En tiempos donde cada comentario puede desatar polémica en redes sociales, atreverse a hacer una sátira que no tiene un final contundente es un experimento muy arriesgado.
Las audiencias están más sensibles, los debates sobre lo “políticamente correcto” dominan las conversaciones, y el humor parece caminar por una cuerda floja.
Sin embargo, Santiago Mohar Volkow y Andrew Leland Rogers se lanzaron al vacío con Buen Salvaje, una comedia negra que se burla de las dinámicas de poder, la gentrificación y los malentendidos culturales entre mexicanos y extranjeros.
El resultado: una película divertida, incómoda y sorprendentemente vigente, a pesar de que su rodaje terminó hace más de cuatro años.
Pero ¿cómo se logra ese balance entre crítica y humor sin caer en lo ofensivo? Según los directores, la respuesta está en cocinar la sátira con paciencia, intuición y un método que han perfeccionado con los años.

Buen Salvaje y el riesgo de la sátira
Cuando hablamos con Santiago Mohar sobre este proceso, lo primero que reconoce es que la sátira no es para cualquiera.
“La sátira yo creo que es de los géneros más difíciles y arriesgados para hacer, porque justamente es un balance muy frágil. Si te pasas un poco de más, puede ser de mal gusto o muy ofensivo”.Santiago Mohar Volkow, Fuera de Foco
En una época en la que las audiencias reaccionan de manera inmediata, el reto se multiplica. La gente no tiene tiempo ni ganas de entender matices y todo es objeto de controversia sin contexto, ¿cómo logran que Buen Salvaje sea crítica, pero sin imponer un discurso político agresivo?
“Parte del chiste de hacer una película es como cuando estás cocinando: le echas más sal, le echas más azúcar y la vas saboreando, vas viendo cómo te va quedando el sabor. Así le vas diciendo más arriba al actor o más abajo”.
Santiago Mohar Volkow, Fuera de Foco
Es un proceso intuitivo, casi artesanal, donde cada toma y cada diálogo se ajustan para no perder el tono. “En edición todavía hay muchos momentos en donde puedes seguir midiendo el tono y solo esperar que tu diseño, tu idea, conecte con quien la va a ver después”, agrega.

Una película sobre el poder y el cine
Pero Buen Salvaje no es solo sátira social. También es un experimento cinematográfico que juega con las jerarquías del cine tradicional. Dentro de la historia, seguimos a Jesse, un cineasta extranjero que llega a un pueblo mexicano para rodar una película. Pronto, su visión choca con las dinámicas locales y las expectativas de la gente, desatando una serie de malentendidos cómicos y tensiones culturales.
Aquí es donde entra el concepto de meta-cine: una película dentro de la película. En palabras de Mohar, esto surgió de un deseo muy particular: “El rodaje fue especial porque teníamos total libertad. A diferencia de otras cosas, donde hay una productora, un jefe o una plataforma que te limita, aquí era todo lo contrario: había una libertad completa para experimentar”.
Ese espíritu se refleja en la estructura narrativa. “Escribimos el guion pensando que íbamos a tener dos metodologías de rodaje dentro de la historia y luego la película dentro de la película, y que esta segunda parte sería experimental en el sentido más literal de la palabra: no íbamos a saber qué iba a salir del otro lado, estábamos probando”.
¿El resultado? Un final inesperado que no solo cierra la trama, sino que también cuestiona las jerarquías cinematográficas y la idea misma de “cómo se hace cine”. Y que además, es el reflejo de lo que puede suceder si nos dejamos llevar por malos entendidos y negligencia.
Como dice Mohar, “Siempre la realidad está unida a lo que estás viendo”, y en Buen Salvaje esa unión se siente en cada escena.

El humor como resistencia
Uno de los detalles más fascinantes es que la película se escribió y filmó hace más de cuatro años, antes de que la conversación sobre gentrificación en México explotara en redes sociales. Sin embargo, hoy parece más relevante que nunca. ¿Cómo pasó esto?
“La película la escribimos y la filmamos hace como cuatro años y medio. Luego fue un proceso de edición muy largo, después vino la pandemia y luego el circuito de festivales que también duró más de un año”, explica Mohar.
En ese tiempo, el fenómeno que la película aborda creció de manera exponencial. “Era imposible prever que iba a suceder al mismo tiempo que esta coyuntura política o social, como la quieras ver, de la gentrificación y estas cosas”, añade.
Pero más allá de la coincidencia, la historia toca una fibra universal: los malentendidos culturales y las relaciones de poder entre quienes llegan y quienes reciben.
“Nos llamaba la atención la idea de México a la que empezaban a venir estos gringos en oposición al lugar real que los recibía.
Pero no queríamos quedarnos en una crítica facilona, sino también entender de qué manera México se aprovecha de esas ideas para muchas veces sacar ventaja, y viceversa”.
Santiago Mohar Volkow
Esa mirada bidireccional convierte a Buen Salvaje en algo más que una burla: es un espejo incómodo, tanto para extranjeros como para mexicanos.
Al final, Buen Salvaje funciona porque entiende que la comedia no es ligereza, sino una herramienta para exponer lo absurdo.
“Hay gente que confunde que porque las cosas son cómicas o fársicas no son serias. Y eso es un error, porque no puedes hablar de cosas serias”, afirma Mohar.
Buen Salvaje es la muestra de lo que se puede lograr si se tiene libertad creativa, un ojo clínico para el tono y la valentía de no suavizar la incomodidad.
En tiempos donde el humor parece estar en peligro, películas como esta nos recuerdan que la sátira sigue siendo uno de los lenguajes más poderosos para cuestionar el mundo.
