One Night in Miami es un diálogo que reconcilia las diversas formas de hacer frente a un problema en común: el racismo.
Durante el 2013, una ficción escrita por Kemp Powers permitió que el escenario del Rogue Machine Theatre se viera engalanado por la presencia de cuatro iconos de la cultura negra en Estados Unidos: Sam Cooke, Jim Brown, Malcolm X y Cassius Clay. Ellos se reunirían para celebrar a Clay por el recientemente conquistado campeonato mundial de boxeo. Esta misma noche, él anunciaría su cambio al Islam bajo el nombre con que sería reconocido por el mundo entero: Muhammad Ali.
La representación teatral resultaría un tremendo éxito en crítica y recibimiento por el público. Una de esas personas encantadas por la obra sería la actriz Regina King, quien tras recibir el Oscar por su papel en If Beale Street Could Talk, decidiría llevar dicha historia a la pantalla grande.
Planificando la noche
No se trata de la primera ocasión en que King ocupa la silla de dirección, pues en 2014 fue coautora en el documental Story of a Village. Además, cumplió la misma labor en series como The Good Doctor o Scandal. Sin embargo, One Night in Miami sí se trata de su ópera prima en cuanto a ficción se refiere y aunque el camino resulta algo irregular, el resultado es satisfactorio.
Primero habría que destacar el trabajo en las áreas que corresponden al diseño de producción a cargo de Barry Robinson y el vestuario al mando de Francine Jamison-Tanchuck, pues desde los planos detalles hasta los generales cumple con su labor de ambientar la época de los 60’s.
En segundo lugar, el background de su directora se traduce en las brillantes interpretaciones que configuran sus cuatro protagonistas: quizá Aldis Hodge -Jim Brown- se mantenga en un mismo rango y por lo tanto reluzca menos en comparación a sus compañeros, pero Eli Goree representa un espléndido Ali con su poderío físico y confianza envidiable, demostrando el estudio de personaje detrás del mismo, pues como expuso en una entrevista con Variety: “Muhammad poseía una postura y voz distinta dependiendo con quien estaba: público, familia, amigos u opinando sobre política”.
Por otro lado Leslie Odom Jr. da en el clavo como Sam Cooke y cada uno de sus manierismos performáticos, mientras que Kingsley Ben-Adir se encontraba ante la difícil tarea de dar vida a Malcolm X, posterior al trabajo realizado por Denzel Washington en la película homónima dirigida por Spike Like. Cumple con una nota de excelencia, exhibiendo una personalidad contenida/formal además de la tonalidad y expresividad en la voz franca que particularizaba al luchador social.
Claramente esto es resultado de la dinámica forjada entre actores y Regina, sin embargo no toda las decisiones tomadas por la misma me parecen adecuadas, con ello me refiero específicamente al trabajo de emplazamiento y movimientos en la cámara, pues por momentos la diversidad de planos en que fueron filmadas las escenas pareciera carecer de intensión narrativa, lo cual se suma a un montaje que con igual falta de sentido llega a ser confuso.
Tras la misma causa
A pesar de lo anterior, el guión de Kemp -también escritor del próximo estreno de Pixar: Soul– me pareció ingenioso en la temática y la forma de desarrollar la misma, puesto que en esencia el debate que ocurre entre sus personajes es acerca del racismo que experimenta la comunidad negra en Estados Unidos, pero la respuesta a tal problemática cuenta con diversos abordajes.
Sus personajes se recriminan unos a otros la forma de dar cara ante el contexto: X y Cooke son opuestos que parecieran irreconciliables, mientras Malcolm aborda el conflicto bajo una narrativa de guerra entre personas blancas y negras, Sam piensa que la igualdad no se conseguirá mediante la pelea, sino la incursión cultural e independencia monetaria. En lo que respecta a Brown y Ali se encuentran en medio, aunque sí se inclinan hacía alguno de los involucrados.
La mayoría de la cinta sucede en interiores, los diálogos/argumentos que utiliza cada parte generan un debate que sostiene y hace relevante la trama. Los arcos argumentales de cada personaje están bien escritos, el conflicto permite a cada uno de ellos aprender: Sam Cooke compone A Change Is Gonna Come –por cierto, una linda referencia a la cinta ya mencionada de Spike Lee-, Cassius Clay se rebautiza como Muhammad Ali, Brown abandona la NFL para convertirse en actor y Malcolm X entiende que había dejado que su extremismo lo consumiera.
Y en el camino sus protagonistas, reconcilian diferencias pues habían olvidado lo esencial. Al final hacen frente por la misma causa: hacer realidad ese mundo donde el color que posea nuestra tez, no sea motivo de rechazo, burlas u odio.
One Night in Miami suena fuertemente como una candidata a los premios Oscar del próximo año, cuenta con credenciales para hacerlo. Sin embargo, lo más importante reside en el corazón con que fuera realizada por su directora Regina King, quien compone su carta de amor a la cultura negra en Estados Unidos.