Honeyland es un novedoso documental que viene a abrirnos los ojos.
Azúcar, sal, especias, miel. Todos esos son productos de consumo muy básicos, aparecen en todos los hogares como por ósmosis y los utilizamos sin ponerles mucha atención. De alguna manera nunca faltan, y, en el remoto caso de que lo hicieran, basta con ir al supermercado y comprar cantidades industriales a un precio risible. Sólo para olvidarlos nuevamente y utilizarlos con esa misma actitud autómata.
Si en el día a día nosotros tenemos una idea muy vaga de su existencia, mucho menos conocemos cuáles son los verdaderos procesos que los ponen en los estantes de la tienda y en nuestras alacenas. Pero Honeyland llega para obligar a que volteemos a ver el costo de producir estos insumos.
Una Historia Difícil
Entre el silencio y la desesperación, conocemos a Hatidže Muratova, una de las últimas apiculturas libres de Macedonia. Ella no pertenece a ninguna organización ni tiene grandes cultivos de abejas, sino que utiliza los métodos tradicionales para producir la miel que vende en la ciudad y diferentes eventos.
Honeyland sigue su día a día, a manera de mostrarnos sus problemas y lo que debe enfrentar para ganarse la vida. Muratova es una mujer que trabaja incansablemente para poder cuidar de su enferma madre, pero carece de los elementos necesarios para hacer su producción más eficiente, cosa que no le importa tanto, pues tiene un gran cuidado y mucho respeto por la naturaleza.
Sin embargo, sus valores ambientalistas son constantemente pisoteados por sus vecinos, quienes no tienen ningún tipo de cuidado por las abejas o los becerros que intentan comercializar.
Humano vs Capitalismo
La convicción de Muratova es admirable, pues constantemente exige que se respete su trabajo y a la naturaleza, aun si debe enfrentarse a los intereses de productores más grandes que ella. Sin embargo, Honeyland no se toca el corazón para mostrarnos el desinterés y las malas prácticas que conllevan al deterioro del medio ambiente.
Los directores, Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov, hicieron un trabajo magistral al contrastar las visiones de Muratova y sus vecinos, pues denuncian contundentemente los intereses que poco a poco contribuyen a la destrucción del planeta. No sólo son las grandes corporaciones, no sólo son los gases invernadero, los popotes y las bolsas de plástico, también influye mucho los hábitos y prácticas de los pequeños y medianos productores.
Por eso, es inevitable que Honeyland también haga una dura crítica al sistema económico mundial, el cual favorece prácticas rapaces para la extracción y distribución de insumos a bajo costo, las cuales crean condiciones cada vez más adversas para las personas menos favorecidas, para aquellos que viven en la periferia del sistema.
El Verdadero Problema
De repente, también es difícil juzgar a los vecinos de Muratova. Si bien están claramente mejor posicionados que ella: tienen una casa remolque, pueden invertir en mejores herramientas, más ganado y cuentan con medios de transporte, siguen viviendo en una región desolada, sin electricidad y sin muchas posibilidades de movilidad social.
No es que busquen hacerle daño a Muratova y a su medio de trabajo, ellos también buscan sobrevivir bajo los estándares de la economía global. Lo que hace Honeyland, es demostrar, a través de los ojos de los productores más vulnerables, cómo intentan desesperadamente ser parte de un sistema rapaz, que los obliga a deshacerse de su medio ambiente, provocando un círculo vicioso.
Honeyland no sólo es una película devastadora y emotiva, es un ejercicio completo de empatía. Ser testigo de la odisea de Muratova debería dejar claro que, para solucionar las grandes problemáticas del mundo, primero tenemos que detenernos y escuchar. Escuchar a los que no tienen voz, los que son invisibles, aquellos que aparentan estar fuera del sistema, porque son los que conocen qué se necesita para iniciar un cambio.
No cabe duda que merecía pasar a la historia como la primer película que fue nominada a los Premios Óscar por Mejor Documental y Mejor Película Extranjera.