El gran problema de la Escuela del Bien y el Mal es que, como muchos cuentos de hadas, su mensaje parece haber caducado demasiado pronto.
La Escuela del Bien y el Mal es la nueva cinta de Netflix basada en el libro de Soman Chainani, la cual nos lleva a una Academia especializada en crear dos tipos de graduados: héroes y villanos.
El mensaje primordial de la cinta es claro: no existe un punto completamente malo, ni una vía totalmente buena, por lo que a través de Agatha (Sofia Wylie) y Sophie (Sophia Anne Caruso) exploraremos los matices hacia el heroísmo y la villanía, y la belleza y la fealdad.
Pero, ¿cumple su objetivo? ¿O recae en los mismos clichés que pretende señalar?
La simplificación de la moralidad
La virtud más grande de la cinta está en los mensajes que quiere dar a través de sus protagonistas, siendo el más innovador el hecho de que al intentar ser bueno, se pueden hacer cosas realmente terribles.
El peso de tal idea permea el viaje de Sophie, quien toda su vida ha cumplido con los clichés de ser una princesa, para terminar siendo reclutada por la Escuela del Mal.
La película acierta en revelar que la verdadera bondad es mucho más que hablar con animales y tener un cabello sedoso, exponiendo la ambición de Sophie como su propia perdición.
Por otro lado, se esfuerza en complementar a Agatha con los elementos que caracterizan a un héroe: el espíritu de aventura, justicia y el cuestionar cosas que no son correctas.
Aquí, La Escuela del Bien y el Mal establece dos puntos que, a diferencia de otras historias que intentan retratar tales complejidades —Once Upon a Time, Descendants, Into The Woods—, está mucho más meditada y suena convincente. Sin embargo, entre tantas cosas que quiere contar, pierde estas primeras líneas e inevitablemente se convierte en aquello que juró destruir.
Fábula demasiado ancestral
El mensaje se diluye de manera superficial con la entrada del segundo acto: haciendo a la fealdad la expresión física del mal y a la belleza el epítome de la bondad, recayendo en estereotipos que hacen sentir a la historia vieja y hasta sexista.
Pues hacer a las brujas de los cuentos ancianas y repletas de verrugas, es visión de una sociedad que consideraba a la belleza un don exclusivo de las mujeres jóvenes y de rasgos eurocentristas.
Si bien, quiere dar a entender que en la misma belleza hay una superficialidad narcisista, falla al transformar a su antagonista en una versión de la bruja malvada de Blancanieves, luego de que esta haga las paces con “no ser atractiva para ser verdaderamente mala”.
Del otro lado, el rechazo a la perfección femenina termina convirtiendo a Agatha en un cliché de la chica que no es como las demás, lo que hace que La Escuela del Bien y el Mal se sienta como una historia que caducó hace una década.
Agrega talento y ¡voilá! Una pócima desastrosa
Uno pensaría que el gran cast que Paul Feig logró reunir salvaría a esta película. Pues entre Charlize Theron, Kerry Washington, Laurence Fishburne y Michelle Yeoh, La Escuela del Bien y el Mal tenía todo para convertirse en el instituto de nuestros sueños.
No obstante los personajes no poseen una personalidad más allá del vestuario y maquillaje, que entierran toda posibilidad de conectar con ellos. Esto escuece especialmente con Theron quien interpreta a Lady Lasso, uno de los personajes más interesantes cuyo objetivo es lograr que el Mal triunfe sobre los héroes. No obstante es orillada a ser meramente un vehículo para Sophie y Rafal (Kit Young), desperdiciándola totalmente.
El problema también está en que la dirección parece haber apuntado distinto para todos, pues Washington y Theron pertenecen a su propia historia, mientras que Wylie y Caruso siguen vías independientes.
Por ello resalta para mal la transición de Sophia Anne Caruso del teatro a la pantalla, luchando con traducir expresiones y gestos exagerados a la sutileza que demanda la cámara, para la que Sofia Wylie parece estar mucho más preparada.
¿Un mundo ideal?
A pesar de sus enormes defectos, La Escuela del Bien y el Mal logra hacer atractiva la idea de un mundo donde los cuentos de hadas son registros históricos de hazañas de héroes y villanos.
Pues la cinta rescata varios elementos de la mitología creada por Chainani, entre los que destacan criaturas como los Mogrifs, Stymphs, y su versión de las hadas. Pero también ahí nos topamos con otra oportunidad desperdiciada: el permiso de los héroes para transformar a villanos —y a príncipes y princesas fallidos— en criaturas deplorables que terminan muriendo a manos de «actos heroicos».
Ya que como en algún punto menciona Rafal, por años se ha “aplaudido la decisión de los héroes de hacer que aves arranquen extremidades de mujeres” y que “brujas dancen hasta morir” como castigo por sus acciones.
Si la cinta hubiera optado por seguir estas dudosas acciones, tal vez habría logrado afianzar su mensaje, evitándose giros incómodos y momentos caricaturescos que no contribuyen a nada.
También es inevitable darse cuenta de que a lo largo de la cinta y hacia el final, el público es expuesto a un queerbaiting descarado. Pues justificando los besos de amor verdadero detrás de la amistad, termina por hacer que la historia se quiebre y nos deje pensando en veinte caminos audaces que pudo haber tomado.
En conclusión, La Escuela del Bien y el Mal es un raro intento de Paul Feig por internarse en la fantasía, que no debe sobre pensarse para poder disfrutar de lo nuevo, lo viejo y lo cliché. No obstante, es un cuento que aunque entretendrá al público más joven, será rápidamente olvidado, perdiendo su oportunidad de convertirse en un clásico.