En La camarista, Eve trabaja en un lujoso hotel de la Ciudad de México. “Trabaja” bien podría leerse como un eufemismo de «estar atrapada». En ningún momento de la cinta, salvo al final, la vemos salir de allí. Sólo un teléfono la comunica con su hijo pequeño. Todas sus esperanzas, sus sueños, sus amores, sus relaciones, giran alrededor de los 42 pisos de ese hotel.
Sobre ella gira la primera película de Lila Avilés, una cinta congruente, simple y poderosa que llegó a salas comerciales este fin de semana.
A continuación, te dejamos 5 razones por las que no deberías perderte este gran debut de la joven cineasta mexicana.
1. Personajes profundos y bien construidos
Gabriela Cartol (La tirisia) encarna a Eve, una joven que debe dejar a su hijo bajo el cuidado de su madre, mientras ella pasa sus días entre los pasillos, el sótano y las habitaciones del hotel donde trabaja como camarista. Sin mucho despliegue de histrionismo, ni grandilocuentes diálogos, Lila Avilés construye un personaje profundo y complejo. Un vestido y un bebé se convierten en los detonantes del movimiento de la trama y de la conciencia del personaje central cuya principal aspiración es conseguir un ascenso para poder estar más tiempo en casa.
Minitoy (Teresa Sánchez) acompaña a Eve en sus aspiraciones de un mejor puesto de trabajo y de continuar sus estudios de educación básica. Ella es construida de una forma mucho más sintética, pero no menos efectiva. Su personalidad despiadada y tierna a la vez, devela el feroz ambiente de competencia que impide la camaradería y la confianza entre las trabajadoras.
Junto a ellas, un ocasional pero efectivo hombre limpiavidrios dota a la película de un erotismo deslucido y, precisamente por eso, lúdico y honesto.
2. Un agudo comentario social
La camarista es una película de miradas, gestos y silenciosos rituales: tender una cama, subir y bajar en un elevador, doblar toallas, ver a través de un pesado cristal el resto de la ciudad, vender tupperware.
Gracias a este entramado de acciones grises y desapasionadas (compárese con la estrafalaria Tiempo compartido), se asoma en la cinta de Avilés un comentario político-social siempre urgente. No sólo La camarista es un ejercicio de visibilización, sino una contundente radiografía de las estructuras de poder que impiden la movilización social y económica de la clase trabajadora, al tiempo que administran sus deseos y temores.
Promesas como quedarse con los objetos olvidados por los huéspedes o terminar la educación básica se revelan como simulacros de piedad en un espacio que pretende controlar todas las libertades de sus empleadas.
No obstante la cruda representación de la explotación laboral en la industria hotelera (bastante moderada si se piensa en el trato que varios hoteles realmente dan a sus trabajadores y pasantes, o en la espantosa desigualdad que encarnan), Avilés no niega momentos breves de felicidad donde la espontaneidad se convierte en una forma de resistencia.
3. Lila Avilés: un debut sin complacencias
Directora de teatro y actriz (Ella es Ramona), Avilés debuta como cineasta con una película casi sin defectos que la ha puesto de inmediato al frente de una nueva generación de directores y directoras mexicanas.
Poseedora de una conciencia clara del ritmo (obsérvense con cuidado las secuencias en las que interactúan Eve y el limpiavidrios) y hábil en aprovechar cada recurso al máximo (los pocos espacios de rodaje, el escaso tiempo de filmación —¡17 días!—), Avilés deja en clara su voluntad de filmar sin complacencias, pero siempre buscando conservar la dignidad de sus personajes.
4. Un tema poco explorado
Si bien los hoteles son escenarios recurrentes en el cine mexicano, su representación mayormente se afinca en verlos como lugares de paso, de vacación, ideales para una aventura amorosa o una comedia de enredos.
En estas tramas, tan obvias como repetitivas, no hay espacio para que las camaristas desarrollen una personalidad propia y compleja. El acierto de Avilés no sólo es poner el foco en ellas, sino, como Millet en sus cuadros sobre campesinos, al tiempo que hace evidentes las contradicciones socioeconómicas, afirma la importancia histórica de una clase social determinada.
5. La camarista: el otro cine mexicano
A contrapelo de megaproducciones efectistas como Roma (Alfonso Cuarón, 2018), La camarista explora una parte de la clase trabajadora con una mirada mucho más afín a Workers (José Luis Valle, 2013) y a El ombligo de Guie’dani (Xavi Sala, 2018). Sin embargo, si en estas últimas dos cintas los personajes oprimidos se valían de una violencia inteligente y creativa para hacer frente a la dominación, en La camarista Eve no piensa nunca en algún tipo de revancha visceral (como sí ocurre en Tiempo compartido), sino en crear alianzas solidarias con sus compañeros de trabajo y, allende la diferencia de clase, con mujeres millonarias que comparten con ella el encierro tras los grandes cristales.
Esta exploración de la sororidad (y de sus límites y contradicciones en un medio disimuladamente salvaje) singulariza la cinta de Avilés hasta convertirla en casi única en el panorama del cine mexicano reciente.