La Casa de las Flores es un homenaje a todo lo que hace a México México, y de paso critica los aspectos más sombríos de nuestra cultura.
La Casa de las Flores llegó a su final con su tercera temporada, y a pesar de sus tropiezos y exageraciones, sigue siendo una de las propuestas mexicanas más originales y diferentes que nos han presentado en los últimos años. Todavía más que la muy popular y parecida Club de Cuervos.
La historia siempre se centró en la familia De la Mora, y aunque Julián, Elena y Paulina no viven unas vidas “modelo”, su estructura es idéntica al de una telenovela: un grupo familiar de abolengo, sumidos en privilegios que, aunque les permiten financiar sus lujos, los atrapa en una jaula de oro y no los deja expresarse libremente.
¿Qué es Ser «Normal»?
Ese fue el tema principal de la primera temporada. A manera de comedia, La Casa de las Flores nos mostraba cómo los ideales de moralidad, recato y valores tradicionales ya no existen. Ni siquiera entre los padres, pues resulta que el patriarca, Ernesto (Arturo Ríos) no sólo tuvo una familia secreta, también administra un centro de drag Queens con el mismo nombre que la florería que les dio todo su estatus en primer lugar.
La historia de una familia rica venida a menos es muy atractiva por sí misma. Pero, la forma en la que Manolo Caro mezcla y referencia detalles de la cultura pop, hacen que la serie sea todavía más hipnotizante. Y es que, dentro de todos esos bailes y cameos de Gloria Trevi y Miguel Bosé, La Casa de las Flores le da a clavo al explotar la cultura kitsch.
El kitsch es un estilo artístico que se considera exagerado, cursi y hasta de mal gusto. Pero, en definitiva, define por completo la cultura mexicana. Esa llena de abrazos, alegrías y fiestas. Que no se fija en el estrato socioeconómico al momento de cantar a todo pulmón canciones de Juan Gabriel y luego ver una película de El Santo.
Eso sin duda es uno de los grandes logros de La Casa de las Flores. Tuvo la habilidad de mezclar todo lo que define al pop mexicano, pero aún así con un estilo encaminado a ser algo más que un homenaje o una parodia.
Durante la primera temporada, queda claro que lo que Manolo Caro busca explorar es la aceptación de que ya hay una nueva “normalidad”. Los estándares y tradiciones pasados ya son demasiado anacrónicos. La vida ya no es blanco y negro, para conseguir dinero no basta tener un apellido importante, y ya nadie tiene por qué esconder sus preferencias sexuales.
Criticando las ideas del Mexicano
Si bien en la primera temporada la búsqueda de la libertad y la ruptura del orden familiar arcaico es el tema central, la tercera temporada propone algo todavía más interesante: el “ser normal” nunca existió. Al ver el pasado de Virgina, Ernesto, Carmela y Salomón, nos damos cuenta que ellos también intentaron emanciparse de las ideas arcaicas de sus padres, pero el peso de la opulencia y los lujos pudieron más que la libertad.
“Era tan rebelde que se volvió conservadora”, dicen en una parte sobre Virgina De la Mora, quien en vida hizo todo lo posible para hacer que sus hijos actuaran bajo los preceptos de las buenas costumbres. Sin embargo, lo único que hizo fue envenenar la cabeza de sus hijos, especialmente de Paulina (Cecilia Suárez), quien siempre se mete en complicados enredos con el afán de “mantener a su familia unida”.
La Casa de las Flores marcó un antes y un después
Según La Casa de las Flores, la única manera de romper esos ciclos de infelicidad, es aceptando de una vez por todas lo que uno es y luchar por la libertad de ser y hacer. Y eso, en un país donde la cultura está tan arraigada en la moralidad, la religión y las buenas costumbres, se puede considerar como una declaración de guerra.
Celebrar la cultura pop mexicana, a la vez que aumenta la representación y la diversidad de la sociedad, mientras que hace comentarios punzantes sobre las estructuras e ideologías del mexicano, son las razones por las que La Casa de las Flores se convirtió en un verdadero ícono pop.
Y, seguramente, con el paso del tiempo será cada vez más apreciada.