Texto escrito por: @ana_villarin
Durante su corta carrera, Ari Aster se ha consagrado como un director con muchas facetas.
Hereditary probó que puede hacer un clásico moderno del terror, Midsommar probó que es capaz de lanzar a una actriz (Florence Pugh) al estrellato, y Beau is Afraid probó que no es infalible.
Con Eddington, una de las cintas más esperadas en el Festival de Cannes, Aster demuestra algo que para muchos tal vez no parecía posible: que tiene un gran sentido del humor.

Eddington no busca complacer
Desde su secuencia inicial, es evidente que Aster no busca aplacar a todos los que detestaron su último proyecto ni mucho menos apelar a la audiencia que tanto lo enalteció después de sus primeras películas.
En vez de eso, el director estadounidense reiteró que hará exactamente lo que él quiera mientras que haya un estudio dispuesto a financiar sus proyectos.
En esta ocasión, lo que quiso resultó ser una de las mejores sátiras sobre Estados Unidos que se hayan proyectado en pantalla grande, y una de las primeras películas de alto calibre que se atreve a poner la pandemia del COVID-19 como tema central.
Joaquín Phoenix y Pedro Pascal interpretan a un sheriff (Joe Cross) y un alcalde (Ted Garcia) respectivamente que, a su vez, terminan representante de las ideas políticas de conservadores y liberales que al pueblo estadounidense tanto les gusta utilizar para hacer juicios de valor absolutos.
Durante los primeros minutos vemos a Joe negándose a usar un cubrebocas en nombre de la libertad, mientras que Ted intenta convencerlo con argumentos científicos dichos con un tono tan condescendiente que te lleva a sentirte mal por el sheriff aunque sea por unos segundos.
La creciente rivalidad entre alcalde y sheriff llega a un punto crítico cuando Joe decide incorporarse a las próximas elecciones que Ted tiene planeado ganar, y esta simple decisión desencadena una serie de eventos desafortunados que van revelando lo podridos que están los cimientos en los que el pequeño pueblo de Eddington está fundado y, por asociación, todo Estados Unidos.
Mientras se proyectaba la película en el Grand Théâtre Lumière de Cannes era imposible dejar de pensar en la reacción que el público estadounidense tendría ante un filme que no duda en cuestionar y burlarse de absolutamente todos los temas salientes de Estados Unidos.
Black Lives Matter, Blue Lives Matter, el feminismo blanco, las teorías de conspiración, el activismo performativo, la legión anti-vacunas. Eddington no teme cuestionar cada una de estas visiones.
Si nos basamos en la terrible recepción que tuvo ante la crítica, no debería sorprendernos que el resto de la población tampoco acepte este implacable ejercicio de autocrítica y reflexión con los brazos abiertos.

Una Película que invita a cuestionar
Pero Eddington sí tiene una tendencia pro-liberal palpable. Mientras que Aster no da paso a que el espectador pueda creer que Joe tiene razón en su rechazo hacia la ciencia, es mucho más comprensivo hacia los jóvenes que salen a las calles a protestar sobre causas que no tienen nada que ver con ellos, incluso cuando sus métodos no son perfectos.
Sin embargo, gran parte de lo que hace que esta sea una sátira tan efectiva es que Aster nunca demoniza ni santifica por completo a ninguno de sus personajes.
Aunque Ted se presenta como un hombre racional y progresivo, no está exento de la corrupción que viene mano a mano con cualquier tipo de poder.
Asimismo, aunque Joe es un hombre plagado de defectos que deja que sus deseos personales nublen su buen juicio, hay ciertas instancias que muestran cómo genuinamente quiere lo mejor para aquellos que busca proteger incluso si los termina lastimando con sus esfuerzos mal aconsejados.
En Eddington, hay dos protagonistas que no son héroes ni villanos, y cuya mala fortuna no es consecuencia de su maldad sino por un error honesto que provoca miedo y compasión en la audiencia, con un desenlace que alcanza una magnitud extrema y nos lleva a experimentar una catarsis que es tan sombría que termina siendo cómica.

¿Qué diferencia a Eddington?
Lo que diferencia a Eddington de otras obras que incursionan en la crítica política es que Aster no nos guía hacia una lección universal, sino que confía lo suficiente en el espectador y su capacidad de llegar a sus propias conclusiones incluso si esa es que la película es fatal y hasta ofensiva.
Si tuviéramos que resumir las ideas más evidentes que se presentan en Eddington, podríamos sacar una para cada “bando”.
Para el lado de Ted, sería que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Para Joe sería que la ignorancia no equivale a la maldad, pero la forma más fácil de hacer daño es negándose a aprender de los demás.
Puede que Eddington no sea una película fácil de digerir y que ambos lados la desprecien por su aparente resistencia a condenar al otro, pero en un mundo progresivamente más polarizado, el hecho de que Ari Aster se aferre a la ambigüedad con uñas y dientes es un triunfo por sí mismo.
