Las reclusas de Litchfield regresan a Netflix luego de un año.
La historia continúa con las secuelas del motín que tuvo lugar en la prisión de mínima seguridad de Litchfield; mismo que inició a raíz de la muerte de Poussey Washington (Samira Wiley), una de las reclusas. Estas mujeres se habían cansado del trato inhumano que reciben, por lo que dicha muerte fue la gota que derramó el vaso.
Si bien no comienza justo donde nos dejó; esta nueva tanda de episodios nos suelta un par de flashbacks para contarnos lo que sucedió en la piscina durante sus primeros episodios. Con Suzanne Warren (Uzo Aduba) y Black Cindy (Adrienne C. Moore) como únicas testigos del hecho que los guardias buscan inculparlas por la muerte de Piscatella.
Ahora la locación es otra: las reclusas fueron trasladadas a la prisión de máxima seguridad de Litchfield. Vemos caras conocidas y otras faltan. Erica “Yoga” Jones (Constance Shulman), Big Boo (Lea Delaria) y Maritza Ramos (Diane Guerrero); por mencionar algunos, fueron enviados a otra prisión y se nota su ausencia, pero con tanto personaje no hacen falta.
Un inicio diferente
La serie arranca con un recurso que ansiaba ver al menos una vez en la serie. El primer episodio de Orange is the New Black nos pone dentro de la mente de Suzanne; quien para pasar el tiempo, mira las celdas de sus compañeras como si de un televisor se tratara. En esta búsqueda por el entretenimiento vemos a Nicky Nichols (Natasha Lyonne) como un personaje de The Muppets; Red (Kate Mulgrew) siendo un payaso soviético; y Frieda Berlin (Dale Soules) con un truco de magia algo perturbador.
Afortunadamente, esta nueva temporada muestra que Orange Is The New Black ha regresado a sus raíces al retomar la dinámica, agresividad y humor negro que posicionó a la serie en sus inicios.
Entre hermanas no te metas
Sus primeros episodios se centran en las vivencias de un grupo de reclusas. Entre ellas Taystee (Danielle Brooks), Piper (Taylor Schilling) y Gloria (Selenis Leyva), además de las ya mencionadas. La historia muestra cómo “las chicas del motín” son divididas y asignadas a diferentes bloques.
Algunas terminan en el bloque C, dominado por Carol Denning (Henny Russell); y otras en el D, donde la que manda es Barbara Denning (Mackenzie Phillips), ambas hermanas, quienes no pueden verse las caras porque poco les falta para matarse entre ellas.
A ellas, sobre todo en sus flashbacks en los años 70, se les ha dado una historia que es muy entretenida de ver; aunque carecen del carisma de los personajes originales. En esta temporada también se suma la fastidiosa Madison “Badison” Murphy (Amanda Fuller); quien quiere hacerle la vida de cuadritos a quien se le cruce en el camino.
En este lugar las riñas son cosa de todos los días. La división entre los bloques (A, B, C y D según lo visto en los 13 episodios); es algo que tiene una historia detrás que involucra a Carol y Barb y termina con una brutal resolución. Al igual que en la vida real, la gente puede llegar a odiar al otro sin conocerlo, sólo por el hecho de vestir unos colores que les fueron destinados, en este caso al azar, y la supervivencia es del más fuerte.
OITNB recupera su esencia
Con tiempo más que suficiente para contar las historias; esta sexta temporada deja a un lado las escenas de sexo y lo apuesta todo al desarrollo de personajes; gran acierto de su parte. Hay demasiadas historias, pero las que tienen mayor tiempo en pantalla no defraudan en lo absoluto. Así vemos cómo Taystee termina en un juicio por un crimen que no cometió; Daya cae en las drogas, Red es abandonada y Piper trata de compensar sus actos del pasado.
El regreso de Orange Is The New Black es una notable mejora a lo visto el año pasado y también se siente como el cuasi final de la serie. Hay momentos brillantes, está bien equilibrada y confía tanto en sí misma que no tiene miedo de explorar nuevos terrenos y cambiar de escenario a sus personajes. Parece que ha llegado a la normalidad, o al menos tan normal como podría ser Orange Is The New Black… y sí, está muy buena.