A todos los chicos: Para siempre, es la nueva entrega de una saga que se consolida como uno de los mejores coming of age en la actualidad.
Crecer no es sencillo, pues al hacerlo entramos en un inevitable ciclo donde las certezas se difuminan: el mundo a nuestro alrededor se nos presenta con una serie de preguntas a las que nos exige una serie de respuestas, las cuales regularmente brindamos mediante la imperfección del empirismo, algunas de ellas nos embarcan en experiencias gratificantes y otras son más dolorosas.
Me gusta pensar que dichos procesos de crecimiento, son una manera en que la vida busca despojarnos del egocentrismo y pedantería que suele acompañarnos, y así entendamos que nuestra existencia, como las de los demás organismos con quienes convivimos en el universo, se basa en la incertidumbre y el cambio.
Por ello la narrativa que envuelve al subgénero de las coming of age resulta de mi particular atención, pues desde el clásico de John Hughes: The Breakfast Club, pasando por la Persepolis de Marjane Satrapi, hasta Moonrise Kingdom de Wes Anderson o más recientemente We Are Who We Are de Guadagnino, todos/as sus protagonistas en esencia son parte de un viaje donde forjarán su identidad mediante la maduración psicológica, física y social.
Otro ejemplo cercano de esta clase de cintas, se puede encontrar en la serie de adaptaciones realizadas para Netflix sobre las novelas de Jenny Han, las cuales comenzaron en 2018 con A todos los chicos de los que me enamoré, y continuaron con una secuela dos años después: A todos los chicos: P.D. Todavía te quiero.
Dichos filmes giran en torno a un mismo universo de personajes centrado en la figura de Lara Jean (Interpretada por Lana Condor), quien durante la preparatoria vive su primer gran historia de amor con Peter Kavinsky (Noah Centeno).
Si el estreno de la segunda parte ya era un símbolo del gran recibimiento por parte del público en la plataforma de streaming, la adaptación de la tercera parte de la susodicha trilogía literaria: A todos los chicos: Para siempre, es una confirmación del éxito de Lara internacional que ha experimentando la obra.
La estética del primer amor
Mientras la primeras entregas giraban en torno al enamoramiento y consolidación de la relación amorosa entre Lara y Peter, esta última entrega pone en entredicho la misma cuando el periodo de preparatoria se acerca a su fin y con ello, la decisión de a que Universidad quiere asistir cada uno : la ilusión es que ambos cursen sus respectivas carreras en Stanford.
Sin embargo, las complicaciones comenzarán cuando la solicitud de la primera es rechazada, y al mismo tiempo queda enamorada de la vida y escuela en New York, lo que despertará dudas sobre si ante la distancia que les separará, lograrán mantener a flote su relación, o tal y como sucedió con su hermana Margot y su novio Josh, terminarán separándose.
Para la dirección de este largometraje vuelve Michael Fimognari, el encargado de la secuela y quien compone una bellísima estética, a través del uso de amplios planos simétricos que se complementan con un vestuario y diseño de producción de tonalidades pastel, que además nos regala una de las mejores postales de sitios como Seúl o New York.
El dinámico montaje externo a cargo de Michelle Harrison, Joe Klotz y Tamara Meen, no sólo hace ameno el camino de una cinta que se acerca a las 2 horas de duración, sino que además pinta lindas transiciones en las cuales de la animación se transita a la realidad.
La música elegida para componer el soundtrack de la película, aunque cuenta con la presencia de artistas como Oasis o Betta Lemme, se decanta en la mayoría por el indie para establecer la atmósfera juvenil de su relato, al mismo tiempo que por momentos tiene gestos que personalmente me encantan, donde la misma transita de su faceta extradiegética a convivir en el mismo espacio que sus protagonistas, algo así como Antonio Sánchez aparece en pantalla durante Birdman tocando el score original.
¿Es mejor no hacer planes?
Quizá uno de las diálogos más recordados de la multipremiada película dirigida por Bong Joon-ho: Parasite, es aquel donde Song Kang-ho enuncia bajo una dialéctica nihilista que “(…) la gente nunca debería hacer planes” pues así nada podría salir mal.
Me parece que además de la genuina multiculturalidad en el cast, el tratamiento sin tapujos de temáticas como el primer encuentro sexual, o las referencias a filmes como The Big Lebowski, una de las grandes virtudes de A todos los chicos: Para siempre, reside en la manera en que se aborda la toma de consciencia de que el universo no conspira a nuestro favor y las cosas regularmente no salen conforme las planeamos, lo que es una revalorización de nuestras certezas y relaciones.
El escrito de Jenny Han, aborda con honestidad y empatía dicha temática cuestionando la retórica de lo que simboliza el primer amor: la codependencia que se forja en las relaciones, donde la exacerbación dichosa que supone la convivencia con la otra persona, nos lleva a estar dispuestos a sacrificar la felicidad propia que supone el desenvolvimiento personal y profesional.
La protagonista se debate ante esta idea, pero comprende que a pesar de lo mucho que ame a su pareja, tiene que mantenerse honesta a sus sueños y emociones, pues no sería correcto sostener una relación con base en el egoísmo de mantenerse por su compañía o viceversa.
Con un enfoque similar en la esencia, Normal People aborda dicha temática y me parece que su resolución evoca mejor dichas reflexiones, pues es la maduración de dos personajes que por más que se aman, entienden que lo mejor es dejarse ir tanto por su bienestar personal como colectivo, agradeciendo lo vivido por más tristeza que ello evoque en el corto plazo.
Por lo anterior, el desenlace feel good de A todos los chicos: Para siempre me decepcionó un poco, por el tratamiento que llevaba hasta el momento, sin embargo a su vez entiendo la resolución de sus protagonistas, pues ¿quién soy yo para interponerme en el optimismo de enamorados?