En una época donde el espectador parece exigir que el cine le explique todo —hasta por qué vale la pena ver una historia— La rueda conoce mi nombre emerge en la cartelera de cine mexicano como una anomalía, pero es un experimento poco visto en el séptimo arte..
Y es que su historia parece que sólo narra el día a día de dos personas muy diferentes en la Ciudad de México.
Claudio Zilleruelo, director del filme, lo reconoce desde el inicio: “Siento que ha cambiado mucho la manera de consumir cine… ahora las personas piden que casi casi la película les explique por qué vale la pena.”
Su obra, sin embargo, no busca complacer desde la narrativa tradicional, sino desde lo sensorial, lo personal, lo que se interpreta “desde nuestras propias experiencias de vida”.
En Fuera de Foco, platicamos con Zilleruelo y con el actor Fernando Álvarez Rebeil sobre la filosofía de La Rueda Conoce Mi Nombre.

La Rueda Conoce Mi Nombre: Rompiendo las convenciones del cine
Cuando vemos una película, estamos acostumbrados/as a verlas desde una estructura lineal de 3 actos: inicio, clímax y desenlace.
“Escapamos de lo ilustrativo y del dramatismo,” explica Zilleruelo. La película renuncia a la explicación, pero no al compromiso. Invita, de forma casi mística, a que el espectador habite la experiencia, no como un consumidor pasivo, sino como un participante activo en la construcción de sentido.
En La rueda conoce mi nombre, dos personajes anónimos deambulan por una Ciudad de México, en un viaje silencioso que entrelaza el budismo, el yoga y el death metal como formas de sobrellevar el caos interior y exterior.
Una película sin narrativa tradicional, que apuesta por el cuerpo, el sonido y el espacio como protagonistas de una catarsis colectiva.
El actor Fernando Álvarez Rebeil atribuye esta libertad formal al hecho de que Zilleruelo “levantó la película con sus propias uñas”, sin depender de fondos institucionales ni plataformas que dictan fórmulas.
“Se permitió una total libertad de experimentar… unió temas que jamás había visto asociados: death metal, yoga, budismo. Eso me parece bellísimo.”
Fernando Álvarez Rebeil, Fuera de Foco
Esa mezcla, aparentemente imposible, es la columna vertebral de una película que desafía las coordenadas del cine mexicano reciente.

Caos, cuerpo y catarsis
Lo que parece una provocación estética es, en el fondo, una exploración de prácticas catárticas que nacen del caos.
El filme entrelaza disciplinas y formas de expresión que no suelen encontrarse: el death metal con su brutalidad sonora, el budismo con su búsqueda de silencio interior, el yoga como una coreografía de introspección.
“Ambas prácticas provienen del caos,” reflexiona Álvarez Rebeil. “Te permiten sacar mucho de lo que traes, calmar la ansiedad… son prácticas que aterrizan emociones aflictivas.”
Lejos de lo contemplativo o lo espiritual en paisajes bucólicos, La rueda conoce mi nombre aterriza esas búsquedas en el contexto crudo de la Ciudad de México.
La espiritualidad no se eleva al cielo; se arrastra por el asfalto, vibra en el concreto y se disuelve en el smog. “Es tratar de comulgar todo eso y resignificarlo para mostrarlo en la historia.”
Para el actor, el proceso fue liberador. “No tenías una obligación preestablecida ni de qué hacer ni de qué decir… se trata de habitar el espacio como si fuéramos animales.” Es un cine de presencia, no de actuación. La cámara observa sin dirigir, y el cuerpo se convierte en un dispositivo expresivo, vulnerable y honesto.
La Rueda Conoce Mi Nombre, en ese sentido, habla del desdoblamiento humano contemporáneo:
“Muchas veces estamos físicamente en los espacios, pero nuestra mente y nuestro espíritu están en otro lado… en estados límbicos.” comentó Zilleruelo.

Una ciudad que canta y devora
Si el cuerpo es un canal de expresión, la Ciudad de México es el escenario que lo moldea, lo asfixia y lo libera.
Zilleruelo la recorrió con devoción documental:
“Me tomé el tiempo de explorarla en sus distintas facetas, me di cuenta que la ciudad es un monstruo que aparentemente duerme de noche y de día despierta.
Observar estos no-lugares, o lugares cotidianos, fue importante. Ahí es donde surge la magia del cine«.
Claudio Zirelluelo, Fuera de Foco
Lo más impactante para Álvarez Rebeil fue ver, ya en el montaje, cómo su personaje —sin nombre, sin pasado, sin identidad explícita— flotaba en un océano de anonimato.
“Me gusta cómo plantea que estos personajes podrían ser cualquiera… es una invitación a la empatía.” El anonimato no es una carencia, sino una estrategia narrativa para que el espectador se proyecte, se refleje y complete la historia desde su propia experiencia.
La rueda conoce mi nombre es un experimento sensorial, una especie de rito urbano que explora el sufrimiento humano a través de lo insólito.
El metal y el yoga, el ruido y el silencio, el cuerpo y la ciudad, lo espiritual y lo brutal: todo se entrelaza sin necesidad de explicación en una experiencia cinematográfica que te hace sentir, no razonar.
Y en ese entrelazamiento, tal vez está la clave. “El cine también es una serie de decisiones que se van materializando… y al final se ponen en el montaje”, dijo Zilleruelo. En esta película, cada decisión es un rechazo a lo cómodo. Y eso, hoy, ya es casi un acto revolucionario.
