Cuando combinas dos mentes maestras de los blockbusters, como la de James Cameron y Robert Rodriguez, el resultado es incierto. Uno tiene la técnica, la mano con precisión casi quirúrgica para crear un universo creíble y basado en investigaciones científicas. El otro es una mente soñadora capaz de construir mundos fantásticos e irreverentes que la crítica no tiende a adorar tanto.
La oportunidad que ofrecía Alita: Battle Angel, cinta basada en el manga de Yukito Kishiro, parecía un disparo importante hacia el cyberpunk, esta categoría futurista, donde abundan los ambientes distópicos y la presencia de cyborgs en un decadente círculo de humanidad. Pues, más allá de la propuesta que presentaba su material de origen, la promesa de que Cameron y Rodríguez podrían redefinir el género sonaba legítima.
No obstante, toda esa esperanza desemboca en una sola cosa —que, aceptémoslo, todos veíamos venir—: desastre total.
Los efectos especiales no hacen a la historia
Seamos honestos. Podrás tener lo último en tecnología de captura para formato IMAX, una implementación excelsa de CGI, y un talento brillante para mezclar universos virtuales y reales en uno solo; pero lo impresionante que resulte el visual del mundo creado no salvará jamás una historia que no sabe hacia dónde está apuntando.
La introducción cumple su función al presentar al personaje y plantear la duda de su origen. La inserta en el entorno apropiado, y hace que la audiencia se familiarice con el viaje que está a punto de enfrentar.
Sin embargo, apenas termina esta fase, Alita: Battle Angel pierde camino y comienza a arrojar una dirección tras otra que impide al público comprender qué y en qué momento está sucediendo todo.
Por un lado tenemos la línea de los guerreros cazadores y su labor de capturar criminales para obtener recompensas. Por el otro, la trama del conocido motor ball y la esperanzadora participación de sus jugadores para llegar a Zalem como campeones. En tercer lugar, el papel que tienen Nova y Zalem en una narrativa a lo Big Brother sobre los residentes de Iron City. Y por último, el misterio de La Caída, una batalla cientos de años atrás, cuando el resto de las ciudades flotantes perecieron por la mano de los invasores.
«Más» no es sinónimo de «mejor»
Ahora, si algunas de éstas funcionarán como tramas secundarias, en lugar de querer asumir el trono de argumento principal, quizá la cinta habría tenido un espacio más libre para desarrollarse. No obstante, su catálogo de sub-plots se encuentra tan lleno como el inicial, y genera una sobresaturación de información para el espectador.
Algunas de estas situaciones se notan forzadas y no contribuyen al ensamble final de la historia. Tal es el caso de la relación entre Ido (Christoph Waltz) y Chirem (Jennifer Connelly)—que, entendemos, inserta un contexto para las intenciones de ambos—, cuyo manejo luce deshonesto y más como un intento de justificación para el arco de redención de la antagonista.
Asimismo, la conexión entre Hugo (Keean Johnson) y Alita (Rosa Salazar) se da de un instante a otro, y en vez de vender una historia de amor a la que el público quiera apostar, sólo entrega un capricho adolescente, clásico de un guión mal desarrollado.
No desmeritemos el trabajo de construir un nuevo universo
Si hay algo que denota la inversión del proyecto, es el fino acabado de sus efectos. La manera en que, tanto sus personajes robóticos, como la presencia de los escenarios se presentan, dan un vistazo a una dimensión futurista bien lograda.
El trabajo de los vfx’s es especialmente evidente en el diseño de los cyborgs, y es aquí donde se ve el ápice de la colaboración Cameron-Rodriguez. Pues, si bien algunos personajes remiten al antiguo proyecto del director, Spy Kids 3-D: Game Over (2003); se nota la influencia del cabecilla de Terminator (1984), combinación que concluye en un diseño tanto fantástico como funcional, que ensambla lo mejor de ambos mundos.
El aspecto de la mayoría de sus participantes es convincente, brillante y una muestra apropiada de una cinta cyberpunk. La variedad de los mismos no decepciona, y es emocionante descubrir los enigmas que oculta cada perfil metálico, (como la Piedra del Sol en Zapan).
