Air: Courting a Legend es la más reciente cinta del director Ben Affleck, quien junto a Matt Damon fundó su propia casa productora: Artists Equity. Y si bien, tal dato no parecería tan relevante, en realidad es uno de los factores más importantes a considerar al momento de ver Air, no solo por ser la primera película oficial de la productora, sino por la filosofía que comparte con la estructura de la compañía.
Artists Equity tiene por fin el reconocer y remunerar de forma justa el trabajo de los artistas detrás de una película, ya no dejando las ganancias y el poder de decisión sólo del lado de los ejecutivos, sino volviendo a sus integrantes partícipes de cada paso en la producción.
De manera paralela, el estudio más importante que hace Air es en la gran influencia que Michael Jordan tuvo para los jóvenes deportistas reclutados por las marcas, un cambio en el que los talentos no sólo prestan su nombre por una cantidad específica de dinero, sino quienes intervienen directamente en el negocio y buscan la justa compensación por representar alguna firma.
Partiendo de esta premisa, no resulta nada extraño la elección de Ben Affleck para inaugurar la productora con esta historia, la cual resuena con su propia misión y hace clic directo con su meta, pero ¿más allá de ello, qué tiene Air para ofrecer?
Lo que importa es el trayecto
Air nos sitúa a mediados de la década de los 80, cuando Nike se encuentra al fondo de la cadena alimenticia en el mercado de los tenis deportivos, y a punto de cerrar su división de básquetbol.
Por ello, Sonny Vaccaro (Matt Damon) tiene la misión de encontrar jugadores novatos para ficharlos como representantes de la marca y devolver a Nike a la cima del mercado.
A la par, un joven Michael Jordan acaba de hacer su debut profesional en los Bulls, lo que lo vuelve objetivo de todas las marcas que quieren tenerlo como spokesperson para sus propios tenis, entre ellos el poco atractivo mundo de Nike.
Air coloca de inmediato a sus personajes en medio de una carrera de negocios arriesgada que podría cambiar el rumbo de la industria, a la vez en que se juegan hasta el último centavo para lograrlo. Y es que si hay algo por lo que darle crédito a la cinta, es que a pesar de que la audiencia conoce el resultado, Air logra traducir esa urgencia y adrenalina del proceso a cada paso de la historia.
Gran parte de ello se debe a la forma en que Matt Damon se desenvuelve como el protagonista, pero también a la manera en que inspira esa misma adrenalina a otros personajes en su órbita.
Tal impacto es tangible en el trabajo de Chris Messina, Ben Affleck y Jason Bateman como David Falk, Phil Knight y Rob Strasser respectivamente; quienes si bien al principio no comparten de todo la visión de Vaccaro, son retados constantemente en puntos muy específicos, con los cuáles comienza a hacerles sentido la misión.
Generar interés por una estrategia de negocios que pareciera ser una cosa de diario, expone a gran escala el poder narrativo de su película: reflejando de una u otra manera el cómo incluso los actos más pequeños tienen repercusiones legendarias.
Arriésgalo todo por el sueño… pero no el tuyo
Más allá de aquella primera virtud, Air no es una película vanguardista en prácticamente ningún sentido. El núcleo de la historia gira en torno al sueño americano y valores que actualmente, se sienten caducos.
Air glorifica elementos específicos de un capitalismo ochentero que más que ser una gran historia de éxito, refleja los sacrificios que las empresas y compañías tienden a demandar de sus empleados, con el fin de ayudar a hacer crecer un negocio y no necesariamente a sus trabajadores.
Inevitablemente, recae en la idea de dejar absolutamente todo de lado: familia, intereses personales, etc, sin importar qué tan afectados puedan resultar después de la batalla, para poner en primer lugar una meta laboral que se siente hueca e intrascendente.
Lo más interesante de este punto estará en la manera en que lo reciben diferentes generaciones. Pues mientras las audiencias mayores podrían asumir dichas acciones como un valor importante, los públicos más jóvenes probablemente continuarán cuestionando el por qué un trabajo debe valer más que otras cosas en su vida.
Lo que sí entra en un terreno irrefutable definitivo, es la manera en que Air se acerca peligrosamente a la idea de romper los límites impuestos por celebridades para que sus familias no sean abordadas por empresarios o paparazzis sin su consentimiento; lo que llega a hacer sentir a las jugadas de Vaccaro demasiado intrusivas, por más justificadas que estén por el lema “hay que tomar el riesgo”.
¿Nike es el único camino?
De a momentos, Air pretende a apelar a los instantes más brillantes de Mad Men: el convertir los negocios y una campaña, en un discurso emocional con el que clientes y artistas logren empatizar para aceptar un trato; pero se queda muy corta en ello.
Pues aunque Sonny Vaccaro convence su discurso, con su idea de que Nike es la única opción que honrará a Michael Jordan entre el resto de tratos que recibe, no es algo que termine por destacar realmente entre las ofertas de adidas o Converse. Y en realidad, la audiencia se convence más al haber seguido a Vaccaro en el proceso, que porque su propuesta sea única.
Igualmente, en algún instante Air se transforma por completo en una lección de marketing en su sentido más básico: casi analizando punto por punto los mandamientos de Nike y por qué son vitales para la historia y para su éxito actual, pero sin ofrecer algo genuinamente inspirador.
Gran parte de ello se debe a que la identidad de sus personajes está limitada a quiénes son dentro de la sala de juntas, y nunca más allá. No los conocemos como personas, sino como piezas de un negocio que podrían terminar por hacerlos sentir reemplazables, salvo por un par de excepciones.
Y es que quien sí destaca en el gigantesco juego entre Nike y Jordan es Viola Davis, misma que absorbe todo a su alrededor al dar vida a Deloris Jordan, la cual se vuelve parte clave del negocio y quien termina trayendo la mayor cantidad de humanidad a la cinta.
Air no es una película mala, pero tampoco es grandiosa. Su especial enfoque en la idea de trabajar y dar todo por una meta, es lo que termina quebrando el verdadero mensaje que Ben Affleck quería dar: el impacto de Jordan para el medio deportivo, para los negocios entre celebridades y marcas y la consideración humana más allá del peso de un nombre, o como es, la meta de Artists Equity.
El problema es que se pierde a sí misma en un camino hueco que ya se ha visto muchas veces antes, deja de lado la gran razón por la que decidió contar tal historia en primer lugar, y para ser una historia que apuesta por arriesgarlo todo, termina yéndose siempre a la segura.