El Planeta: Evadiendo la vulnerabilidad

El Planeta explora mediante el humor ácido, las barreras que forjamos como mecanismo de autodefensa frente a una crisis.

El Planeta explora mediante el humor ácido, las barreras que forjamos como mecanismo de autodefensa frente a una crisis. 

Hace dos años se estrenó una de mis películas favoritas: Las Niñas Bien, en ella su directora Alejandra Márquez Abella relata la historia de Sofía: una mujer perteneciente a la clase alta, que lidia con mantener su estatus social durante la crisis económica que afectó a México en los 80.

El encanto de la cinta reside en el punto de vista por el que opta la cineasta mexicana, no sólo a nivel audiovisual donde la fotografía de Dariela Ludlow, el score de Tomás Barreiro y la edición a cargo de Miguel Scheverdfinger, componen una bella narrativa que se sugiere a partir de los gestos y detalles, sino también a nivel temático: apartado en el cual Alejandra no observa con displicencia ni de manera burlona, a las mujeres que retrataban originalmente los textos de Guadalupe Loeza.

Todo lo contrario, pues la directora observa con empatía a su protagonista: al final Sofía es una víctima más de una estructura patriarcal, a pesar de su condición social sigue relegada a un rol predefinido y aún ante el camino trágico al que se enfrenta, tiene que aparentar entereza, ya que aceptar su vulnerabilidad significaría ser el centro de críticas y burlas.

Esto lo explico porque en la más reciente edición del festival de Sundance, una de las propuestas más interesantes y por lo tanto uno de mis largometrajes preferidos: El Planeta, explora con frescura e ingenio las susodichas temáticas. 

El Planeta

Detrás de la alta costura 

La ópera prima de la cineasta Amalia Ulman, se centra en el relato de una viuda y su hija, las cuales se encuentran enfrentando las vicisitudes propias de la crisis económica que afectó al mundo en el 2008, situación que pondrá en entredicho su cotidianidad  acostumbrada al lujo, a la cual buscarán aferrarse hasta donde les sea posible. 

En la sesión de preguntas y respuestas posterior a su estreno, la directora española develó sus intenciones de realizar un filme con mensaje social, sin embargo no buscaba caer en el cliché de una narrativa melodramática y aburrida que suelen caracterizar a muchas obras con la misma intención, por lo que decidió abordar esta historia mediante el humor. 

Y esta última decisión me parece una de las grandes virtudes que posee este largometraje, pues la comedia no es sólo el vehículo para brindar dinamismo a un relato que inspirado en The Rules of the Game de Jean Renoir o el Jim Jarmush primigenio, se fundamenta en un montaje interno donde el tiempo corre con normalidad bajo un cámara que apenas rompe su estatismo bajo leves paneos. 

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Sino que la sátira también es la fachada a partir de la cual sus protagonistas ocultan aquellas preocupaciones no exteriorizadas: el intento de prostitución, el ejercicio espiritual de “encerrar” el nombre de las personas en vasos para que así estas no puedan hacerte daño, y las vestiduras que va desde Balenciaga hasta Moschino, son intentos fallidos para tomar el control de una situación que les supera. 

Amalia confesó que lo retratado en pantalla se encuentra parcialmente basado en la realidad, y específicamente se refería a los problemas que conlleva una crisis económica desde la perspectiva de dos generaciones: una mayor que ve su trabajo de años amenazado, teniendo que reinventarse en un contexto donde no encajan más, mientras la juventud se siente atrapada en espacios que no le brindan las posibilidades para cumplir sus sueños profesionales, ni de estilo de vida. 

Aunque la estética indie fuera también resultado del presupuesto, lo mismo que el blanco y negro en la fotografía de Carlo Digo Bellver fungiera como consecuencia del mal clima en Gijón, estos factores no sólo permiten homenajear visualmente a las inspiraciones de la cineasta, quien además abraza este decorativo visual, bajo los cortes externos en el mismo eje que rememoran a la Nouvelle Vague o las transiciones sacadas directamente de Movie Maker, sino que también trasmiten la sensación de decadencia que experimentan sus protagonistas. 

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Cuando la vulnerabilidad te alcanza

A pesar de hacer uso de la sátira, Amalia observa con empatía a las protagonistas que interpretan su madre y la susodicha: ambas son mujeres imperfectibles que las personas espectadoras percibimos como ensimismadas, pero a su vez conocemos que su actitud e inclusive incomunicación entre ellas mismas, es una coraza ante las ansiedades que les persiguen. 

En una escena que se suscita posterior a una decepción amorosa donde se le mintió, la personaje a la que da cara la directora española, llega a su hogar, comenta a su  madre que todo esta bien y espera su salida de la habitación para romper en llanto. 

Dicho momento, como aquel donde la matriarca sostiene una llamada telefónica con una de sus amigas, son las expresiones literales de las inquietudes que ambas viven, pero nunca comparten entre ellas, como resultado de sociedades donde el abrazar la vulnerabilidad es visto como un sinónimo de debilidad. 

Mediante El Planeta, la cineasta de Gijón desenmascara este mito y lo ridiculiza, pues en contextos como el descrito anteriormente, quizá no existe un acto más revolucionario que abrazar nuestra vulnerabilidad, como un punto de partida para generar conexiones interpersonales más honestas, amorosas y sanas, donde en conjunto hagamos frente a las complicaciones contemporáneas. 

Y con lo anterior, Amalia Ulman cumple aquel propósito que mencionaba en su Q&A: retornar al público algo con su historia.

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