Estación Catorce nos presenta una perspectiva de la infancia sobre violencia y masculinidad.
Tras 7 años de alejarse de la realización de películas, la décimo novena edición del Festival Internacional de Cine de Morelia nos trae el regreso de Diana Cardozo, cineasta uruguaya con nacionalidad mexicana que presenta Estación Catorce: un filme que la palabra contrastes define a la perfección.
La cinta nos centra en el relato de un niño de 7 años llamado Luis (Gael Vázquez), quien de la mano de su padre Manuel (José Antonio Becerril) se encuentra conociendo los claroscuros que caracterizan la cotidianidad mexicana, los cuales a través de sus ojos tienen la capacidad de impactarnos, hacernos reír y llorar por igual.
Entre contrastes
El metraje pareciera intercalar las secuencias bajo esta misma premisa, la cinta abre en la paz de un aula repleta de infantes y de pronto el sonido de las campanas del poblado trastocan la cotidianidad, a los/as niñas/os se les indica que se retiren a sus hogares lo más pronto posible, y como audiencia nos invade la duda de lo que está sucediendo, pero la sensación de ajetreo provocada por el seguimiento de la cámara a las acciones de los/as personajes nos remiten al preludio de un filme donde presenciaremos una catástrofe natural.
Dichos presentimientos terminan por confirmarse unos minutos después, sin embargo el desastre que golpea a la localidad no es un fenómeno natural como la erupción de un volcán, un temblor o tsunami, pero su impacto es igual de fuerte: mientras la cámara se enfoca en la intimidad de una familia que se esconde, escuchamos el arribo de diversas camionetas, insultos y disparos.
El diseño sonoro nos sugiere el arribo de uno de los grandes problemas de la sociedad mexicana, el cual al ser una de las grandes inquietudes individuales se transfiere a lo colectivo y el arte: el narcotráfico.
¿Un día más?
Tras la retirada de los grupos delictivos la tensión del momento se ve trastocada por un Manuel que sale de su hogar con una entereza que aterra, y le pide a su hijo Luis que le acompañe a lo que posteriormente conocemos fue el hogar afectado por la violencia, el cual muchas personas del pueblo se encuentran saqueando, faena a la que se unirán nuestros protagonistas.
Manuel pareciera acostumbrado a este tipo de situaciones al grado que pareciera seguir un prótocolo, sin embargo esto no sucede con Luis, a quien vemos impactado por todo lo ocurrido y pareciera ser el único que se impacta por ver los cuerpos de las personas afectadas.
Posteriormente vislumbramos a los/as niñas/os jugar en la libertad por las extensas colinas que conforman al poblado alejado de la capital, y el resto de la narrativa de Estación Catorce repite esta estructura pero embarcando a sus protagonistas ante nuevas circunstancias.
Reminiscencias italianas
La película al centrarnos en la mirada de un niño que se enfrenta por primera vez a estos claroscuros, provoca un impacto no amarillista que saca a la audiencia mexicana del letargo: nos hace cuestionarnos sobre la normalidad de los sucesos que componen nuestra cotidianidad: aquella que se debate entre el juego, la violencia, alegría y tragedia.
Por esto, el realismo de la puesta en escena, situaciones, diseños de producción, y secuencias como aquella donde Manuel y Luis van a vender un sillón a una localidad lejana, Estación Catorce nos remite al Ladrón de Bicicletas de Vittorio De Sica, y curiosamente nos encontramos ante un contexto similar a la Italia posterior a la Segunda Guerra Mundial, específicamente en lo referente a la manera en que las personas se enfrentan a las desigualdades económicas de sus localidades.
Al igual que Antonio (Lamberto Maggiorani) en el Ladrón de Bicicletas, Manuel es un personaje complejo: un hombre frustrado que se ve incapaz de transformar su situación, quien en una búsqueda desesperada de cambiar la misma se enfrasca en el afán de comprarle un balón a su hijo, poseer un lindo sillón, o realizar una nueva conquista femenina.
Y otro gran aporte de Estación Catorce se puede ver en la manera en que esta frustración generada por las desigualdades sistemáticas se ve reflejada las diferentes violencias que se ejercen a lo largo del relato: desde el narcotráfico hasta aquella descarga de furia que termina con la vida del perrito de Luis. Círculos viciosos que como se puede apreciar en este último caso sólo provocan una tristeza internalizada en la población, la cual como mecanismo de defensa normaliza la misma para evitar que nos haga daño.