Hay pocas películas como El Misterio de Silver Lake
El arte es nuestra máxima forma de expresión: refleja sentimientos, ansiedades, inconformidades, sin la necesidad de mostrar sus intenciones directamente. El cine es uno de los medios que se beneficia más de la mezcla de símbolos e imágenes para contar una historia, y nos atrapa tan fácilmente —nos obsesiona tanto— que muchas veces olvidamos que también es una industria de millones de dólares. Esta rara relación se presenta en El Misterio de Silver Lake (2018), una propuesta extraña difícil de ignorar.
Un viaje sin principio ni fin
Andrew Garfield (The Amazing Spiderman) interpreta a Sam, un chico desempleado que vive en Los Ángeles y que pasa sus días espiando a sus vecinas. Pero cuando Sarah (Riley Keoguh), una chica de la que está enamorado, desaparece, emprende una ardua búsqueda que nos lleva a un círculo vicioso y muy adictivo.
Durante su travesía, Sam conoce al autor de todas las canciones pop, descubre los misterios de una caja de cereal, teme por un malvado asesino de perros, se enfrenta a una extraña mujer búho y descubre qué pasa cuando las grandes celebridades deciden dejar la Tierra.
Son eventos aparentemente inconexos e incómodos, marcados también por la paranoia y los delirios de persecución de su protagonista. Parece que su director, Robert Mitchell (It Follows), quiere mostrarnos lo inútil que resulta tratar de conectar y relacionarnos con la cultura pop que consumimos. Al final, todo eso no son más que maquinaciones para vender algo: sentimientos, experiencias, identidades. Todo está en venta.
El Misterio de Silver Lake: Un mundo engañoso
El mundo de El Misterio de Silver Lake nos engaña con su ambientación. A veces parece querer mostrarnos la vida en Los Ángeles en los 90, cuando comenzaba la obsesión por discutir con más enjundia los diferentes significados de nuestra cultura. Pero, de pronto, aparecen drones y smartphones, como para recordarnos que en la era digital todos estamos a un paso de ser parte del circo mediático.
Pero ésa es sólo una parte de todo lo que conforma El Misterio de Silver Lake. La paranoia de Sam, su obsesión por convertirse en héroe y encontrar un propósito, es un reflejo de lo que nosotros esperamos hacer con nuestra vida. Esperamos verlo triunfar, que encuentre una forma de solucionar sus problemas financieros y viva feliz. Sin embargo, la película no nos va a dar esa satisfacción, sino que quiere que reconozcamos las fallas que hay en la idea del héroe común que nos han vendido cientos de historias previas a ésta.
La magia de Andrew Garfield
Andrew Garfield mencionó en una entrevista que su personaje “busca pertenecer, busca un lugar, busca un propósito. Pero también es egoísta y quiere ser un héroe, quiere salvar a todas las mujeres de los vicios de Hollywood. Y refuerza la misoginia de manera inconsciente”. Esta película se vuelve a ratos incómoda porque nos hace cuestionar las nociones que tenemos de los héroes en este tipo de historias.
Es bueno de repente encontrar una película que te hace criticar y discutir los dilemas morales de su protagonista. No todos los personajes tienen que ser buenos, moralmente correctos o descubrir el camino indicado. El Misterio de Silver Lake nos obliga a replantear los valores y creencias que tenemos alrededor de nuestros personajes favoritos.
Y Garfield, afortunadamente, es lo suficientemente autocrítico para adentrarse y encontrar la manera de mostrarnos todo lo que es el personaje de Sam en realidad.
El Misterio de Silver Lake: sin respuestas fáciles
Es irónico que la cinta tenga tantas discusiones sobre la naturaleza de Hollywood, porque al final la película está dentro de ese mundo y se somete a las leyes de mercado y producción que denuncia tanto.
Pero Mitchell no tiene una respuesta certera para ese dilema y será difícil para nosotros encontrarla. Por eso, la película al final nos invita a dejarnos llevar por el camino que sigue Sam y disfrutar todos los encuentros que tiene con diferentes personajes. Podemos estar conscientes de los vicios del mundo del arte, pero eso no nos impide disfrutarlo y mantener una relación estrecha con él.
Conclusión
En una época donde estamos obsesionados con que nos entreguen la intención, el mensaje y el significado de la cultura pop en la mano, se agradece que aparezcan joyas como El Misterio de Silver Lake.
Una película que busca que nos adentremos en ella, que nos incomode, que la disfrutemos y la discutamos, siempre vale la pena verla. No es una película sencilla y no hay puntos medios para ella: o la odian, o la aman, pero al menos nos invita a resolver ese misterio por nuestra cuenta.