Crimes of the Future se sitúa en un futuro donde lo más perturbador no es el horror corporal, sino la evolución de la humanidad como consecuencia de sus crímenes.
Cuando hablamos de horror corporal, no hay nadie como David Cronenberg para sumergirnos en una historia que más allá de producir repulsión, se empeña en dar una crítica a la sociedad por medio del sufrimiento. Tal es el caso de producciones como The Fly, Videodrome y Existenz, donde el cuerpo humano es una mera excusa para dar un discurso más grande.
Crimes of the Future no es la excepción. La producción más reciente del director canadiense nos lleva a un futuro no muy lejano donde la evolución ha cambiado a la humanidad, sus hábitos y la relación que estos tienen con el dolor y la sexualidad.
Esta historia arranca con un crimen: una madre sofocando a su propio hijo al desconocerlo por sus comportamientos poco humanos. Pues el niño se alimenta de plásticos y desechos como si se tratara de golosinas. Dicho evento se da en una realidad donde el cuerpo humano ha prácticamente eliminado su umbral del dolor, y el riesgo a contraer infecciones a través de las heridas. Convirtiéndose así la búsqueda por sentir algo, lo que motiva a varios de sus personajes.
En sí, Crimes of the Future seguirá a Saul Tenser (Viggo Mortensen), un artista de performance cuyo cuerpo posee la extraña capacidad de crear nuevos órganos casi a diario. Junto a su compañera de escena Caprice (Léa Seydoux), el acto girará en torno a la extracción de dichos órganos, exhibiéndolos en cirugías en vivo ante audiencias sedientas de sentido.
La sensualidad en el dolor
El primer elemento con el que Cronenberg pretende arrastrar a la audiencia hacia sus más intensas ideas, es a través de la interacción entre humano, máquina y dolor.
En este mundo, la tecnología —creada por extrañas figuras que simulan órganos, esqueletos y entes similares a aquellos imaginados por H.R. Giger, el creador del diseño del icónico xenomorfo en Alien — convive estrechamente con la piel de las personas: anticipando malestares mientras duermen, cuando comen, y manipulando de cerca cada movimiento de sus usuarios.
La forma en que ambas partes se conectan se vuelve más un tema de intimidad y no tanto de funcionalidad, pues es esta tecnología la que explora no sólo la desnudez del individuo sino sus meras entrañas. Cronenberg juega con el concepto de la tecnología como intermediario entre las conexiones humanas, dándole un rol en el placer humano incluso más importante que el que puede darse entre dos personas.
Asimismo, Crimes of the Future recurre al género de body horror, no como elemento de shock, sino como una vía para sentir. Pues es en esa necesidad por encontrarse, por ver más allá, que el dolor y las mutilaciones cobran sentido.
El horror corporal se vuelve atractivo: intervenir el cuerpo de formas extremas por encontrar un punto de dolor, somete a los personajes a averiguar qué representa para ellos cada performance, tanto en los que son testigos como en aquellos en los que forman parte.
El rechazo a la evolución: lastimar el cuerpo para encajar
Quizá uno de los mensajes más interesantes que Cronenberg inserta en la cinta, es el terror humano por avanzar. Pues partiendo del primer cambio dado antes del tiempo en el que acontece la historia— la insensibilidad al dolor—, cada nuevo ajuste a la biología humana es considerado repugnante y peligroso.
Si bien, a evolución se da gradualmente, el mínimo cambio hace al sujeto una muestra extraña. Lo convierte en algo que ya no es humano y que además de estudiarse, tiene que eliminarse.
Este rechazo viene de un sistema, aquí conocido como el Registro de Nuevos Órganos, y logra escabullirse bajo la piel de Tenser, quien, en exhibiciones de automutilación, se deshace de las nuevas propuestas físicas de su cuerpo. Tenser no pretende ser normal, pero convierte el daño en sí mismo en una demostración de “anarquía” contra su propio sistema, sin darse cuenta que hace exactamente lo que el Registro requiere de él.
No hay que ir muy lejos para darnos cuenta que en realidad esa clase de acciones se realizan en menor medida en nuestro presente. Que a través de pequeños ajustes, cambios e incluso en maneras en las que nos desenvolvemos en cada ámbito con el fin de encajar, nos van lastimando de maneras silenciosas hasta el punto donde nos desconocemos a nosotros mismos. Crimes of the Future es sólo la hipérbole de algo que ya está aquí.
¿Una respuesta lógica a la crisis climática?
El ser humano se adapta a las condiciones a las que se ve expuesto. O al menos, eso es lo que han propuesto desde siempre las teorías de la evolución. El mundo no existe para que se adapte a lo establecido por una especie, sino al contrario.
La constante lucha por el control sobre el cambio es parte central de Crimes of the Future, donde quizá la pregunta más relevante a plantearse es: ¿es posible evolucionar de esa manera?
Cronenberg propone una vía humana donde el plástico es la fuente de alimento, donde el sistema digestivo ha evolucionado lo suficiente para consumir los desechos creados por la misma humanidad y la cada vez más tangible obsolescencia tecnológica. Es una idea que no sólo resuelve la cercana crisis alimentaria de nuestra especie, sino la ruta necesaria para restaurar el planeta.
Aunque desagradable, no suena imposible. Pues en los últimos meses se han dado ya casos de microplásticos invadiendo los torrentes sanguíneos de las personas. Con este detalle, Crimes of the Future realmente expone el peor crimen de todos, ese que hemos contenido contra nosotros mismos: condenarnos a consumir la basura de la que no nos podemos deshacer.
¿Vale la pena?
Crimes of the Future es una cinta que demanda un extenso análisis por parte de su audiencia, pero sin elevar demasiado su mensaje para hacerla incomprensible. Es una visión artística de problemáticas que viven y nos perturban en el presente, donde el body horror es un elemento clave para entender nuestra conexión con la tecnología, el dolor y con la humanidad misma.
El personaje de Mortensen es la vía adecuada para comprender cada elemento de la historia, además de generar un lazo de empatía a pesar de ser ajenos a sus problemas. De la misma forma, las ambiciones de Caprice se traducen bien a través de la actuación de Seydoux, quien se contrapone al punto de vista de Timlin (Kristen Stewart) y explota así varias de las aristas propuestas por el director.
Sin embargo, Crimes of the Future peca de querer incurrir en demasiados temas —entre ellos la belleza de las mutaciones y la explotación de las diferencias a manos del sistema— pero cierra satisfactoriamente pocos, difuminando el rol de varios de sus personajes y volviendo irrelevantes algunos de sus momentos durante el segundo acto.
Al final, es una gran propuesta, bien consolidada en el género que quiere explotar, pero se desborda en el exceso de mensajes que no alcanzaron a definirse de la forma que probablemente se había planteado Cronenberg en el primer borrador del guión.