima fuera de lo común
Polvo es escrita, dirigida y protagonizada por el mexicano José María Yazpik, quien en los anteriores años ha tenido sus trabajos de actuación en series con temáticas de crimen organizado como en Narcos (2017) y Narcos México (2018), donde da vida al narcotraficante Amado Carrillo.
Ahora, tras varios años de cercanía con el tema, presenta un punto de vista personal, con gotas de humor criticas, abrazadas a la realidad. Algo lejano a la abundante violencia, sexo y tensión que nutren las mencionadas series.
Es una ópera prima poco habitual, porque, el que la misma persona dirija, escriba y protagonice una película, normalmente da como resultado proyectos que no emiten más que vergüenza ajena y arrepentimiento. Afortunadamente Polvo no es el caso, pues José María Yazpik sorprende al realizar un buen trabajo en las tres ramas.
Involuntariamente inoportuna
Polvo se estrena en el marco de una serie de meses trágicos para México. En primer lugar, el infierno en vida por el que tuvieron que pasar los habitantes de Culiacán, Sinaloa en el mes de octubre. En segunda, a inicios de noviembre sucedió la masacre de la familia LeBarón en una remota zona de Sonora; en donde perdieron la vida mujeres y niños, al ser calcinados al interior del vehículo en el que viajaban.
A pesar de ello, Polvo camina con sentido ajeno a los trágicos hechos. Poco vemos de la glorificada jornada de un cartel. De hecho, el Chato, más que un capo, es un burrero que encomendaron simplemente por ser oriundo del pueblo.
Fortalezas
Uno de los puntos más fuertes de Polvo es el ritmo. En ningún momento la película se percibe como lenta, o asfixiada de chistes innecesarios. De hecho, administran la dosis adecuada para sobre llevar la trama utilizando el humor como vehículo, pintado de un tono critico, que, aunque disimulado, le permite a Yazpik posicionarse respecto al tema.
Por ejemplo, es cuando los niños dejan de ir a la escuela, o cuando los jóvenes faltan a la práctica de béisbol por ir a buscar los paquetes de cocaína, que se explican los daños que provoca el narcotraficante en una sociedad. Asimismo, el dinero y bienes fáciles que adquieren los habitantes, y con ello, ‘sus nuevas vidas de lujos’.
El elenco, por su lado, es un detalle que también sobresale. Se tiene a una fila actores ya posicionados dentro del cine y entretenimiento como Mariana Treviño (Club de Cuervos), Joaquín Cosío (Belzebuth), y Jesús Ochoa (Hombre al agua) sin que estos se hagan sombra el uno al otro, ni sin que veas en esta película a viejos personajes de los actores.
Debilidades
Son los minutos de duración, y el final, los puntos más débiles de Polvo. Porque, si bien, el ritmo te hace sentir un montaje ligero, es al finalizar la historia cuando se siente un cierre forzado. De ninguna manera podría justificarse como un final abierto a la imaginación, ya que se trata de bajar el telón de forma atrabancada.
Se desaprovechó una oportunidad de crear tensión al espectador, al ver la amenaza del cartel más cerca del Chato, y del pueblo que lo vio nacer. Las palabras de amenaza no pasaron de una llamada del patrón.
Claramente una película no debe regirse estrictamente por cantidad de minutos, sino por el contar una buena historia en el tiempo que sea necesario. Pero teniendo una hora y veintiocho minutos de corte ‘final’, se tenía tiempo de sobra para dar un cierre que no dejara con hambre.
Por otro lado, que el nivel de ignorancia de los habitantes del pueblo sea tal, que son incapaces de reconocer un paquete de cocaína o la sustancia misma, resulta inverosímil. Sin importar la posición económica, o nivel educativo, la cocaína desde que es traficada tiene la misma presentación. Punto en contra.
¿Debe verse?
La película Polvo, que por momentos recuerda al trabajo de El Infierno (Luis Estrada, 2010) merece una oportunidad por atreverse en un terreno donde abordan este tipo de historias desde la habitual acción. Además, es relevante para presenciar el inusual inicio de una interesante carrera de escritura de guión, y de dirección de cine.