El más reciente episodio de Game of Thrones es una dolorosa melodía de despedida de Winterfell.
Silencio en el Reino
Éste es el punto final. El último momento de calma previo a la tormenta, donde nuestra misión reside en encarnarnos en la piel de los personajes para vivir, para respirar los últimos instantes de paz. Bien se dice: las batallas que hacen historia son siempre precedidas por las noches más largas.
Cada minuto se carga de una ansiedad creciente, que, si bien avanza con un ritmo lento, nos deja en claro que a cada segundo nos encontramos más cerca de la inminente guerra entre vivos y muertos. Así nos enamoramos más de aquellos con quienes hemos recorrido Westeros. Luego, seguramente nos los arrebatará en la batalla por venir.
Las lealtades tiemblan, la urgencia por vivir lo que queda de la noche se vuelve prioridad. El futuro parece difuso, disuelto entre interrogantes que no se resolverán nunca. Se juega con promesas imposibles de cumplir, con títulos que nunca verán más allá de la caída de Winterfell; es un trago de esperanza que en realidad sabe a pérdida. De pronto, el trono al que se le ha dado tanta importancia desde el principio de los tiempos luce irrelevante.
A Knight of Seven Kingdoms es una canción de despedida que se escucha en los rincones del verdadero protagonista de esta historia. En cada muro, cada piedra, cada respirar de un moribundo Winterfell.
Oda a Winterfell
Winterfell respira por sí misma, late. Se vuelve un hogar para cada personaje, un espacio y tiempo preciso para cada evento, cada conversación. Nada de lo que pasa al interior de sus muros está narrado al azar, y casi pareciera que la misma Invernalia influye sobre las palabras de sus residentes.
Los temas de sangre, aquella unión entre casas, se viven constantemente en las criptas. En un espacio que alaba al pasado, y que guarda secretos apropiados para liberar en el presente. Bien predijo Robert Baratheon a Ned Stark que sus casas se unirían por los hijos de ambos, enlace que concluye con Arya Stark y Gendry, siete temporadas más tarde.
Una vez más, los tiempos de Ned Stark resuenan entre la piedra; donde tiempo atrás jurara que al volver a casa le diría a Jon Snow la verdad sobre su madre, sobre su origen, sobre esa sangre real que ahora Daenerys también conoce.
Los paralelismos que canta Winterfell son casi poéticos, una delicia para quien ha seguido esta historia por tanto tiempo y que guarda hasta el más pequeño instante en sus recuerdos. Es así como un simple “Las cosas que hacemos por amor”, se vuelve un elixir de diálogo cuando es tratado correctamente, cuando remonta a los testigos al pasado de un Matarreyes y un destino trágico sobre la inocencia de Bran.
Por el trono
El interior del castillo se vuelve albergue de dos reinas, una cabeza metódica del Norte, y una furia conquistadora con sangre de dragón. Sansa y Daenerys discuten del futuro como si existiera, como si en el mañana importáse quién se hinca ante quién, cuando la muerte está tan cerca.
Esta ironía de armaduras, espadas y tronos navega hasta el viejo recinto de los caballeros, donde Winterfell fuera testigo alguna vez de los abusos de un antiguo rey, la cobardía de un león y los ciegos excesos de otro ¿Quién pensaría que tiempo después, los Lannister volverían a pisar esta sala portando más de lo que solían ser? ¿Que volverían despojados de honor, dispuestos a entregar su vida por el sitio que más despreciaban? ¿Quién pensaría que Jaime Lannister pondría en una espada todo un corazón para levantar a un nuevo caballero?
Marcha fúnebre para un héroe
Hemos dicho que A Knight of the Seven Kingdoms es una melodía fúnebre, ¿pero para quién? Para Winterfell, claramente. Pero también para los héroes silenciosos que ni en el Norte ni en el sur han encontrado un hogar.
Sir Brienne of Tarth se alza como un caballero, portando por primera vez la justicia que merecía desde el momento en que la vimos portar una espada. Una outcast recibida entre todos aquellos que han marchado lejos de sus orígenes para ver hacia dónde les arrastra la guerra: los Lannister, Podrick, Sir Davos, Tormund en especial, le dan un nuevo sentido de pertenencia a quien siempre ha luchado por todos, portando una armadura de lealtad.
Es curioso ver que, a pesar de que algunos parecen haber encontrado un lugar antes de la Caída, hay otros que perecerán en su búsqueda. Quienes han marchado desde Astapor, continúan su camino sin saber exactamente a dónde mirarán después, dándose un último aire de propósito para seguir de pie en la batalla. Pues parece que la ruta de Grey Worm y otro centenar de Inmaculados, quienes han visto tanto gloria como derrota con cada paso, ha llegado a su fin.
Podríamos quizá decir lo mismo del héroe reivindicado, Theon Greyjoy, el hijo de Hierro que prestó su espada en contra de Winterfell en el pasado, y que vuelve a las tierras heladas para pelear por sus hermanos, en nombre del sitio que le vio crecer.
Despedida y Derrota
A Knight of the Seven Kingdoms se vive en las venas de Winterfell, transporta a la audiencia a los zapatos de cada personaje y los obliga a caminar entre nostalgia y esperanza, antes de cuatro episodios que auguran batallas épicas y pérdidas irremediables.
El episodio sabe jugar al borde del precipicio, haciendo a su historia caminar sobre esa delgada línea de tranquilidad que antecede a la montaña rusa de emociones que llegará después. Se toma su tiempo para hacerse arder en el fanatismo, en la ansiedad por la lluvia de sangre venidera. Es, en sí, un canto de despedida, un gesto que acompaña a los personajes en su encrucijada final. Una advertencia para quienes llevan tatuados los escudos de cada casa en el corazón: el fin empieza aquí.