El tiroteo en una secundaria en Columbine ocurrido el 20 de abril de 1999 marcó un parteaguas en la historia política y cultural de los Estados Unidos.
¿El tema central del debate? La legislación sobre armas de fuego. El documentalista y fiel antirrepublicano Michael Moore arremetió contra empresas y congresistas por igual en su celebrado Bowling for Columbine (2002), donde interrogó, etre muchas otras voces, a miembros de la Asociación del Rifle ridiculizando su postura y orientando toda la carga ideológica de su documental hacia un punto claro: debe regularse más la posesión y el uso de armas de fuego en todo el territorio norteamericano y romperse los vínculos entre corporaciones privadas, bancos y gobierno. De lo contrario, más sucesos como el de Columbine podrían repetirse.
Alerta de spoiler: se repitieron. En 2017 se registraron 346 tiroteos masivos en Estados Unidos, 340 en 2018, y en lo que va de 2019 hay 251 tiroteos contabilizados.
Paralelamente, el entonces exitoso director en los circuitos de cine independiente Gus Van Sant se acercó al tiroteo para imprimir una mirada completamente diferente a la de Michael Moore. En Elephant (2003), Van Sant desdibuja todo centro de atención y, en vez de ello, se obstina en seguir cámara en mano a varios adolescentes que vivían ese día como cualquier otro sin saber la atrocidad que los alcanzaría.
Van Sant esboza el retrato de una generación desconcertada y deja sobre la mesa algunos factores que pudieron haber influido en el tiroteo: la descomposición familiar, el acoso escolar, la ansiedad en la construcción de la identidad, el uso de videojuegos violentos, la ausencia de figuras de autoridad, la facilidad para adquirir un arma y la navegación responsable en internet.
Es entre estos dos polos, la denuncia panfletaria y la meditación estética, que se han movido las películas siguientes sobre tiroteos masivos hasta el día de hoy.
Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011)
Tenemos que hablar de Kevin construyó una mirada sobre las masacres escolares mucho más amarga que Elephant. Mientras Van Sant se amparaba en la ambigüedad de las imágenes para postergar juicios éticos y morales, al mismo tiempo que banalizaba a los perpetradores; Ramsay encuentra en los tiroteos el síntoma de una sociedad profundamente fallida.
La historia es conocida: Kevin (Ezra Miller) es el hijo mayor de una familia aparentemente normal. Un día, sin razón clara, asesina a su padre, a su hermana y a varios compañeros de su secundaria. Pero para Ramsay éste sólo es el marco de lo que realmente quiere contar: la vida de la madre de Kevin (Tilda Swinton) después de la catástrofe.
Sin complacencias ni conmiseraciones, los personajes de Tenemos que hablar de Kevin se revelan llenos de vicios y rencores. Entablar una relación significativa profunda es imposible, y lo que parece regular convivencia entre los sobrevivientes son las violencias y los odios.
Al final de la cinta, el único sentimiento que queda es el amor necio e incansable —¿patológico?— de una madre hacia un hijo. ¿Puede una sociedad levantarse desde allí?
Lecciones de un tiroteo escolar. Cartas desde Dunblane (Kim A. Snyder, 2018)
El director Kim A. Snyder, después de realizar Newtown (2016), documental donde entrevistó a los padres de los niños asesinados en el tiroteo en la primaria Sandy Hook en 2012, decide dar un paso más en busca de la reconstrucción del tejido social.
Con una mirada casi terapéutica, Snyder entiende que no sólo se necesita hablar de lo ocurrido para salir del duelo, también es necesario escuchar otras historias similares y darnos cuenta de que no estamos solos.
Así, Snyder reúne a un sacerdote de Dunblane, Irlanda, quien en 1996 tuvo que acompañar a los padres de las víctimas de un tiroteo infantil, con un sacerdote de Newtown.
El emotivo cortometraje deja en claro que las recuperaciones son largas y que la solidaridad sólo es posible cuando se comprende antes de juzgar.
