Begin Again es una sinfonía sobre los procesos que acompañan el cierre e inicio de nuevos ciclos.
Nos acercamos al final de año, ello trae consigo el cumplimiento de muchas tradiciones personales y colectivas, aunque las segundas parecen ser incapaces de cumplirse como resultado de una complicada temporalidad, he asistido -como suelo acostumbrar por estas fechas- a mi cita con una de mis películas favoritas.
En ella mi pasión por el séptimo arte y la música se combinan en una narrativa feel good, que particularmente en un año repleto de cambios como este, me envuelve en un aura de motivación en torno a cumplir mis sueños. Su nombre: Begin Again.
De las calles a Hollywood
Durante 2007 se estrenaría Once: una cinta irlandesa dirigida por John Carney, centrada en la historia de una pareja de músicos que encuentran en su unión, una compañía a través de la soledad, la inspiración para crear y vivir de su arte.
La historia del largometraje con la vida real posee una serie de vasos comunicantes: la atmósfera lofi en que se desenvuelven sus protagonistas es la misma en que convivía el director -quien apenas contó con 150 mil euros para su realización-, ambos relatos demuestran que a la hora de participar en la creación artística, lo importante es la pasión impresa en la misma y no el presupuesto, pues lo que conecta a la gente en las narrativas son las emociones impresas.
Dicha característica la hizo acreedora del cariño de las personas espectadoras alrededor de todo el mundo, situación traducida en el Premio del Público que ganó en el Festival de Sundance y que llevarían a su canción principal: Falling Slowly, a ganar el Óscar en su respectiva categoría.
Tras ese éxito diversas puertas se le abrirían a John Carney, pero tendríamos que esperar 5 años para su nueva producción: Begin Again, película que a pesar de cambiar las calles de Dublin por los barrios de Manhattan, sustituir a una pareja protagonista no formada profesionalmente en la actuación con estrellas hollywodenses, y por lo tanto contar con mayor presupuesto, la esencia de Once se mantendría latente.
Su trama se centra en la dinámica ejercida por Gretta y Dan, una joven cantautora y un viejo productor musical, que se encuentran experimentado colapsos personales, pero que al encontrarse revierten la dinámica negativa a través de la producción de un álbum, el cual filmaran de manera independiente.
Una de las lecturas que tiene el largometraje es una crítica a la industria musical, aunque la misma podría extrapolarse a la cinematográfica y realmente a cualquier otro espacio artístico en este mundo capitalista.
Dicho comentario lo vemos argumentado mediante la figura de las discográficas: espacios que además de aprovecharse económicamente de lo realizado por sus artistas, sacrifican la parte autoral de las/os mismos/as convirtiéndolos/as en compositores/as de himnos de estadio sobre los cuales pueden sacar mayor tajada monetaria. Situación representada en el personaje interpretado por Adam Levine.
En el polo opuesto se encuentra la dupla protagonista, quienes no ven detenidos sus sueños / visión al no encajar en los moldes, de manera que ellos mismos realizan toda una producción musical: bajo instrumentos propios y músicos/as sacados/as de las calles, de manera que el sonido / imágenes de las mismas forme parte de su acabado final, el cual también sería editado / distribuido mediante medios alternativos y más democráticos al acceso a cualquier persona.
Tal aura de rebeldía creativa e independiente se transmite a la técnica con que se encuentra filmada la cinta: cámara en mano, iluminación natural, vestimenta cotidianas, y cortes sobre el mismo eje en el montaje externo que nos remiten a la Nouvelle Vague, una época conocida por la misma energía.
Además, nuevamente el punto de vista ideológico planteado por Carney en la obra tendría eco en la vida real, pues a su estreno declararía para el diario The Independent, que a pesar de no odiar Hollywood si le había resultado decepcionante trabajar con “estrellas de cine”. Lo que lo llevo a regresar a su tierra natal para filmar su más reciente trabajo Sing Street, donde declaró“Necesitaba un respiro, he aprendido a no rodar películas con supermodelos”.
Es famosa la controversia que generó apuntado estas declaraciones hacía el trabajo de Keira Knightley, sobre quien comentó que fue difícil hacer que la actriz se viera verosímil en las escenas musicales.
Posteriormente se disculpó, sin embargo nunca he estado de acuerdo con su perspectiva, pues en lo que a mi respecta Begin Again contiene una de las mejores interpretaciones en el carrera de la británica. Eso en gran parte a las secuencias y como transfiere la vulnerabilidad expresada por las letras de las canciones a los gestos faciales. Algo parecido sucede con su coprotagonista Mark Ruffalo.
El arte como salvación
Pero no sólo es esta óptica contra el establishment lo que me agrada de la película, pues aquello con lo que más me identifico en el filme es con lo que representa: un relato sobre como a través del arte, podemos rehacernos después de una caída, en este caso provocada por una ruptura amorosa.
En su primer acto, el largometraje nos establece los fracasos de ambos: por un lado Gretta se mudo con su pareja a Nueva York como parte de la oferta laboral ofrecida a su novio, sin embargo conforme la fama se apodera del mismo, ella va siendo relegada hasta el punto que la engañan con otra mujer. Mientras por otro lado , Dan lleva años en decadencia tras el engaño y casi abandono por parte de su esposa, situación que se agrava tras la casi nula relación con su hija y tras ser despedido de su propio sello discográfico.
Tal instante es donde ambos se encuentran. El arte -en este caso la música- es el medio por que el cual ambos forjan una conexión de amistad -y cierto coqueteo platónico- con alguien que ha experimentado las mismas heridas emocionales y posee la misma pasión, además de fungir como el catalizador para superar los dolores del pasado, rehacerse personalmente y volver a ilusionarse.
Quizá no al extremo de sus protagonistas, pero personalmente esta película me ha salvado en diversas ocasiones: a retomar mi pasión por la creación artística aunque los medios con los que cuento actualmente no sean aquellos de los grandes estudios, a afrontar la desaparición de aquellas conexiones con personas que significaron mucho para mi, entender que llegará el momento donde el presente vuelva a recuperar toda su luz, pues después de una caída siempre se puede empezar de nuevo.