Me atrevo a decir, además, que el hecho de mezclar escenografía física con un ambiente completamente digital, hace de Alita un mundo más realista para el ojo humano que lo que en su momento hizo Ready Player One (2018).
Al final, una de las funciones mejor cumplidas por la película es precisamente demostrar el avance tecnológico en lo que a imagen generada por computadora se refiere.
Una gran propuesta… que habría funcionado en otro tiempo
Pero ya que mencionamos a la aclamada Ready Player One, es justo hablar de lo mucho que tardó el proyecto de Battle Angel ver la luz. Tanto la tecnología, como el avance en narrativa, es imparable dentro de una industria como Hollywood; por lo que no es de extrañarse que algunas cintas caduquen antes que otras y que algo que llegó a la pantalla en 2019, tuviera más sentido a mediados de 2018.
Sí, podría sonar exagerado. Pero cuando estamos enfrentando un ataque de contenido infinito por todos los medios existentes, es difícil creer que lo que se vio en cines el año pasado podría tener el mismo impacto en meses más recientes.
Quizá, de haber estrenado un par de meses antes que el proyecto de Spielberg, Battle Angel habría tenido una mejor recepción, e incluso habría sido considerada como un proyecto vanguardista que serviría como antecedente para la ya mencionada.
Pero entre aquel gran blockbuster, y la decepción que el cyberpunk Mortal Engines implicó a principios de enero, la carrera por tomar relevancia dentro del género era, si no imposible, bastante complicada de superar.
El problema con Alita
Más allá de la historia, el armado visual, y lo interesante o aburrida que pueda resultar la cinta, hay un tema con el que a Battle Angel le cuesta empatar: el contexto social ante el que se presenta.
A simple vista, podríamos creer que Alita cumple con una checklist de inclusión ya casi obligatoria en Hollywood: personajes diversos, representación cultural, y empowerment femenino para su protagonista. No obstante, hay algo incómodo en la realización del personaje principal, que se ha repetido constantemente en películas cuyo discurso va hacia un público masculino.
La infantilización de Alita. Sí, sabemos que el personaje realmente tiene 300 años de existencia, y que no es una niña de verdad… es más, ¡es algo virtual! Pero en el primer encuentro que tiene el espectador con ella, el cuerpo de la misma está diseñado como el de una joven de catorce o quince años. Si a eso sumamos la ingenuidad e inocencia con las que ve el mundo, creemos que estamos tratando con una adolescente… así sea un cyborg.
Hasta aquí, no hay problema alguno. La historia podría seguir su curso con una protagonista de esta edad que no envejece. El conflicto aparece con el “cambio de cuerpo” de Alita, pues descubrimos que el físico vuela más hacia el de una mujer desarrollada, pero sus facciones permanecen diseñadas como las de una niña.
¿No importa la edad?
Enfrentamos una disociación preocupante. Durante la primera mitad, más de un personaje se ha referido a Alita como una menor, a quien luego colocan en pantalla con atributos físicos más maduros. Si bien sabemos que tales descripciones son consistentes en materiales gráficos (rostros infantiles, con cuerpos adultos), la caracterización de personajes mayores como adolescentes tiende a ser algo… extraño.
Naturalmente, no es el primer caso que se da en la pantalla grande, ni el último. No obstante, no cabe duda que esta tendencia de appealing semi infantil cae en una connotación sexual no muy agradable.
En conclusión
Alita bien podría resumirse a un remake de Spy-Kids 3, pero con presupuesto. Combina lo absurdo de los universos de Robert Rodriguez, con la visión de James Cameron, pero no llega al talle de una cinta que pueda llamarse heredera del cyberpunk.
Los efectos especiales son magníficos, pero se queda corta en narrativa y en su intento por empatizar con la audiencia. Asimismo, hace a un lado lo que podría hacer creíble a su universo, e ignora toda hipótesis científica que, al menos James Cameron, ha señalado como vital para una cinta del género.
Al final, plantea demasiadas preguntas que no obtienen respuesta. Deja la puerta abierta para un mundo de secuelas, que podrían o no arreglar este desastre distópico con corazón, pero sin esencia racional.