Quizá el momento más revelador de Lecciones de un tiroteo escolar es cuando uno de los sacerdotes confiesa que amaba las películas de John Wayne y le encantaba ver cómo éste disparaba a los indios. Después del tiroteo, entendió que no podía seguir admirando estas cintas. Con esta sola declaración, Snyder lanza una crítica inteligente hacia la cultura blanca norteamericana, levantada sobre el exterminio y las balas del western. Al final, el corto apunta hacia donde lo hiciera Michael Moore: tras lo ocurrido en Dunblane, Irlanda modificó su legislación sobre armas, ¿por qué no ocurre lo mismo en Estados Unidos?
Tower (Keith Maitland, 2016)
Austin, Texas, 1966. Un hombre sube al piso más alto de una de las torres de la Universidad de Texas y durante 96 minutos dispara en contra de los estudiantes.
En 2016, Keith Maitland recrea este fatídico hecho a través de la animación por rotoscopio. El resultado es Tower, uno de los documentales más eficaces que se hayan filmado sobre un tiroteo masivo.
Acudir a la animación para hacer un documental, tiene un objetivo claro: hacer visible lo irrepresentable del trauma. Así, al menos, quedó claro con Vals con Bashir (2008) del israelita Ari Folman donde la animación es la que permite echar a andar la memoria y desbloquear los recuerdos reprimidos de un excombatiente. O en Los rubios (2003) de la argentina Albertina Carri, donde sólo por medio del stop-motion con figuras playmobil se vuelve observable la desaparición forzada de sus padres.
La extrañeza que nos provoca la animación de Tower se conjuga con el dolor de los gritos, los cuerpos caídos y los testimonios de los sobrevivientes. Al final, la sensación que queda es la de haber oteado por un intersticio de la realidad el rostro absoluto de la crueldad y, desde luego, de la compasión.
Vuelven (Issa López, 2017)
En los primeros minutos de Vuelven, la directora mexicana Issa López filma una de las mejores secuencias de toda su carrera. Se trata de un tiroteo afuera de una primaria. Los niños y las niñas se arrojan al suelo junto con su maestra. Acorralados por el sonido de las balas, la maestra le entrega tres gises a uno de sus alumnos. Cada uno le concederá un deseo.
Es sabido que desde el 2006 en México la cifra de tiroteos aumentó especialmente en el norte del país. Afuera de las escuelas se registraron numerosos enfrentamientos entre cárteles del narcotráfico. En varias ocasiones, niños y niñas fueron “daños colaterales” de esta violencia.
Issa López se sumerge en una colonia marginal para pintar un contexto nada halagüeño de orfandad, venganzas y niños sicarios que tratan de sobrevivir su infancia llevando a cuestas a todos sus muertos: amigos, padres, madres, hermanos. Vuelven ofrece una excepcional moraleja al abrir una puerta en el muro de la horrenda realidad para que entre la fantasía: mientras se resistan las injusticias y se luche por la dignidad aun de los cuerpos fallecidos, será posible aspirar a una sociedad con menos violencia.
Nos vemos ayer (Stefon Bristol, 2019)
Una de las producciones más recientes de Netflix, Nos vemos ayer permite que hagamos el cruce, cada vez más urgente e innegable, entre tiroteos y racismo.
En un ejercicio afrofuturista, el novel director Stefon Bristol, apadrinado por Spike Lee, plantea la historia de CJ (Eden Duncan-Smith), una adolescente que descubre, junto a su amigo Sebastian, la forma de viajar en el tiempo. Lo que parece ser sólo un exitoso y divertido proyecto escolar se convierte en la única manera de salvar a su hermano Calvin de morir injustamente abatido por un policía.
Nos vemos ayer nos arroja en su última secuencia de nuevo a la ambigüedad, como ocurre con Elephant. Sin embargo, mientras que Van Sant nos deja con la agria sospecha de que continuarán los disparos, Bristol, a través de una CJ en perpetua carrera, plantea como única constatación la premura que debe caracterizarnos ante los actos de odio cada vez más frecuentes en contra de las minorías. Frente el desasosiego y las injusticias, rendirse nunca debe ser una opción.